Daniel Pardo's Blog

Un reguero de letras, por Daniel Pardo

Archive for agosto 2011

Contra las alertas de cumpleaños en Facebook

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Alguna vez conocí una mujer cuya gran habilidad era acordarse de los cumpleaños. Cada vez que hacía un nuevo amigo, se empeñaba en averiguar qué día era su cumpleaños y, en seguida, lo apuntaba en su decorado calendario, el cual actualizaba todos los años en enero. A mí siempre me pareció una estupidez, pero ese es problema mío; y debo reconocer que ese tipo de cosas es lo que hace a la gente feliz: desearle el cumpleaños a gente que no se lo espera de uno. Una vez mi conocida estudió la rutina diaria de una de sus víctimas y pegó carteles por las calles que ella transitaba todos los días. Durante todo el día su víctima nunca supo quién era. A medida que todos sus amigos la felicitaban, ella descartaba posibilidades, hasta quedarse sin sospechosos. La última persona que pensó era su perseguidora. Y terminaron de mejores amigas.

Una vez más: a mí siempre me pareció una pendejada. Pero a ella la hacía feliz y no me cabe duda de que a punta de estupideces como estas el mundo puede ser menos peor.

Facebook se tiró los cumpleaños. Y dejó a mi amiga sin hobbie: convirtió sus elaboradas tarjetas para extraños que no se lo esperaban en un simple, inhumano y rutinario “Feliz cumpleaños, que pases rico” que todo el mundo se espera. Hasta los criminales exiliados reciben innumerables mensajes de felicitación hoy en día.

Ya no tiene gracia acordarse del cumpleaños de la gente. Ya es, incluso, penoso, porque revela que uno vive pegado a Facebook.

“Facebook permite miles de congratulaciones de cumpleaños todos los días en el mundo,” dice la gente de Facebook. ¿En realidad uno quiere que le llenen de spam el Wall con la misma frase escrita por distintas personas? Lo dudo. O, al menos, da la misma. Y ese es el gran problema: desearle el cumpleaños a alguien ahora da la mismo que no hacerlo. Uno ya ni se acuerda de quién escribió y quién no. Ya ni agradece. A duras penas, le pone Like a cada mensaje. Y, si está en buen estado de ego, escribe un mensaje general diciendo “Gracias a todos por los mensajes.” Qué impersonal.

Porque, además, esto dio con una nuevo sistema de diplomacia: cómo actuar cuando uno está de cumpleaños. Mi cumpleaños se viene en octubre y no sé qué hacer esta vez. Si no le agradezco a nadie, como suelo hacer, quedo como un maleducado, como suelo ser. Si pongo Like a cada comentario, contribuyo a la espamización de la web. Si hago un mensaje colectivo, no me resistiría escribir lo mismo que todo el mundo escribe, pero, en el acto de no sonar clichesudo, sonaré más estúpido aun. Entonces no sé qué hacer. Tal vez cambie la fecha de mi cumpleaños en Facebook para el primero de enero, el día de menos tráfico en internet.

Por otro lado, este artículo tendrá consecuencias. Y me late que, a diferencia de todos mis artículos, las consecuencias serán buenas: la cantidad de spams que voy a recibir será menor. Y solo los que realmente se preocupan por celebrarme el cumpleaños, que son pocos, se inventarán nuevas formas de felicitarme. Y todo será mejor.

En Facebook hay miles de aplicaciones para hacer tarjetas y regalos de congratulación en dos minutos. No veo la gracia. También tienen una aplicación que manda mails de las personas que cumplen años en la semana. En nada se inventan una aplicación que felicite automáticamente. Y me pregunto cómo hará gente que felicita a al menos una persona al día. ¿Será que, día tras día, copian la misma frase de Wall en Wall?

Cuando Facebook lanzó esta aplicación, se llevó a muchos negocios que se lucraban de los cumpleaños. Hay una página, Bebo, que con 100 millones de suscriptores casi se quiebra y le tocó cambiar su negocio por cuenta de las alertas de cumpleaños de Facebook. Al menos con Bebo la gente pagaba por acordarse de los cumpleaños. Ahora nada: el único esfuerzo que hace la gente para acordarse de un cumpleaños es mirar al lado derecho de la pantalla.

Vivimos en un país banal. Nadie como nosotros le da la tanta trascedencia a un cumpleaños, semejante evento tan rutinario, normal y producto de una sociedad de consumo. El colombiano, al día siguiente de su cumpleaños, hace un recuento de quiénes lo felicitaron y quiénes no. Y condena a los que no. Siempre estamos buscando culpables, ladrones, criminales. Incluso en nuestros amigos. Qué bobos somos.

El cumpleaños es, además, una celebración absurda e irrespetuosa. Absurda porque no hay nada que celebrar: nadie ganó nada, no hay nada nuevo, uno no hizo nada bien. E irrespetuosa: somos muchas las personas que odiamos cumplir años porque no soportamos ser centro de atención, la condescendencia de la gente y tener que ser amables con todo el mundo. Pero nada: la gente no respeta eso. Antes uno podía escaparse durante el cumpleaños para que nadie le jodiera la vida. Ahora no: con el internet, como no hay distancias, uno es cumpleañero, así no quiera, donde quiera que haya una conexión de internet. Es decir, en cualquier rincón del planeta. Qué mundo horrible el que hemos inventado.

