Daniel Pardo's Blog

Un reguero de letras, por Daniel Pardo

Archive for May 2011

Me compré una bicicleta

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¿Y se supone que yo, desde este teclado, le voy a explicar lo que pasa en estas tierras nuestras que algunos, los de actitud positiva, llaman país? Permítame, por favor, no tratar. ¿Se supone que le debo decir algo inteligente? ¿Ese es el trabajo del columnista? ¿Debo tener una posición, una versión extraordinaria de lo que pasa en este barullo? No puedo: perdóneme. En este circo es muy difícil ser acertado y estar informado. Yo ya me cansé de tratar: leer Twitter, los periódicos, La silla vacía, las columnas de Coronell, todo me parece abrumador. Quedo saturado y me cuesta tener opinión atinada sobre este caos. No le creo a nadie. No me identifico con nada. Todo me parece un bochornoso desplante al ser humano. Y ya. Colombia me agota. Quisiera no tenerle que dedicar más tiempo. Puede que sea una actitud propia de mi ignorancia e inmadurez. En cualquier caso, desde este teclado Colombia se ve insoportable, y temo que mi única salida es no pararle bolas.

Entiendo: como pasan tantas cosas traumáticas en Colombia, el periodista tiene mucha información que analizar. Es su labor y para eso está el método periodístico. Pero ¿y si rebosa la copa? ¿Y si ya no le ve sentido práctico o conceptual a hablar de todos estos males que nos poseen y nos ahogan a diario? ¿Qué tal si el columnista, como los demás colombianos, se acostumbra a las noticias trágicas y decide pasarlas por alto? ¿Acaso no tiene derecho? ¿Puede el columnista, como todos los demás, dejar de tratar de explicar el mundo y dedicarse a pensar que, sí, Colombia está mal pero él no va a hacer nada y se va a dedicar a sembrar helechos? ¿Puede el columnista desentenderse de las tres primeras páginas del periódico?

Es que vea lo que pasa: trafican bienes en la Dirección Nacional de Estupefacientes, hackean la página de le Registraduría, la capital no tiene alcalde, usan sospechosamente la información del computador de un guerrillero que mataron sin escrúpulos éticos, algún funcionario de gama alta del gobierno ordena chuzar con impunidad a la oposición, mienten sobre las desmovilizaciones, la gente pierde sus casas porque sus vecinos son guerrilleros o porque se inundan, juegan con los fondos de Fosecon, las AIS reparten con arbitrariedad los subsidios agrícolas del Estado, le entregan unas zonas francas a los hijos del ex presidente, adjudican notarías para reelegir a un presidente, ministros y funcionarios de la salud se alían con bandas criminales, los paramilitares perviven, los Nule estafan a medio país, el alcalde es cómplice, regalan Incoder a la mafia, SaludCoop es un mafia. Aquí aparece una noticia histórica por minuto: cada vez que uno abre los periódicos, cada media hora, hay un nuevo escándalo indescifrable, insólito, impune. Y puede ser mentira o puede verdad: reinan las imprecisiones y los rumores. ¿Y se supone que el columnista lo debe interpretar y explicar al instante? Al carajo con esto: renuncio a Colombia. Prefiero cortar pasto.

Yo no sé cómo a alguien le da por ser periodista en este barrial. Tomar esa decisión es decir ‘bueno: amo tanto a mi país, quiero hacer tantas cosas para explicarlo, que voy a vivir una vida de frustraciones’. ¿Ha pensado en la vida que puede tener Daniel Coronell? Lo persiguen, lo calumnian, lo mandan al exterior, y él, sin embargo, juicioso, todavía tiene ganas de buscar documentos tediosos y explicarlos en una columna reveladora. Lo mismo con un columnista como Ernesto Yamhure: ¿usted se imagina lo duro que puede ser defender unas ideas anacrónicas y sospechosas? El trabajo del periodista en Colombia es difícil, frustrante, mal pagado y peligroso, porque las noticias son desgarradoras y desalentadoras y porque los directivos y editores se dejan llevar por intereses ajenos a la noticia. Así que, amigo periodista: no se preocupe si siente que la realidad colombiana opacó su capacidad de análisis. Es apenas normal y humano.

