Daniel Pardo's Blog

Un reguero de letras, por Daniel Pardo

Archive for abril 2008

El 113 del idioma

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A manera de 113 o línea caliente, existe un personaje en la Academia Colombiana de la Lengua que le contesta todas sus dudas idiomáticas. Perfil de Cleóbulo Sabogal, un hombre que parece no tener vida por fuera de los libros.

– “Usted es joven”, ¿verdad? –Me preguntó–.

– “Sí, tengo 22 años, ¿por qué?” –le dije–.

– “Porque, como todos los jóvenes de hoy en día, usa esa muletilla de ‘pues nada’ todo el tiempo”.

Yo, que siempre había ignorado mi persistencia con tan insignificantes par de palabras, le dije que tenía razón, que, en efecto, las usaba todo el tiempo. Lo llamaba para que me diera una cita en la Academia, y el hombre ya me había analizado y dado una lección sobre mi forma de hablar. Así son las cosas con Cléobulo Sabogal y eso demuestra sus dos grandes obsesiones: la rigurosidad y el español.

Cleóbulo de Lindos fue uno de los siete famosos sabios griegos. Fue el gobernante de Lindos, en la isla de Rodas, cerca del año 600 antes de Cristo. Asimismo, compuso numerosos enigmas y paradigmas en verso; entre ellas, una que decía «cuida tu lengua». Parece ser que nuestro Cleóbulo, el tolimense, se la tomó en serio. Tanto, que lo único que quiere hacer el resto de su vida es profundizar en su conocimiento del español. Por eso no sabe otros idiomas, por eso no hace nada diferente a estudiarlo y corregirlo, porque está absolutamente convencido que escasamente sabe el español. Y eso, debe ser corregido, así le tome una vida.

Todos los días de la semana, de 8 a 12 de la mañana y de 2 a 5 de la tarde, cualquier persona puede llamar al 3426296 en Bogotá, sin ningún cargo adicional, y Sabogal le contestará el teléfono y le resolverá cualquier tipo de dudas que tenga. Dudas, claro, del lenguaje. Y si bien los horarios de la línea no son tan extensos, no hay evento que mueva a Sabogal de su silla. Ni de su puesto: ya son tres los trabajos que le han ofrecido (el Banco de la República, El Espectador e Icontec), y nada.

¿Freijoa o Feijoa? ¿Cuál es el femenino de chofer o de sastre? ¿El plural de chasis o de quórum? ¿Cuáles son las bodas de rubí? ¿Qué quiere decir itifálico? ¿Cuál es el sustantivo de la acción de emprender? ¿Membresía es con c o s? ¿Cómo se escribe en español bulldozer?

Preguntas como esas, de léxico, significado y ortografía, son el quehacer de todos los días de Sabolgal. De profesores, traductores, filólogos y editores, hasta publicistas, diseñadores, economistas y secretarias, llaman a la Academia unas 45 veces al día en busca de respuestas. En realidad, las llamadas del único teléfono de la Academia que dan en el 113, cosa que critica Cleóbulo de esa línea de información, llegan a la oficina de Información y Divulgación, de la cual él es el jefe y único funcionario. Sabogal, con tono acido y de manera tajante, devuelve muchas llamadas: no contesta preguntas de redacción y coherencia y se molesta cuando son abusivos, cuando pretenden que resuelva los crucigramas, cosa que podría hacer en un dos por tres. A veces, sin embargo, si da el caso, contesta cuestiones de historia y datos curiosos, pues tiene siempre abierta la enciclopedia Encarta.

La mayoría de las veces no tiene que consultar sus diccionarios, aunque se demore menos de 5 segundos buscando una palabra, pues tanto tiempo lleva ejerciendo este oficio -10 años- que ya se sabe las respuestas: resuelve la duda, cita la fuente -cualquier tipo de diccionario- y se despide en un dos por tres. Porque no hay lugar para conversaciones, comentarios o preguntas por fuera del tema idiomático: Cleóbulo tiene claro su objetivo, que es informar, y por eso no permite que lo molesten o distraigan de su labor. La disciplina podría ser su filosofía de vida. En la oficina está de 8 a 8, pues fuera del horario de atención se encarga de realizar todo tipo de actividades alrededor del tema del español: contesta consultas por mail y fax, da conferencias, clases, escribe columnas, lo llaman de programas de radio y colabora con todo tipo de publicaciones similares. Durante mucho tiempo lo llamó Jota Mario Valencia para que asistiera una vez por semana en su programa matinal y él no aceptó, no solo porque sentía que le mamaban gallo, sino porque no le iban a pagar.