Publicado en Blog SoHo en agosto de 2011.

Written by pardodaniel

agosto 30, 2011 at 8:37 am

Editorial: por un periodismo más irrelevante

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Permítame hacer, en un exceso de egocentrismo, una reflexión sobre este blog.

Desde que, hace dos años, empecé a escribirlo, nunca he dicho algo relevante. Nunca ha sido la idea; tampoco ha sido informar ni entretener. El único objetivo, lamento decirle, ha sido satisfacer mi gusto por escribir. No es que no piense en los lectores. Ni que el blog haya sido un diario de mi vida. Pero sí ha sido un registro de las cosas que veo, cuya mayoría han sido textos insubstanciales que tal vez solo a mí me interesan.

Una de mis grandes pasiones es la irrelevancia. Me parece que es importante. Me harta la arrogancia de los periodistas cuyos temas, según ellos, son y deben ser relevantes. Me irrita que pontifiquen sobre las noticias trascendentales. Hay cosas más importantes que otras, sí. De hecho, cuando escribo por fuera de este blog, yo soy uno de esos periodistas que escriben sobre la coyuntura y lo que vale la pena que el público conozca y entienda. Pero cada texto tiene un lugar y un lector en el mundo, sobre todo en internet. Y por eso, en este mercado saturado de periodistas serios, yo en este blog de SoHo siempre he tratado de reivindicar la irrelevancia. Sin éxito, lo sé. En vano, lo sé. Pero con juicio.

A ver le cuento qué he hecho con este blog. (Con el último rediseño de SoHo, se borraron todas las entradas, para fortuna del lector; hoy se pueden encontrar en el blog que uso de archivo y linkearé en los siguientes párrafos).

Lo primero que hice con este blog fue escribir sobre Nueva York. La historia de un niño que se perdió en el metro, un artículo sobre la visita de Monty Python a Nueva York, una crónica sobre un freak show en Coney Island, una reseña sobre un auténtico restaurante indio, una reseña de un concierto de soul en Brooklyn, una columna sobre la lecturabilidad en la ciudad o una crítica del alcalde fueron el tipo de entradas irrelevantes que escribí por esos días de 2009 y hoy dan para cuatro irrelevantes páginas de mi archivo.

Era información innecesaria para cualquier lector colombiano, incluido el de SoHo. Como en ese tiempo mi movimiento en las redes sociales era nulo, fueron pocos los que leyeron todas esas irrelevantes letras. Los comentarios de los lectores fueron negativos, como siempre. Pero para mí el blog era una excusa para escribir, practicar y entrenarme con el internet. Por eso lo mantuve. Y por eso, porque me gusta escribir pendejadas, voy a seguir hasta que me sea imposible.

También fue una excusa para escribir irrelevancias cuando me fui de Nueva York, a viajar. Estuve en África, India y Nepal. Y de ahí salió, entre otras cosas insubstanciales, una crónica sobre un edificio en el centro de El Cairo, un seguimiento de una pita, un recuento de cómo un tunecino encontró mi billetera en el desierto del Sahara, la historia de un hombre que no se baña hace 36 años, una visita a un McDonald’s en India y una crónica sobre un matrimonio indio.

De ese viaje de seis meses salió una historia que publiqué en la impresa de SoHo, sobre un templo de ratas en India. Y tengo una pendiente que está por salir en esas páginas.

Cuando volví a Colombia y desde que estoy en Londres he luchado contra esa faceta de viajero que ya no quería tener y que dio con el genial personaje de la Bobada literaria Daniel Petardo. Publiqué, entonces, columnas que buscaban desmitificar esa idea de que viajar es color de rosa: escribí sobre lo difícil que es dormir viajando, los mosquitos y los colombianos en el exterior, entre otras pendejadas.

Desde que empezó este año, he publicado las opiniones que no me publicarían otros medios, sea porque a nadie le importan o porque mi trabajo para esos medios es otro, como escribir sobre periodismo o ser corresponsal. En esas escribí una diatriba contra Mario Kempes, otra contra las botas Dr Marten (que dio con una excelente parodia que rodó por internet), una defensa de los hipsters, una lista de las razones para no bañarse todos los días y una guía para morirse, entre otras irrelevancias.

Este blog es una estupidez. Y así me gusta. Como dije hace poco en una columna, no le veo nada de malo al periodismo estúpido. Y no veo razón para traicionar mi amor por la irrelevancia.