Y la gente, por alguna razón inexplicable, todavía piensa que el país va bien. ¿Cómo no se va a frustrar el periodista si nadie lo oye? Quisiera saber quiénes son y qué les hace pensar que el país va por buen camino. Así la administración anterior no hubiese tenido la culpa de ninguno de estos escándalos, en cualquier país con criterio la gente estaría indignada, consciente de que el país va de mal en peor. En Colombia, sin embargo, la gente está feliz.

Y una de las razones de esa actitud tan incoherente con la realidad es que todos pasamos las páginas del periódico como si todos los días fueran iguales. Las noticias nos entran y salen por los oídos y se nos olvida con rapidez que el país lleva 200 años desbaratándose. Leemos a Coronell el domingo, y el martes ya ignoramos el tema. La élite de los periodistas vive en una realidad distinta a la que vive la opinión pública. En un país donde la gente parece no pararle bolas a los medios, donde los columnistas manifiestan su descontento pero la población responde con una moneda cuadrada, no dan ganas de ser periodista.

He llegado al punto en que no puedo creerle a nadie. Los medios me parecen sesgados; los políticos ladrones. Las buenas intenciones de la gente trabajadora me deprime, porque sé que se van a ver frustradas más temprano que tarde. Después de que pasa algo bueno -como la limpieza del equipo que quiero, Millonarios, o la aprobación de una ley necesaria, la ley de víctimas- aparece algo que me desalienta, y vuelvo a mi estado natural, el de un periodista y colombiano frustrado.

Por eso he decidido comprar una bicicleta. Y esa es la noticia que quiero tocar en la columna de hoy: Daniel Pardo, el egocéntrico columnista que escribe de medios, se compró una bicicleta esta semana. La compró en rebaja, con 40 por ciento de descuento. Es negra, de un solo cambio y tiene rines y pedales blancos. A pesar de que es un poco pesada, tiene timbre y reflectores para la noche. Si bien los grips son incómodos, el asiento no duele. Porque escribir sobre su país lo satura y frustra, Daniel Pardo dedicará sus preocupaciones y opiniones a una bicicleta, que es suya, intachable, incorruptible. Va a dejar de preocuparse por su país, va a dejar de leer a Coronell y le dedicará su tiempo a la bicicleta. Al fin y al cabo, da la misma si se preocupa o no por Colombia: igual todo va a terminar mal, como siempre.

Publicado en Kien & Ke en mayo de 2011.

Written by pardodaniel

May 26, 2011 at 10:55 am

La aburrida conferencia de Uribe en Londres

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El ex director del London School of Economics, Sir Howard Davies, tuvo que renunciar hace un mes, porque se probó que la legendaria universidad había recibido una donación de un millón y medio de libras por parte del Coronel Muammar Gaddafi, el tirano que por estos días se enfrenta a la población civil en Libia. Davies también admitió que se reunió con Gaddafi y que la universidad mantuvo una relación cercana con el dictador.

A eso se refería un artículo del periódico londinense The Guardian el viernes pasado, cuando cuestionó a la universidad porque invitaron al ex presidente Álvaro Uribe, una figura que por estos lares del mundo no corre con la misma suerte de aceptación pública que goza en Colombia. El ex presidente ha sido criticado por The Economist y The Financial Times, y en los ámbitos académicos casi siempre salen a relucir críticas a su gestión. En un país donde los métodos políticos se cuidan como un tesoro nacional, donde los modales del actuar político son muy rigurosos, figuras tan fuertes como la de Uribe son vistas con escepticismo. Y fue por eso que yo pensé, porque esa ha sido mi impresión sobre los académicos en Inglaterra, que a Uribe lo iban a recibir con una protesta argumentada y seria. Pero de eso no hubo nada.

La protesta que le hicieron en la puerta del colegio más internacional del mundo era de no más de treinta personas. Con pancartas que decían “Crímenes en contra de la humanidad, corrupción, violación a los derechos humanos”, los pocos estudiantes que se pararon al frente del recién terminado edificio del departamento de ciencias sociales no pasaron desapercibidos pero sí resultaron irrelevantes. De esos estudiantes, la mitad eran extranjeros y la otra mitad colombianos.

Pero en el auditorio de 400 sillas donde Uribe dio su conferencia las proporciones fueron muy distintas, porque las personas que intervinieron se delataron en su acento y porque, en general, uno puede distinguir con facilidad a los colombianos en tierras foráneas. Por eso fue que, en términos generales, la conferencia fue más aburrida que la protesta que estaba afuera.

