Daniel Pardo's Blog

Un reguero de letras, por Daniel Pardo

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Londres en dos ruedas

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El clima de Londres está subvalorado. Se suele decir que es feo y gris, que llueve todo el tiempo. Pero no es así. El promedio de días de lluvia de Londres se considera menor que el de París, Santander y Wellington; Londres resulta más seca que Roma, Río de Janeiro y Tokio; su promedio de temperaturas mínimas es más alto que en Seattle, Dublín y Toronto. Y mientras Europa entera se estremecía del frío en enero pasado, Londres gozaba de temperaturas por encima de cero.

¿De dónde viene, entonces, la mala reputación del clima de Londres? Se trata de un tema da calidad, más que de cantidad: cuando llueve, el agua es fría y punzante. Viene de lado y con viento. No hay paraguas que se le resista. Y no se nota: uno mira por la ventana y dice “no está lloviendo, salgo sin paraguas”. Y llega lavado.

Pero es cuestión de pocos días al año. El clima de Londres está subvalorado así como sobrevalorado su transporte: los taxis, a pesar de bonitos, cobran en oro. Y aunque el metro se considera de los más eficientes del mundo, también es de los más hacinados, los fines de semana funciona a medias y no tiene aire acondicionado en el verano. Los buses son encantadores, sí. Pero lentos e ineficientes. Viajar en bus puede tomar el mismo tiempo que caminando, literalmente. Y Londres no es una ciudad caminable. Por enorme.

Lo anterior explica por qué la bicicleta es una de las grandes atracciones de esta metrópolis. También explica por qué Boris Johnson, el despelucado y risueño alcalde, tiene casi asegurada su reelección este año: las bicicletas públicas patrocinadas por un banco que hay por toda la ciudad han sido su gran obra, hasta el punto de que las llaman “Boris bikes”. Son más de seis mil bicicletas no muy difíciles de manejar y, en marzo de este año, fueron instaladas mil quinientas más.

Continúa en revista Diners. Publicado en mayo de 2012.

Written by pardodaniel

May 10, 2012 at 9:26 am

Publicado en Revista Diners

La Venus de Venuz

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¿Qué sabe uno sobre el origen del universo? ¿Que infinitas reacciones químicas entrecruzadas dieron lugar a la tierra, a la cultura, a la vida? Uno, desde pequeño, ve el Big Bang como el evento más ajeno que pudo haber ocurrido: incierto, absurdo, anacrónico, inhumano. Paradójicamente, y la vida está llena de paradojas, el origen es tanto relevante como efímero. Y eso, en general, puede ser una aproximación a la obra de la artista bogotana cuyo nombre se escribe con z y lo carga desde la cuna.

Papá finquero, mamá artista, hermanastros alrededor del mundo y una obsesión concreta: no encasillarse ni con el arte ni la vida. Más frase de cajón que decir que una mujer es espontánea, imposible. Pero ella lo es, en todos los sentidos: no hay en día en el que se repita la rutina del anterior, no hay idea que permanezca intacta, no hay eterno retorno. No hay, en otras palabras, lugares comunes. Lo que hay es una vida hilada por el azar, la accidentalidad, la eventualidad. Y eso está en Wao.

Venuz White parece haber nacido para ser artista; por el movimiento, por la frescura. Una artista, además, importante.

Se graduó del Colegio Vermont, vivió tres años en San Francisco y volvió a Bogotá para estudiar arte en la Universidad de los Andes. Ahí, según ella, pudo explorar en todos los campos viables hasta llegar al camino que buscaba. No solo experimentó con  métodos plásticos y colores innumerables, sino que investigó para lograr la conjunción pretendida. De ahí que, entre otras, toda obra suya esté justificada y argumentada desde supuestos teóricos y analíticos. Los cuales, vale decir, el espectador puede o no conocer, pues el objetivo de Venuz no es revelarlos.

Con eso, hizo exposiciones en Nueva York, Madrid y San Francisco con resultados abrumadores. E inesperados. ¿Quién iba a pensar que una artista apenas graduada de la Universidad, de 24 años, iba a triunfar antes en el exterior que en su propio país? Tal vez así tenía que ser: que el escenario se diera por afuera, antes que en Bogotá, para que el primer paso fuera imponente.