Un amable lector me dijo que no entiende por qué tengo un blog de estupideces –“en el que soy un tronco que se cree chistoso”– y otro de relevancias. Yo, primero, pienso que ambos son malos. Pero le digo una cosa a los que creen que un escritor no puede tener dos o más personalidades: no le veo problema. Mi personalidad no es coherente: tengo un millón de versiones. Todos somos así y esconderlo, creerse homogéneo, me parece hipócrita. Muchos escritores –como Daniel Samper Pizano, Ricardo Silva, Mauricio Vargas o Juan Gossaín– tienen más de una faceta. Uno escribe según el medio y su público. Tal vez todas mis facetas, como ha pasado con estos escritores admirables, algún día cojan coherencia y se vuelvan parte de un discurso homogéneo. Aunque lo dudo. Por el momento, mi interés no es ese. No tengo por qué esconder mi bipolaridad.

También me han dicho que, en mi personalidad SoHo, quiero ser como Zableh, el escritor que empezó su blog en esta página. Tal vez sí, porque también soy un insolente que usa este blog para quejarse. No le veo problema a que homologuen mi estilo al de Adolfo. Entiendo las comparaciones. Y, al contrario: es un honor que me etiqueten como la versión mala de Zableh.

Ahora bien: nada de lo que publica SoHo o cualquier otro escritor que yo cite debe ser visto como irrelevante. El carácter irrelevante de este blog es exclusivo de este blog. Y no de su casa matriz ni sus influencias. Acá el único estúpido soy yo. Y no le veo sentido a que eso cambie. Por eso seguiré, acá, escribiendo estupideces. Así a usted, amigo lector, no le interesen.

Gracias por la lectura, si es que llegó hasta acá abajo. Aunque lo dudo.

Publicado en Blog SoHo en agosto de 2011.

Written by pardodaniel

agosto 28, 2011 at 8:37 am

No todos son Cubillos

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Ya todos, así de rápido, dieron su versión sobre la hackeada a Daniel Samper Ospina. Que merecido, dicen unos, porque le publicaron unos mails privados así como él publicó los de los Nule. Que ponchado, dijeron otros, porque revelaron su faceta maleducada. Que complicidad de los medios, oí por ahí, porque si hubieran sido los mails de Uribe nadie estaría hablando de la hackeada sino del contenido revelado. Y que víctima, como opinamos la mayoría, porque atentaron contra su privacidad.

Pero todo esto está basado en la especulación: las frases fueron sacadas de contexto y algunas, dijo Samper, fueron inventadas. El tema da para mucho debate. Y en lo único que estamos todos de acuerdo es que Johan Armando Cubillos, el estudiante que hackeó a Samper, es un tronco: publicó mal lo que encontró, cometió un delito obvio, no se supo esconder, en fin.

Pero ¿todos los hackers son así? ¿Acaso todos son niños prepotentes que, cegados por esa guerra de egos que es la red, cometen errores irremediables, juegan con la vida privada de personajes públicos y se ahogan en la contradicción? Creo que hay que pelear contra el estigma que se puede desprender del episodio de Samper Ospina. No todos los hackers son delincuentes sin argumentos, como Cubillos. Es más, un adolescente adivinando claves como Cubillos no es un hacker: “en Colombia se perratearon el término”, me dijo Camilo García (@hyperconectado). Ahora que todos estamos rajando de los hackers, vale la pena matizar el debate.

Un hacker –si lo entendemos en su dimensión más general– no es siempre un guerrillero de la red, un delincuente que destruye por destruir. Es un antisistema, y eso no es ilegal. Un hacker, en general, es un experto en tecnología que modifica un sistema para conseguir objetivos y crear nuevos productos que de otra forma es imposible.

Si no fuera por una táctica típica de un hacker, la policía no habría encontrado a Cubillos, porque rastreó su IP desde el computador de Samper. Es decir, hay circunstancias en las que las habilidades de un hacker son necesarias, justificables e incluso legales. Por ejemplo, si un hacker se metiera en la cuenta de Alfonso Cano y revelara su paradero, el hombre sería condecorado por Colombia entera en la Plaza de Bolívar.

Un hacker es como el Robin Hood de la era digital. Julian Assange, por ejemplo, es uno de esos hackers que ha sabido sustentar sus prácticas con argumentos. En los ochenta estuvo en la cárcel por espiar redes de multinacionales y del Estado australiano, en el 93 trabajó con la policía rastreando delincuentes por la red y en este siglo creó Wikileaks, una página que publica documentos secretos de los gobiernos. Wikileaks también viola una privacidad y penetra una red con prácticas ilegales. Por eso en Estados Unidos los quieren juzgar y por eso Bradley Manning, el soldado que filtró los documentos, está encerrado. Pero el valor político y periodístico de los documentos que ha publicado Wikileaks es indiscutible y todo se debe al talento de hackers como Assange. Que, sí, no son lo mismo que Cubillos, pero son un hackers.

Otro que fue hacker es Steve Jobs, creador de Apple. Las Blue Box, por ejemplo, son unas máquinas que permiten hacer llamadas de manera gratuita. Gracias a los experimentos de Jobs en los ochenta con las Blue Box, que eran ilegales, hoy existen los iPhones. El cofundador de Apple, Steve Wozniak, es un ídolo para los hackers.