El día que LSE sacó las inscripciones para la conferencia ‒la entrada era gratuita, pero había que registrarse‒, la página de LSE se cayó. Y aunque la agente de prensa no me pudo confirmar si había sido eso lo que tumbó la página, los cupos se acabaron una hora después de que la página volvió al aire.

Al ex presidente lo ovacionaron cuando subió a la tarima. Fue un aplauso sólido, sin astillas. Después, el profesor George Philip dio una breve introducción y Uribe, de vestido gris, camisa blanca y corbata rosada, pasó al micrófono. Y dijo: “Yo sé que me invitaron a dar un discurso, pero prefiero que pasemos de una vez a las preguntas”. Y también dijo: “yo sé que hay periodistas con preguntas, pero démosle prioridad de los estudiantes y profesores”. Philip no le vio problema, pero, como se acostumbra en este país, pidió que el público hiciera de a tres preguntas y después Uribe contestara las tres en una intervención resumida. Al él le pareció ilógico y, entre risas, al final fue una conferencia de preguntas y respuestas inmediatas.

Y fue una conferencia aburrida, digo, porque no fueron tocados ninguno de los temas que tienen al ex presidente en el ojo del huracán en Colombia. Se notó que los 400 asistentes eran en su mayoría colombianos y que la proporción en términos de aceptación era igual a la que indican las encuestas: 70%.

Uribe elogió a Felipe Calderón, dijo que ve con escepticismo la elección de Humala en el Perú, escogió no hablar de las políticas internacionales del gobierno de Juan Manuel Santos, dijo que el bombardeo al campamento de Raúl Reyes fue un mal necesario,  aclaró que los falsos positivos no fueron una política de gobierno, y que en su Presidencia protegió los derechos de los sindicalistas. Al final, le propuso a Dilma Rousseff, la nueva presidenta de Brasil, que revise el alojamiento de terroristas en Ecuador y Venezuela.

Como periodista, reporto que no hay noticias para destacar de la conferencia. No porque no contestara las preguntas que le hicieron, como suele pasar, sino porque las preguntas en sí fueron mediocres. Todo se desarrolló dentro de los parámetros y lugares comunes que los colombianos ya hemos visto hace años. Nadie preguntó nada nuevo sobre los escándalos de corrupción que se destapan a diario, y que deben ser esclarecidos por él: la salud, las “chuzadas”, sus familiares, el conflicto armado, el computador de Reyes.

Sólo dos cosas llamaron la atención en la conferencia. El primero fue que en un momento unos estudiantes alzaron una pancartas que mencionaban el caso de las “chuzadas” del DAS. La gente se volteó, el presidente siguió con su respuesta sobre Brasil y sacaron en silencio a los protestantes. En ese momento, un trino en el hashtag #lsecolombia se preguntó si eso no violaba la libertad de expresión.

El segundo evento extraordinario fue que, de la nada, Uribe pidió que no se le diera la palabra a Hollman Morris, porque le habían informado que estaba en el público y él no quería entrar en discusiones con Morris, uno de sus opositores más insistentes. Uribe dijo: “Mi gobierno desmanteló y debilitó a los terroristas. Y, después de darle todas las garantías a la Cruz Roja para realizar una liberación de secuestrados en colaboración con Brasil, nos enteramos de que Morris, en nombre de la libertad de prensa, se había reunido con los terroristas para intervenir en la liberación. Yo tolero a los periodistas y la libertad de expresión, pero no tolero que los periodistas sean permisivos con los terroristas”. Ahí, en el aire, quedó esa intervención de Uribe sobre Hollman Morris. El periodista confirmó en Twitter que se encuentra en Boston y por eso es difícil entender por qué Uribe pensó que él estaba dentro del público.

Fuera de eso, el público del London School of Economics no dio la talla para hacer el debate coyuntural y crítico que se esperaba, donde el presidente diera su versión sobre los temas que cuestionan su administración por estos días.

El ex presidente vivió un año en Oxford y conoce muy bien Londres. Este viaje hace parte de su vida después de la presidencia: viajar por el mundo para exponer y defender el legado de su Gobierno. El sábado pasado dio una conferencia más pequeña en el London Bussiness School, y antes estuvo en México y Portugal. Mañana viaja a Estados Unidos, luego a Centroamérica y volverá a Colombia en una semana y media. De iPad, MacBook, Blackberry y zapatos crocs al hombro, Uribe es un conferencista reconocido en el mundo. Reconocido para bien y para mal, aunque pareciera que en London School of Economics nadie cuestionara su administración.