Su oficina es envidiable: allí en la tercera con 16, en la sede de la Academia, tiene un cuarto gigante con techo alto donde contesta las llamadas. Hay una mesa grande -donde se reúne todos los martes con una comisión del lenguaje-, hay varias bibliotecas y archivadores, arriba se encuentra un mural que recrea la historia de la literatura colombiana y hay varios cuadros en las paredes (entre ellos, uno del padre Félix Restrepo y otro de Miguel de Cervantes). Su puesto de trabajo consta de tres escritorios: a la derecha un computador, que siempre está conectado a Internet (no chatea, solo responde correos y consulta diccionarios), al frente el Panhispánico de la Lengua Española abierto a manera de Biblia y en el otro lado está el teléfono con todo tipo de regalos que le han dado por cuanta conferencia o explicación ha dado. Este último artefacto, su herramienta primordial, es un aparato relativamente moderno, pues no es de rueda, es de plástico y los números son botones. Sin embargo, éste suena como lo hacían los teléfonos de antaño (ring, ring) al otro lado del cuarto en unos aparatos que, por viejos, parecen de decoración. No sabe por qué, no le importa por qué, pero la sensación es extraña y habla un poco de su forma de ser, que es, ante todo, indescifrable.

Sabogal es un tipo cuadriculando, tanto en su vida como en el trabajo. Se levanta todos los días a las 5 de la mañana, quisiera nunca tener sueño, pues cree que dormir es tiempo perdido que quisiera aprovechar estudiando, y cree que su objetivo en la vida es ahondar en el infinito mundo de la lengua española. Cuando tiene sueño se levanta a las 6, cuando no a las 5 y 30, pero siempre sale a las 7 de su casa en Pablo Sexto. Mientras se viste, oye RCN radio, y por la noche no come: solo se toma un vaso de leche caliente. Coge un colectivo que dice Germania y ese es el único momento de su inflexible rutina semanal en el que lee algo distinto a diccionarios: Selecciones del Reader’s Digest, una Revista estadounidense ultraconservadora en formato de fascículo que contiene todo tipo de artículos sobre libros, humor, política y héroes. Su lenguaje es ligero, tiene tono optimista y todo es en formato resumido. Ahora bien, no lee durante todo el trayecto de la casa al trabajo, solo en trancón o con semáforo en rojo, pues, según dice, no se quiere marear. De la lectura dice que la tiene solo como una herramienta para expandir su conocimiento: no le gusta la literatura o la poesía, no lee prensa, no escribe y, aunque alguna vez le gustó la obra de Jorge Isaac y su filósofo de cabecera es San Agustín (sobre todo Confesiones), desde la universidad no se lee un libro de texto. No obstante de reducir su oficio a leer diccionarios, Sabogal podría considerarse lo que los gringos llaman un workoholic: un adicto al trabajo.

Como decía, Cleóbulo es indescifrable. Uno no sabe qué está pensado, si es querido o insoportable, si es insensible o tiene un gran corazón, si es una eminencia o un erudito de pueblo, si se quiere deshacer de uno ya o si quiere hablarle el resto de la tarde. Porque habla, toca aclarar, cuando se siente cómodo. Pero pareciera que es difícil que Sabogal se sienta tranquilo con un contexto determinado, aunque también parece que no hay lugar en el mundo donde se sienta más cómodo que en su oficina. Por eso, al frente suyo, uno está en el limbo de la incertidumbre. Puede que uno le coja confianza, que logre la libertad de preguntarle sobre su vida personal, pero cuando llega el momento de partir, él se despide como si fuera un desconocido. Mas es raro pensar que este hombre sea difícil de interpretar, pues un hombre tan cabal no tiene por qué serlo.