La World Wide Web –esa red infinita de información gratuita que usted tanto usa– se creó en parte gracias a unos hackers que quebraron los sistemas de proveedores de servicios de internet privados como Prodigy o Compuserve.

Gracias a los hackers podemos conocer las falencias de un sistema digital y mejorarlo. Acuérdese de la película de Facebook, cuando la junta de Harvard le pide explicaciones a Zuckerberg por haber roto el sistema de la Universidad. “Aparte de mis cargos, creo que merezco el reconocimiento de esta junta”, dice el estudiante que cometió un acto ilegal pero descubrió los problemas del sistema. Zuckerberg revolucionó las comunicaciones y las relaciones sociales a punta de algoritmos y de hackear sistemas. Y hoy es víctima, paradójicamente, de múltiples intentos de hackeo.

El libro electrónico, ese artefacto que va a salvar a los medios impresos de la quiebra terminal, fue creado, en parte, gracias al hacker ruso Dmitry Sklyarov, que se inventó el código para pasar la información de algoritmos a letras legibles. Fue a Estados Unidos a dar una conferencia, terminó y lo arrestaron, porque Adobe, la compañía de software, denunció que había hackeado uno de sus códigos. Después se retractaron, hoy está libre y es reconocido como el hombre que hizo posible la masificación de los e-books.

Muchos hackers se arriesgan a terminar en la cárcel y ser condenados por el estigma que ha resultado de los innumerables Cubillos que hay en la red. Pero no por casualidad muchos han salido de prisión a trabajar con agencias de inteligencia y hoy son multimillonarios. Son personas con habilidades extraordinarias.

Que no se confunda hacker con ingeniero de sistemas: el hacker tiene un conocimiento único –no solo tecnológico, sino también político, social y cultural– con el que puede darle un nuevo a rol a un sistema que no terminamos de descifrar. Y que no se piense que yo aplaudo prácticas ilegales, como publicar las intimidades de los demás. Pero hay algo de los hackers, ese conocimiento único y arriesgado que ha dado con los inventos más importantes de nuestra era, que son dignos de celebrar.

Ahora bien: en el mundo hay más Cubillos que Steve Jobs. Y cada vez son más: LulzSec, Anonymous y otras organizaciones hackearon a Master Card, PayPal, Gawker, PlayStation y muchas otras compañías en el último año con argumentos débiles. Y ni hablar en Colombia. Los hackers, en su mayoría, son un peligro al que debemos acostumbrarnos. Un peligro que, sin embargo, en su minoría, también la ha dado cosas buenas al mundo. Supongo que hay hackers buenos y hackers malos. Los primeros van al cielo. Los segundos, al infierno. Ambos, en casi todos los casos, pasan por la cárcel.

Publicado en Kien & Ke en agosto de 2011.

Written by pardodaniel

agosto 18, 2011 at 4:03 pm

Disturbios, Robos y Rap

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Policías antidisturbios en Inglaterra

Mientras la Policía le disparaba a Mark Duggan, Asota atendía a los clientes de su óptica. El asesinato de Duggan fue el jueves 4 de agosto en Tottenham, un barrio al norte de Londres. Y la óptica de Asota, que es una franquicia del imperio de farmacias Boots, queda en Hackney, al este de la ciudad.

El sábado siguiente, 300 residentes de Tottenham se organizaron para protestar por la muerte de Duggan. Y Asota, mientras organizaba las gafas en las vitrinas, seguía las noticias que planteaban dos versiones: que, como pensaban los residentes de Tottenham, la Policía “ejecutó” a Duggan por ser negro; y que, como defiende la Policía, Duggan había disparado en primera instancia. Ninguna versión ha sido comprobada.

El domingo, ya eran 26 los policías heridos durante las protestas en Tottenham. A medida que avanzó el fin de semana, los protestantes pasaron a ser vándalos encapuchados que, por toda la ciudad y después el país, saquearon tiendas e incendiaron carros y edificios. El lunes, Londres colapsó y el barrio donde hubo más saqueos y enfrentamientos fue en Hackney, donde queda la óptica de Asota, el pequeño hombre de raíces jamaiquinas que me atendió desde la vitrina que los asaltantes destrozaron.

“A las 4 de la tarde del lunes”, me dijo Asota, que me atendió de afán porque los señores del seguro estaban por llegar, “todos los negocios de la calle habíamos cerrado. Como en el aviso de mi óptica está el logo de Boots, los asaltantes rompieron la reja y saquearon mi tienda. Yo me devolví para defenderme. Les dije que esta tienda no es de Boots, sino mía. Pero los jóvenes encapuchados parecían locos, ciegos”. Los asaltantes no tocaron las tiendas de barrio, sino las de grandes marcas, como Boots.

Mare Street es una de las calles comerciales de Hackney, un barrio donde confluye gente de todas partes del mundo, sobre todo de Pakistán, India, Bangladesh y, bueno, Inglaterra. Ahí fue que asaltaron el Iceland, un exitoso mercado de comida congelada cuyo saqueo dio vueltas al mundo por YouTube.