Aclaración: el ex presidente Uribe no vetó la palabra de Hollman Morris en la conferencia de ayer en Londres. Al contrario. Óscar Guardiola pidió que le preguntaran en la conferencia por Morris. Después Santiago Pardo, presidente de la comunidad colombiana de LSE, se lo mencionó a Uribe antes de la conferencia. Y fue por eso que Uribe habló sobre Hollman Morris durante el evento. Me excuso por la imprecisión en el artículo. Daniel Pardo.

Publicado en Kien & Ke en mato de 2011.

Written by pardodaniel

May 25, 2011 at 4:06 pm

La funesta historia de nacer hincha de Millos y el Real Madrid

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Todo iba bien hasta que nací colombiano. Ser colombiano, lo sabemos, es malo en muchos sentidos. Pero sobre todo cuando se habla de fútbol.

Colombia es un país futbolero –a saber, un país cuyo deporte nacional es el fútbol– pero no sirve para jugar fútbol. Perdemos una y otra vez, y seguimos insistiendo en que vamos a salir adelante. Compramos la camiseta, vamos al estadio, pero una y otra vez nuestras habilidades futbolísticas nos decepcionan. Gana Falcao con el Porto, y creemos que eso tiene que ver con Colombia. Pero nos engañamos con eufemismo. Porque nos ilusionamos y al final perdemos.Y así será en la Copa América.

Digo que todo iba mal hasta que nací colombiano porque yo soy uno de ellos: de los que fervientemente se ve un partido de la Selección hasta el final, porque, dizque, ‘la esperanza es lo último que se pierde’. Así no lo grite –por falta de personalidad– yo siento el ‘sí se puede’. En cuanto al fútbol, amo a mi país. Y ese es uno de los tantos eventos desafortunados con los que me encontré después de nacer.

Otro, evidentemente, fue nacer amante del fútbol en sí. Fue el colegio. Fue mi papá. Fueron mis amigos. Fue mi país. Entre todos ellos se encargaron de que lo primero que haga todas las mañanas desde que sé leer sea revisar las noticias deportivas. Y por eso los desprecio. Porque el fútbol es un amor innecesario. Una religión sin paraíso. Una victoria de un día. Sí, claro: es la mejor de las pasiones, la única válida de las religiones. Pero igual no vale la pena sufrir tanto.

Tengo un amigo que le da exactamente mismo si Colombia gana o pierde. El tipo no se deprime. Cuando Colombia juega, su domingo es como cualquier otro. Me ve pegado al televisor, como un zombi, y no me entiende. No entiende por qué un juego me saca tantas canas. Yo sí lo entiendo a él, porque el fútbol un juego por el que no vale la pena morirse. Pero no asimilo cómo lo hace. Quiero ser como él: que una pantalla con un partido de fútbol me dé lo mismo que una pantalla con un programa de televentas. La gente que se desentiende del fútbol se ahorra mucho sufrimiento y viven una vida mejor: lo aseguro.

Pero ser amante del fútbol y ser colombiano no bastó. Tenía que ser hincha de Millonarios. Yo lo quiero, lo adoro. Celebro desde mi computador cada vez que Millos gana. Pero lo odio. Porque, sobre todo, tiene connotaciones con las que no me identifico. Me ilusiono con la limpieza de José Roberto Arango y la clasificación a las semifinales. Pero sé que más temprano que tarde va a haber una nueva decepción. Nunca me ha tocado un título de Millos. Dicen que se ganó 13, pero como que todo fue comprado. Millos, como la Selección, es un equipo que si logra clasificarse a algo es con las uñas, amarillentas y mal cortadas. O con corrupción. El día que Millos gane algo lo voy a celebrar con las entrañas, pero seguiré pensando que habría preferido no ser amante del fútbol, y ya. No me veo siendo hincha de cualquier otro equipo en Colombia. Pero me habría encantado no ser hincha de Millonarios.