Cleóbulo es la versión inteligente y colombiana de Ned Flanders, el vecino de Los Simpson. Nació en Cunday, un pueblo agrícola cerca de Carmen de Apicalá, donde su familia era dueña de una tienda de ropa (su padre era sastre) que él mismo cuidaba. Allí pasó su niñez y estudió en un colegio hasta los 14 años, cuando se internó a un seminario sacerdotal en Ibagué. Durante la primaria siempre fue el mejor estudiante, y hoy en día cuenta –orgulloso– que en su libreta de calificaciones siempre anotaran que “los libros son sus mejores amigos”. Sabogal duró 10 años en el cuento religioso, del que se salió justo antes de ordenarse sacerdote porque se enamoró (aunque suene raro en él) de las letras. Por eso vino a Bogotá y se licenció en filosofía y letras en la Universidad de la Salle.

Contestar llamadas del lenguaje es su primer y último empleo, si es que sus pretensiones de vida siguen siendo las mismas que hoy. Igual, difícil sería que alguien lo remplace. Cleóbulo está viviendo su más grande sueño y no quiere que termine hasta su muerte. Ahí se siente completamente instalado porque tiene, como buen positivista, su vida perfectamente delimitada.

No ha tenido muchos amigos ni una novia, su vida social nunca ha sido muy agitada, no toma trago y su peor pesadilla puede ser que lo hagan entrar en una discoteca. De vez en cuando, en eventos o celebraciones, se toma una copa de vino: “la semana pasada –decía– me tomé un copa y me gustó tanto que incluso me tomé otra”. Cleóbulo se cuida de sus amistades, que siempre han sido pocas, y procura no ir más allá de lo que le interesa. Una que otra amiga, la mayoría correctoras y bibliotecarias, de vez en cuando lo llama por motivos personales. Todos los sábados, por ejemplo, cruza caminando el Parque Simón Bolívar, único ejercicio que hace, y se reúne para almorzar con su mejor amiga.

A veces pasa por Ibagué a visitar a su madre, aunque prefiere no hacerlo porque odia el calor. Y es que a veces Cleóbulo puede llegar a ser un tipo bastante neurótico y por eso, entre otras, no le gusta dar clase: da una que otra conferencia, solo a personas adultas, y hace algo de asesorías. Sin embargo, hoy se da el lujo de no tener que dar clases para ganarse la vida, la cual, por cierto, no es muy ostentosa: se gana menos de un millón de pesos e incluso a veces le sobra algo para ahorrar. Cosa que parece rara, pues si no le gusta viajar y su vida ya está resuelta, ¿en qué se los gastaría? Alguna vez lo invitaron a Ecuador y no le gustó, porque simple y llanamente no le gusta desplazarse. El sueño de ir a España y conocer el lugar donde nació su único y exclusivo placer, el castellano, pasa desapercibido cuando toca el tema de salir: parece que quisiera, que lo invitaran o le hicieran un intercambio, pero el hecho de que nunca haya ido, y que el día en que vaya lo vea tan lejano, lo justifica por su odio radical por salir de su casa y romper con su rutina.

Cleóbulo es, pues, un hombre milimetrado. Su pelo está perfectamente cortado en la manera tradicional, usa gafas y todas sus camisas son de la misma marca –Costa Azul– y material –micro fibra–. Solo cuando está en la oficina, pues no quiere que se los roben, usa un anillo y una pulsera de 18 quilates de oro que le regaló su madre hace tiempo. Su piel es blanca y lisa, los colores de su ropa combinan de manera impecable y cuando está contestano llamadas en su escritorio, donde pretende pasar el resto de su vida, se pone unos protectores de plástico en los antebrazos para que no se le ensucien las mangas de la camisa. En la Academia no le toca usar corbata, él prefiere.

Publicado en El Universitario en abril de 2008. Fotografías de Juan Daniel Taboada.

Written by pardodaniel

abril 19, 2008 at 4:06 pm

Publicado en El Universitario