Si bien las tiendas ya no tienen sus frutas afuera y los bares están forrados en madera, la normalidad volvió a Hackney al final de esta semana, después de que el gobierno blindó la ciudad con 16.000 policías. Se ven vidrios rotos y los carros de la Policía aturden al peatón cada vez que pasan. Pero al barrio más diverso del este de Londres, donde los turistas van a comer indio, ha vuelto la calma.

Los disturbios se regaron por el Reino Unido y dejaron seis muertos y 1.500 detenidos, entre ellos un niño de 11 años y un profesor de primaria. Los costos fueron estimados en 200 millones de libras. El desorden ha cesado, pero las consecuencias son de largo plazo.

Protestar con violencia es una tradición inglesa. En el siglo XIV los campesinos pelearon en contra del feudalismo y en el XVIII, por la crisis del grano. En los años 80, también en Londres, la gente manifestó su descontento con el gobierno de Margaret Thatcher. Y en 2001, en el norte, radicales de la izquierda se enfrentaron a radicales de la derecha. Cada protesta ha tenido su propio contexto. Y da la casualidad de que siempre ocurren en bonitos días de verano.

El título de The Economist fue contundente: “Anarquía en el Reino Unido”. Los disturbios no son una protesta organizada ni tienen fundamento político. Sin embargo, como argumentó The Guardian, el problema sí tiene un contexto social, cultural y político: en medio de una crisis económica mundial, la juventud pierde la esperanza y responde con violencia a los cortes de un gobierno que acostumbraba darle generosos beneficios económicos a la gente. Encima, los disturbios son consecuencia de una mezcla de culturas que no son necesariamente compatibles, como lo demostraron los enfrentamientos de Birmingham, que dejaron tres muertos. También son la reacción a las tendencias de ultraderecha que rechazan la migración. Por otro lado, hay quienes piensan que los disturbios son una consecuencia de la incapacidad de la Policía de frenar actos vandálicos, entre otras por el miedo de caer en racismo o xenofobia.

La juventud que protagonizó los disturbios, en términos generales, viene de familias de inmigrantes y de la clase trabajadora, que viven de los beneficios del gobierno y caminan por la calle en grupos grandes, hablan un inglés inconfundible y oyen rap. Son los mercaderes de la droga. También incluyen a los hooligans. Se trata de la clase marginal de uno de los países más desiguales de Europa.

Y una de sus facetas más tradicionales es la capucha, ese gorro pegado al saco de algodón que en inglés le llaman hoodie. Se convirtió en un símbolo de la rebeldía en las protestas de esta semana: era el uniforme de los encapuchados. E incluso ha dado con un estigma, que condena a todo joven que lleva un hoodie. Fue adoptado como una prenda de diario cuando los raperos se convirtieron en un modelo a seguir —atléticos, rebeldes, antisistema— para los jóvenes en los ochenta. Después esa cultura se infestó de la estética del narcotráfico y la ilegalidad. “El énfasis del hip hop en la fuerza, el estatus y el ostento aseguró que el hoodie de Rocky Balboa se convirtiera en la icónica e indispensable prenda de una generación”, escribió Kevin Braddock en The Guardian. Es una forma de esconderse, una demostración de su reprimida identidad.

No por casualidad uno de los productos que más se robaron fueron tenis Adidas, también un clásico del atuendo rapero. De hecho, una de las celebridades que dejaron estas protestas cubiertas por las redes sociales, Pauline Pearce, dijo en un desgarrador video: “Estoy avergonzada de ser una persona de Hackney porque no estamos juntos peleando por una causa sino robando Foot Lockers (una tienda de zapatos) y robando”. El video de Pauline, la abuelita de los disturbios de Londres 2011, representa a una cantidad de padres que rechazan los saqueos como forma de protesta política.

Se ha culpado a las redes sociales de ser la fuente de los motines. Llamaron los eventos “The Blackberry riots”, porque por medio del chat de esos celulares, cuyos consumidores son en su mayoría jóvenes, los asaltantes se comunicaron para realizar los asaltos. El primer ministro David Cameron quiere que las redes sociales sean vigiladas y hasta censuradas.

A diferencia de los disturbios de los años 80 en Londres  —inspirados en el racismo y el capitalismo salvaje—, esta vez la tecnología jugó el papel importante que ha tenido en las revoluciones de la Primavera Árabe y las protestas en España. La venta de bates de béisbol por internet subió 5.000%. A un delincuente lo encontraron vendiendo iPhones por la web y la Policía usó Flickr para identificar asaltantes. Sean Boscott, un activista de ultraderecha, hizo un grupo de Facebook en contra de los disturbios que ya lleva un millón de seguidores y ha sido mencionado por el primer ministro. La internet ha sido, una vez más, la gran protagonista.

Otra de las celebridades que resultó de los eventos es Ashraf Haziq, un estudiante de origen malayo que, como vimos en un video, fue asaltado por delincuentes después de que éstos le habían hecho creer que lo ayudarían. Le robaron la bicicleta, un PlayStation —que Sony ofreció pagarle— y lo dejaron sangrando por la boca en la calle. Ashraf salió el jueves del hospital, rodeado de cámaras y periodistas.