Pero esto no es nada. Con esto habría podido vivir. Faltaba más, resulto hincha del Real Madrid. Ahí sí que todo, íntegro todo, salió mal. Como me eduqué con la televisión por cable y el internet, resulté siendo hincha del Real Madrid. Qué mala suerte. Y no lo digo por sus recientes fracasos: gane o pierde, desprecio y adoro al Madrid. Pero qué desgracia. Porque el Real Madrid va en contra de todas las cosas que yo quiero ser como persona: es elitista, racista, pretencioso, exclusivista, gastador. Me da pena celebrar los goles de Cristiano Ronaldo. Niño bobo, ese. Inmaduro. Se la pasa echándose flores y ufanando de sus fanáticas en Twitter: el otro día trinó que él es jugador que más bicicletas hace en La Liga. ¿Y eso qué, señor? Esas bicicletas no sirven de nada: da la misma no hacerlas. Son pura parafernalia.

Cristiano Ronaldo Images

Pero es que, precisamente, el Madrid es un equipo de mera parafernalia, que vive hablando de su historia, como si en el fútbol la historia significara algo. Sus hinchas, por ejemplo, son el tipo de persona que me cae mal: franquistas, utilitarios, derechistas. De esos que, en el fondo, creen que la solución de la pobreza es matando a los pobres. De esos que prefieren un libro de historia a una novela. De los que creen tener la razón en todo. Que van a misa solo para salvarse en salud. De los que se emborrachan y o le pegan a uno o le hablan a dos centímetros de la boca. Gordos, corruptos, solapados. Piense en Berlusconi, Bush, Pinochet, Valencia Cossio. Así es el hincha del Madrid: que no sabe bailar, que le pone los cachos a su esposa, que le pone a su hijo su mismo nombre.

Así es el Madrid. Un equipo que, con el argumento viejo de la tradición y los legados, representa todo lo que yo no quiero ser: porque se inventa que los jugadores del Barcelona se dopan, porque hace trampas que solo violan códigos éticos, porque tiene un técnico arribista y arrogante. Un equipo en cuyas elecciones siempre hay escándalos de corrupción. Absurdo como suena, me encantaría no ser hincha de este equipo. Pero ya no puedo hacer nada: nací como soy, y con estas trabas voy a tener que vivir hasta la tumba.

Y es mi culpa: ya lo sé. Quién me manda. Estas instituciones están en todo su derecho de actuar como quieran. El problema soy yo, que resulté ferviente enamorado de sus colores. Y eso no va a cambiar. Sé de un hombre que, a los 50 años, decidió no volver a ver y hablar de fútbol. Y se retiró. Yo no tengo esa inteligencia. Y por eso voy a seguir siempre gritando los goles de Cristiano Ronaldo, así él sea la única persona del mundo que torturaría con placer. Porque mi odio se desvanece cuando me dan el placer de la victoria. Porque prefiero ver a la Selección Colombia, así pierda, que el sexo. Porque soy tan bobo, tan desafortunado y tan colombiano, que resulté siendo un apasionado seguidor del fútbol. Qué mala suerte.

Publicado en blog SoHo en mayo de 2011

Written by pardodaniel

May 20, 2011 at 8:45 am

Mejor bueno por conocer que cualquiera conocido

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A todas las personas que les mostré el lineup del Great Escape Festival les pareció una desventaja no conocer a ninguna de las bandas. En términos literales, ni el más juicioso de los melómanos en Colombia conocería al menos el uno por cierto de las trescientas bandas que se presentaron en este festival. Y eso, después de una primera mirada, de una mirada colombiana que prefiere a un malo conocido que a un bueno por conocer, era una desventaja: al fin y al cabo, ¿quién quiere ver una banda que no conoce? Pero resultó que no conocer a ninguno de los grupos fue, precisamente, la ventaja.

Permítame, señor lector, empezar de nuevo: el mundo es un lugar monótono, injusto, miserable. Eso nadie lo puede negar. Uno empieza la semana, metido en este lunes grisáceo por el que la gente divaga con la cara hacia el piso, y mira el iPod, mira iTunes, mira Last.fm. Y se encuentra con lo mismo de todos los días: un grupo ya conocido, un sonido fuera de contexto que recomienda la emisora, un trancón depresor. Y sigue la vida, afligido, porque no tiene otra salida.


El Great Escape Festival, en Brighton, fue para mí una salida: una prueba de que no todo en este mundo me aburre. Sí, es una experiencia personal: a mí todo me aburre y tal vez a usted no. Pero, en cualquier caso, este festival no aburre ni a Adolfo Zableh. Porque cada detalle está bien puesto: porque está perfectamente curado y todos los grupos argumentan su presencia. Hace mucho tiempo que no me gustaba tanto un evento: no le veo nada de malo, ni una espinita, a este festival que desde hace seis años da a conocer nuevos grupos. Ahora bien: la idea no es novedosa: desde 1987 se realiza en Texas el South By Southwest, un festival de cine, música e ideas exclusivamente nuevas.

