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Un reguero de letras, por Daniel Pardo

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El periodismo en Colombia II

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Otra vez: esto no es una disertación sobre el periodismo en Colombia, sino un comentario sobre una más de sus características: hoy, que es una competencia por la exclusividad.

El periodismo es el negocio de la chiva, de lo nuevo, de lo que nadie sabía. Y para el periodista, el señor o señora que vive de esto, tener una chiva es el evento que le da significado a su carrera. La chiva es para el periodista lo que un gol en la final del Mundial es para un futbolista. Y por eso, mal que bien, tiende a arriesgarse más de la cuenta o cometer errores. También por eso el periodismo es una apuesta envidiosa: una competencia por la exclusividad, como cuando uno hace fila para entrar a un salón VIP. Tener una chiva o ser exclusivo llena a un periodista de ego y de arrogancia, y por eso a veces hace mal las cosas.

La silla vacía fue una oleada de aire fresco para el periodismo colombiano. La necesitábamos: tocaba innovar en Internet, las secciones políticas de los medios tradicionales –durante el polarizador gobierno Uribe– no estaban siendo suficientes y un tiro de independencia era cada vez más urgente. Además, La silla dio la chiva de que el referendo de la segunda reelección en el 2010 no iba a pasar en la Corte Constitucional y eso los llenó de credibilidad; y, sí señor, de ego y arrogancia. Quién no se iba a agrandar: eran un medio de Internet con un año de edad y dieron una de las chivas políticas más importantes de la historia reciente de Colombia. Y eso les sirvió para volverse una fuente obligatoria durante la campaña presidencial. Pero se agrandaron más de la cuenta.

A mí me late que darle a esa chiva de la reelección tiene que ver con la chiva frustrada de Alfonso Cano. Me late que en La silla vacía, con tres o cuatro fuentes, se llenan de adrenalina, de ego y de arrogancia, y se lanzan a dar una noticia no necesariamente comprobada. Y que pase lo que tenga que pasar. Lo mismo pasó con el nombramiento de Vargas Lleras en el Ministerio del Interior: La silla, basada en unas fuentes, dijo que iba de Ministro de Defensa, y horas después lo nombraron del Interior. Y La silla quedó en el ridículo. Y así fue esta vez: hicieron el oso al confirmar que Cano había sido dado de baja, cuando el texto que apoyaba a ese titular ni siquiera lo confirmaba. Todo el mundo, en medio de la incertidumbre, decía que se estaban contradiciendo. Después cambiaron el texto por una frase que lo confirmaba, basada en cuatro fuentes. E insistieron, a pesar de que todos los medios grandes lo desmentían una y otra vez. Finalmente la Presidencia los llamó, y se tuvieron que bajar del bus. Ahí sigue La silla, a la espera de que se les haga el milagrito de que Cano esté muerto y nos dejen callados a todos.

¿Debe un periodista publicar cualquier cosa que le digan sus fuentes? ¿Es el periodista un mero mediador entre las fuentes y el público?

El periodista tiene que responder por sus fuentes. Así como las tiene que defender y proteger, también tiene que responder por ellas, porque son suyas. No es que el periodista sea un simple publicador de lo que dicen sus fuentes y se acabó. El periodista es un intérprete, un analista, un hermeneuta. Y por eso tiene que comprobar si sus fuentes son confiables, fidedignas, relevantes. No se puede llenar de testimonios que le digan lo que quiere oír, como me late que pasó con las fuentes que notificaron la muerte de Cano a La silla. En el Reino Unido –el paraíso para las demandas de injuria por la rigurosidad de la ley ante la prensa– existen 10 puntos para el ejercicio del buen periodismo que pretenden evitar este tipo de atentados a la información. Ahí se especifica que, si una fuente dice mentiras, el periodista no tiene por qué publicar, por que él o ella es responsable por el testimonio que encontró. Lo mismo con Wikileaks: cualquier documento tiene que ser investigado antes de ser publicado. Las fuentes hay que comprobarlas. Y por eso La silla no tiene cómo defenderse –a menos de que Cano resulte muerto mañana–, porque se confió de lo que le dijeron tres fuentes que, al parecer, estaban equivocadas. Y eso es responsabilidad de La silla.

¿Será éste el fin de la credibilidad de La silla vacía? ¿Fue éste un golpe de mala suerte, como fue la chiva de la reelección un golpe de buena suerte? A pesar de que los usuarios de La silla no lo van a olvidar y para el resto de su historia esto va a quedar como un episodio oscuro, Juanita León y su sala de redacción se han sabido ganar –a punta de ladrillo político para un nicho especializado– un prestigio y una credibilidad. Solo esperemos que esta experiencia les sirva para bajarle al ego y a la arrogancia que los llevó a cometer estos errores de la adrenalina del viernes; del afán de la chiva y de generar tráfico.

Ahora bien: si el periodismo vive de la exclusividad, El Espectador fue el ganador de la semana, porque entró al selecto grupo de medios del mundo que se dan el lujo de tener los cables del Departamento de Estado estadounidense filtrados por medio de Wikileaks. Ahora El Espectador se codea con el Le Monde y Dar Spiegel, y eso en Colombia es muy bien visto, por exclusivo. Es como entrar a un salón VIP con Paris Hilton. Más allá de la controversia sobre Assange y Wikileaks, El Espectador fue el escogido y aceptó el llamamiento. Y esa fue la noticia, más que la información en los cables en sí. Tanto es el poder de la chiva, que El Espectador ni siquiera tuvo que chiviar nada, sino simplemente contestar la llamada de Assange. Y con eso los gritos de felicitación redundaron en Twitter y demás.

Eso pasa en cualquier lugar del mundo, aunque solo pasa en Colombia que los demás medios no le hagan seguimiento a la historia por esa competencia por la exclusividad en la que están enfrascados. Fue insólito ver el seguimiento de los cables publicados por El Espectador en El Tiempo. Solo pasa en Colombia que los noticieros presentan como noticia lo que va a pasar en una telenovela de su propio canal. Y solo pasa en Colombia que los medios subestimen las chivas de su competencia.

Un tercer caso en el que vimos la arrogancia y el ego que invaden al periodismo fue la pelea entre El malpensante y José Alejandro Castaño, un excelente cronista que, inundado en los mares del egocentrismo y, bueno, de la mediocridad, engañó a sus lectores de la revista SoHo y a sus editores de El malpensante. Mal por él.

Bueno, y si de egos estamos hablando, que no se deje de mencionar el caso Claudia López versus Ernesto Samper, que hoy celebra su última audiencia y, dios quiera, fallará lo que mejor sea para el periodismo: si se comprueba que López dijo mentiras explícitamente, que la condenen; y si se comprueba que solo manifestó una opinión, que la absuelvan.

El periodismo, entonces, es una competencia de egos. Es como un desfile de moda, donde todos se pelean por estar en el puesto más exclusivo y ser el más arriesgado y novedoso. Si nos saliéramos de esas pretensiones estrambóticas, de la ambición innecesaria y el afán de ser el mejor y ganarlo todo, tal vez ahí haríamos un periodismo mejor, más riguroso, sesudo, relevante.

Publicado en Kien & Ke en febrero de 2011