El clímax de la historia ya pasó, pero estamos lejos del desenlace. Primero están las consecuencias políticas. Cameron llegó a mitad de semana de sus vacaciones en Italia; aunque las interrumpió, llegó tarde. Su futuro político depende de la forma como maneje los disturbios. Si se “derechiza” más, si decide blindar el país y no dar vuelta atrás con sus cortes, la insatisfacción puede crecer. Si decide ponerle más atención al tema social, arriesga su preciado plan económico. Los disturbios en Inglaterra suelen fortalecer a la derecha, le pasó a Thatcher en los 80. Cameron puede salir fortalecido, si logra “derechizarse” sin sufrir más rebeliones.

Habrá consecuencias judiciales porque casi 2.000 detenidos no es trabajo fácil. El viernes le dieron seis años de cárcel a un estudiante que se robó una botella de agua en la misma noche de los disturbios. ¿Exceso de la justicia?

En el plano intencional también hay consecuencias. La columnista del Wall Street Journal Peggy Noonan alertó el viernes que estas manifestaciones violentas se pueden regar por el mundo desarrollado, incluso en Estados Unidos.

Y están las consecuencias económicas, por el costo de los arreglos. Además, el refuerzo de la Policía, cuyo presupuesto ya había sido cortado por el gobierno, también va a costar mucho dinero. Esto, mientras el mundo está a centímetros de caer en una nueva crisis financiera global.

Las repercusiones se van a ver desde cualquier ángulo. Al frente de la óptica de Asota, en Mare Street, Hackney, hay una farmacia que tuvo la suerte de no ser saqueada. Su dueño, Ashwin Patel, un indio que llegó a Inglaterra con sus padres hace más de 30 años, me dijo que sus ventas se han reducido 75%.

Dave Chapman es el dueño de un bar en Hackney, The Albion, que ha sufrido los disturbios: sus ventas bajaron 40%. Ya quitó la madera de las ventanas. La Policía, que lo llama todos los días, le avisó que el nivel de alerta había pasado al número uno en una escala de cinco. “Pero uno no es cero”, me dijo. “Y en cualquier momento esto se vuelve a prender”.

Una mano de hierro para Inglaterra

El primer ministro británico, David Cameron, contrató esta semana al expolicía estadounidense William Bratton como nuevo asesor de seguridad, en medio de la zozobra que a lo largo de esta semana dejaron las múltiples manifestaciones en Inglaterra.

Bratton es un hombre experto en ejercer control en las ciudades. En los años 90 llegó a la jefatura de policía de Nueva York con el objetivo de retomar la seguridad “manzana a manzana” de una ciudad en crisis, un plan que retomó ocho años después, cuando ocupó el mismo cargo, pero en la ciudad de Los Ángeles.

Sus éxitos fueron indiscutibles en ambos casos, con fuertes redadas e incremento de la fuerza en las calles. La reducción de índices de criminalidad, con un aumento en las detenciones, contrastaba con un incremento cercano al 50% en las quejas de abuso policial.

Publicado en El Espectador en agosto de 2011

Written by pardodaniel

agosto 14, 2011 at 12:46 pm

Días de fuego en Inglaterra

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Una víctima fatal y 200 detenidos

Si no fuera por las  sirenas de los carros de bomberos y de policía, cualquier visitante pensaría que ayer en Londres era domingo. El cielo de verano estuvo azul todo el día, las tiendas cerraron desde por la mañana y las avenidas estaban vacías. Pero las sirenas no cesaban. Ni los helicópteros y los trinos y las noticias de que en el resto del país —Birmingham, Leeds, Manchester, Liverpool y Bristol— también se registraron disturbios. La gente está nerviosa y se nota en el ambiente. Durante la última noche, la más violenta de los últimos días, fueron detenidas 200 personas, 44 policías y 14 civiles resultaron heridos, y un joven de 26 años que transitaba en un carro falleció a tiros en medio del desorden.

Londres no está acostumbrada a esto. La gente apenas se  recupera de los atentados de Al Qaeda en 2005. Desde   los ochenta, la ciudad  no veía a sus habitantes incendiando carros, rompiendo vitrinas y robando televisores de los almacenes (ver nota anexa).

Lo de los últimos cuatro días, sin embargo, es confuso y espontáneo: tiene que ver con los cortes en los subsidios del Estado, el aumento en las matrículas universitarias, la inequidad en uno de los países más desiguales del mundo desarrollado y las comunidades marginales que viven lejos del primer mundo que supone ser el Reino Unido. Los disturbios y saqueos no son organizados por una banda de criminales concreta y la mayoría de los analistas no ven argumentos en los disturbios.