Lo increíble, sin embargo, es que todo ha pasado por accidente. Cuando niña, a Venuz hay que imaginársela como la diferente del curso: que leía desde los 2 años, que vivía incrustada en un libro, que oía música rara, que no hablaba en el bus, que jugaba con niños y no muñecas. Bailaba y leía, y todo indicaba a que iba a estudiar historia, o filosofía, o literatura, o cualquier otra cosa que tuviera que ver con las letras. Y a eso se fue a San Francisco, donde no perdió el tiempo, sino que concluyó que lo suyo era hacer de su entorno una imagen propia. Cuando, en el 2000, llevaba un mes haciendo una obra en el único computador de la Universidad, y ésta se le borró, decidió que no quería usar la tecnología como herramienta, sino ser una artista plástica tradicional. Claro: uno mira su obra, y no tiene nada de tradicional. Pero es innovación en el viejo género de la pintura.

Y no es que sea sentarse y divagar sobre el lienzo, sino tantear todas las posibilidades hasta encontrar una línea estilística. Por ejemplo, un martes por la tarde, en el 2004, estaba jugando con colores en una tina, su hermano la interrumpió y se cayó una gota sobre el experimento. Venuz se dio cuenta que las gotas, los puntos que crean las gotas, son imágenes volátiles, y capturando ese instante desarrolló su primera gran técnica, la misma que la hizo finalista del Premio Botero en el 2003 y la dio a conocer entre galeristas internacionales.

Todas las exposiciones son diferentes, con su relevancia especial y connotación particular. Ninguna muestra, además, aparece porque ella vaya a promocionarla, sino porque un galerista amigo de otro la recomienda, ambos se enamoran de Venuz, y terminan colgando la obra en sus salas de exhibición. Algunas son inspiradas en la música, otras en el cine y la mayoría en el color. Pero ella no quiere hablar de eso, sino de la que viene. No porque quiera venderla y promocionarla, sino porque está convencida que es su obra más importante, la más revolucionaria y propia. No en vano los afiches, videos, y demás gallos de la exposición, han sido cuidadosamente meditados.

De esas niñas que escarban lo que encuentran, lo diluyen y lo mezclan, un día Venuz estaba lavándose las manos y se dio cuenta que las burbujas son –o pueden ser– objetos. De ahí llegó a una disertación indiscutible: lo efímero puede cambiar la historia. Y esa es, en una palabra, la misión a Venus realizada por Venuz.

La técnica: con un dispositivo para crear muchas burbujas a la vez –el sueño de todo niño– White sopla sobre el lienzo, donde hay un líquido especial que absorbe el color emitido por las burbujas y va moldeando figuras predeterminadas. De su aliento, de su estado de ánimo, surge una silueta específica. De lo efímero, entonces, a lo concreto: la respiración, en esta obra, es la fuente de inspiración e imágenes.

El color: como decía, Venuz lleva buen tiempo estudiando el color, sus implicaciones y relaciones con el mundo. Así descubrió que el rojo los sintetiza a todos, es el más multifacético e involucra sentimientos fundamentales para todas las culturas. Que en términos culturales el rojo sea importante para todos los seres humanos, no importa cómo cualitativamente, es un patrón universal, dice ella. Y por eso lo usa, con todos sus matices y degradaciones. El rojo, de hecho, para la universalidad que White pretende hace años, es el color ideal.

La obra: la relación entre el orden y el caos es una preocupación humana desde el principio. Y tantas interpretaciones ha habido, que resulta imposible citarlas todas. Venuz tiene la suya. Y, en ese sentido, vale recordar la obra de Jackson Pollock, que dentro de la eventualidad había una línea definida. Así se puede pensar lo de Venuz, a pesar de que sea mejor ver para creer. Una obra refrescante pero a la vez oscura, definida por el rojo, el movimiento y la figura humana, es lo que Venuz viene a ofrecer en la exposición que más ha querido hacer en su corta vida. Porque cabe preguntarse: con 30 años, ¿cómo va a decir uno que ésta es su obra primordial? Hay que verla, para darse cuenta de su singularidad.

Las burbujas son creadoras de imágenes; las reacciones químicas creadoras de sentimientos. Podemos ver el Big Bang como algo efímero, pero fue el origen de la vida. Podemos ver insustancial una burbuja, pero de ella se desprenden millones de fenómenos. Como el amor, o la vida, o una exposición.

Wao es una exhibición, ante todo, de reflexión personal con el entorno. Es un Venuz ante el espejo. Es decir, Venus –porque de allá son las mujeres– según Venuz White.

Publicado en Revista Diners en Septiembre de 2008.

Written by pardodaniel

octubre 18, 2008 at 10:51 pm

Publicado en Revista Diners