Hackney es el diverso barrio donde se produjeron los motines que dejaron más de 300 detenidos el lunes por la noche. En total, se han arrestado 525 personas y más de la mitad de ellos son nacidos después de 1990. La mayoría de los residentes de Hackney son segundas generaciones de inmigrantes árabes, pakistaníes, indios y bengalíes. Con ellos conviven terceras generaciones de trabajadores ingleses y jóvenes estudiantes que vienen de otros países. Uno de ellos, Franklyn Addo, de 17 años, escribió en The Guardian: “Lo que empezó con un pequeño grupo de personas buscando una explicación de la Policía por la muerte de un miembro de la comunidad terminó en un grupo de personas sin motivos destruyendo comunidades y aprovechando para robar”. Así le hayan disparado, todavía no se ha comprobado si la Policía fue la culpable de la muerte de Mark Duggan, cuyo fallecimiento generó toda esta violencia.

Helios Sánchez, un ‘indignado’ español, escribió en   Facebook: “El paisaje era desolador, y me dio miedo lo que vi en el camino, todos los comercios cerrados, algunos destrozados, contenedores quemados y rotos, bandas de chavales encapuchados, peleas de gente joven mientras saqueaban una tienda cerca de la estación de Hackney Down”, comentó Helios Sánchez en la red social.

Según la cónsul colombiana en Londres, Ximena Garrido, los colombianos que residen en Londres cerca de los barrios afectados —como Seven Sisters, al lado de Tottenham— no han sido víctimas de los disturbios. Al contrario, dice Garrido, “los colombianos han estado muy precavidos: cerraron los establecimientos y mandaron a sus empleados a las casas”. La cónsul estuvo la mañana de ayer hablando con colombianos y la Policía. Ningún problema se registró.

Al cierre de esta edición, varios disturbios fueron reportados en West Bromwich, en el centro de Inglaterra, y 16.000 policías se desplazan al este de Londres para prevenir disturbios por la noche. Sin embargo, los bares han puesto la madera de los inviernos en sus ventanas por si algún disturbio se presenta. La compra por internet de bates de baseball aumentó 5.000%. Londres está nerviosa.

Un país propenso a los motines

Es posible que se deba a una desazón generalizada, a la inconformidad de la gente frente a la crisis económica que obliga al gobierno a recortar gastos, pero todavía los manifestantes no expresan explícitamente sus motivaciones. La muerte de Mark Duggan, un joven negro de 29 años, a manos de policías fue el detonante que de nuevo puso en marcha la ira en Londres, una faceta de la ciudad que despertó y se mantuvo con relativa constancia durante los años 80.

En abril de 1980, un recio operativo del Scotland Yard en una cafetería de Bristol originó una velada de violencia que saldó con 19 policías heridos, 130 detenidos y carros y edificios en llamas, como si se tratara de un calco de la situación que se vive hoy en día.

Al año siguiente, 1981, dos incidentes se archivaron en el libro de la historia de la ciudad. El primero tuvo lugar en Brixton, donde una multitud de cerca de 5.000 personas se enfrascó en una batalla que dejó a 300 agentes heridos después de que un hombre de color fuera apuñalado en plena calle. El segundo ocurrió en Toxteth, Liverpool, donde el arresto de un joven de 20 años fue el inicio de nueve días de enfrentamientos entre la población civil y la Policía. Cerca de 500 personas fueron arrestadas y de nuevo centenas de heridos e incendios inundaron las calles.


Como ocurriera en la madrugada del domingo, Tottenham se convirtió en el foco de brutalidad del Reino Unido después de que una joven mujer falleciera en una redada policial. Era octubre de 1985, el mes en que se registraron los incidentes más violentos de la historia reciente: un policía murió acuchillado y al rededor de 60 personas tuvieron que ser hospitalizadas por heridas de consideración. Ese mismo año, en Handsworth, se recrudeció la tensión entre los pobladores asiáticos y negros, quienes se consideraban invadidos por un exceso de locales comerciales. Con estallidos de violencia, los disturbios se desarrollaron entre las disputas de los dos bandos y la acción de la Policía.

Desde entonces, una relativa calma se mantuvo hasta 2010, cuando los recortes presupuestados por el gobierno de David Cameron originaron multitudinarias marchas por la capital inglesa con esporádicos brotes de violencia entre los casi 50.000 ciudadanos que protestaron. Ahora, los desórdenes vuelven a formar parte de la cotidianidad.

Publicado en El Espectador en agosto de 2011

Written by pardodaniel

agosto 11, 2011 at 11:06 am

Léame

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Me siento idiota pidiéndole que me lea, amable lector. Como ese yuppie que monopoliza las reuniones con palabras sobre su exitosa carrera, hermosa novia y tonificados bíceps: así me siento. Es una de las vergüenzas por las que tenemos que pasar los periodistas hoy en día: promoverse a uno mismo. ¿Acaso mi trabajo (y, de paso, mi vida) es digno de ser promovido? Uno escribe para que lo lean, sin duda. Pero ¿en qué momento el periodista se volvió un relacionista público? Yo no estaba preparado para esto: nadie me dijo que el periodismo venía con estrategias de promoción. De haberlo sabido, habría dudado. Porque no me convence lo que hago, porque no estoy orgulloso de lo que escribo, porque mi especialidad no es vender. Y mucho menos venderme a mí mismo. Tengo inseguridades, y dudas, y promover mi trabajo no es una práctica que me sienta cómodo haciendo. Me parece de mal gusto, de mala educación. Así que lamento tener que ponerle mis artículos hasta en la sopa, querido lector. Pero es que, entiéndame: si no usted no me lee. Y mi trabajo queda en el olvido.

Una de las características del nuevo periodismo, después del sacudón del internet, es que los periodistas deben usar las redes sociales –fotos de vacaciones incluidas– para promover su trabajo y darse a conocer. ¿Cómo es esto de que el periodista es, también, un promotor?

Solo los columnistas con nombre y cuyos medios son plataforma suficiente para que la gente los lea no están en Facebook, Twitter, Google + y demás redes sociales. Ni Daniel Samper Pizano, ni María Isabel Rueda, ni Antonio Caballero tienen que promocionar sus columnas. Igual, es raro encontrar periodistas que no estén en las redes sociales. Los que no están es porque no lo necesitan: Christopher Hitchens o Robert Fisk son ejemplos. Pero, en general, los periodistas deben estar en las redes sociales, haciendo de sus nombres una marca. El Daily Beast y el Hufftington Post le exigen a sus reporteros tener una cuenta activa en Twitter.

Porque en las redes sociales está la información. Facebook ya tiene 700 millones de usuarios; Twitter, 200. La mayoría del tráfico de los medios digitales viene de ahí: es más la gente que entra a esta revista porque les llama la atención un tema que alguien recomendó en Facebook que la gente que entra todos los días a ver qué de nuevo ha publicado Kien&Ke.

Cada periodista tiene algún tipo de estrategia –una personalidad– en las redes sociales. Daniel Samper Ospina, por ejemplo, hace chistes e interactúa con sus más de 130 mil seguidores en Twitter. Y, como si fuera su versión de la misa, todos los domingos desde las siete de la mañana se sienta juicioso a promover su columna. Cuando escribió sobre Chávez, mencionó a varias personalidades chavistas. Algunos le respondieron furiosos, porque “nadie se burla del comandante Chávez”. Eso dispara el tráfico de una columna. Además de esto, así como muchos otros periodistas, Samper retuitea los comentarios favorables que la gente hace de su trabajo. Y también bloquea, como Vladdo, a los que lo atacan.

Algo diferente hace Daniel Coronell, que durante la semana le pregunta a la gente su opinión sobre temas ético o políticos. Dialoga, y después retuitea algunas opiniones. El domingo, pudoroso, Coronell manda un link de su columna, con un tierno “por si quieren leerla”.

Son diferentes estrategias, y cada vez salen más manuales que argumentan cuál es la mejor. Con el internet se disparó la necesidad de que el periodista tenga un perfil y una especialidad: la de Samper es el humor y la de Coronell el periodismo duro de investigación. Y hay gente que, por fuera de una publicación, ha creado un medio con su propio nombre. Adolfo Zableh, por ejemplo, tiene diferentes blogs, pero la gente no lo lee por el tema ni el medio donde lo escriba, sino porque es él, que tiene un perfil particular.

En el exterior están los mejores ejemplos. Andy Carvin, un productor de radio gringo, es conocido como el periodista del futuro: corresponsal de la NPR en la primavera árabe, el hombre se ha convertido en una personalidad en Twitter, porque dialoga con los protagonistas, denuncia y reporta las últimas noticias. Otra de las celebridades es Anthony de Rosa, un hombre que poca gente conoce como editor de Reuters pero muchos identifican por el juicioso y versátil seguimiento que hace de las noticias en Twitter. Cada uno de ellos –con su respectiva foto y biografía y personalidad digital– se han convertido en un estilo de medio de comunicación que la gente consulta. En una marca.

Otra de las facetas de ese periodista del futuro es que su oficio es multimediático. Periodista que no sabe grabar video, editarlo y presentarlo, periodista que cojea. A los reporteros del New York Times les toca hacer un documental de los reportajes que escriben. En otras palabras: a la cuenta en Facebook y Twitter hay que adicionar una en Youtube. Y en Tumblr, y WordPress, y LinkedIn y no sé cuántas más.

Escogí una carrera que me garantizaba estar detrás de las cámaras. Y ahora resulta que debo, también, estar al frente, dando la cara y presentando mi trabajo. Y no hay vuelta atrás: así es el mundo de ahora, donde la persona privada –esa llena de inseguridades y dudas– es la misma persona pública. Ese es mi trabajo: estar activo en las redes sociales y, por medio de ellas, infestar el contenido de mis seguidores y amigos con mi trabajo. Y tal vez no tenga nada de malo, y sea problema mío –que estoy lleno de cosas malas– que me siento incómodo haciendo de mi vida una marca. En todo caso, no tengo más remedio que hacerlo: www.pardodaniel.wordpress.com
Publicado en Kien & Ke en agosto de 2011.

Written by pardodaniel

agosto 4, 2011 at 2:57 pm