Dicen, pues, que el Great Escape es la respuesta británica al SXSW. Y qué respuesta. Brighton, casa del festival hace dos años, es una de las pocas ciudades alegres de este lánguido país: está el mar, está el parque de diversiones en el muelle, está la playa de piedritas que no ensucia, están las calles angostas, están los jardines en cada esquina. No hay manera de que Brighton en primavera no le mejore el genio al alicaído.

Y más si lo recibe con buena música. Con dificultad le podría hacer entender al lector la satisfacción que genera ver tanto talento en dos días. Permítame no tratar, por favor. Porque, primero, esto no es lo mismo que ir a Glastonbury y ver a los Cold Plays y a los Radioheads. Esto es, más bien, como encontrar un diminuto restaurante escondido en una calle desapercibida donde sirven la que para uno es la mejor comida del mundo. Es como encontrar, por fin, a su escritor favorito y no quererle decir a nadie. Se siente puro, genuino y los músicos son de carne y hueso. Es como cuando uno, precisamente, encuentra una canción nueva que no puede ni quiere dejar de oír.

Así estoy yo en este momento, después de haberme bajado toda la música que vi en el Great Escape: no puedo para de oírlos un minuto, y ni siquiera me importa quemarlos o dárselos a conocer al lector. Así que aquí vamos: está, por ejemplo, Yaaks, un grupo de hipsters traídos del sureste de Inglaterra que tocan clásico indie derivado de Francis Ferdinand con la clásica energía de este siglo.

Está, también, We were evergreen, tres parisinos de no más de 25 años que –con una guitarra, un cuatro, y la marimba de Fabianne, una de esas francesas flacas, idílicas, sencillas, pelinegras– le alegran el día a cualquier amargado.

Después de que me negaran la entrada al evento principal de ese día –con Friendly Fires en el escenario, entre otros– entré por accidente a uno más de los veintiún recintos musicales. Vestida con un gabán negro de metalero, saco de capucha gris y sudadera de niño, la poetiza Kate Tempest –de veinticuatro años pero con cara de quinceañera– tenía a unas doscientas personas con la boca abierta a punta de los versos que rapeaba a capella. No tengo nada más que decir sobre ella y su grupo, que lanzarán un disco el próximo mes: véalos, y entenderá por qué es mejor dejarlo sin adjetivos calificativos.

Acto seguido, entré a una iglesia de pequeña escala, donde el señor James Vincent McMorrow y su guitarra y su voz traída de no sé dónde mantuvieron por al menos una hora a ciento cincuenta personas en perfecto silencio. A él y a sus sencillísimas composiciones también los vi también al pie del mar. Se reivindica en el mundo el género patentado por Bob Dylan: un tipo humilde y tímido que deleita al mundo con su voz y su guitarra.

Después fue el grupo Villagers, otros jóvenes que hacen música para adultos en la línea de la banda sonora de Into de Wild. El disco de Villagers, Becoming a Jackal, grabado en el norte de Irlanda, es el que no puedo parar de oír, porque, por un lado, me identifico con el tono y las letras, y porque, por el otro, me hace pensar que la música irracional y estrafalaria –llámele Drum and Bass, llámale Lady Gaga– no es lo único que nos ofrece la industria de la música hoy en día.

Permítame, amable lector, volver a empezar: el mundo de hoy es como un calentado mal hecho: abigarrado, maloliente, sin sal. El Internet batió a la tierra como si fuera un jugo de naranja reposado: lo revolvió, lo abigarró. Y también lo hizo con la música, cosa que en este festival se notó a leguas: no hay grupo de los invitados que no tenga una estrategia de internet concreta y pensada según su público, sea para regalar o para vender su música. Encima de los 300 conciertos, el Great Escape le pone a uno más de cincuenta conferencias con expertos en tecnología y en el negocio de la música. Hoy la música, así suene desafortunado, viene con una avalancha de eventos que están en la red, y cualquier que quiera ser músico lo tiene que saber y entender. Y de ahí la pertinencia de las conferencias.

Tanto cambió el internet a esta industria, que los rockstars de hoy son adolescentes que a duras penas saben cantar, como la señora Gaga y el niño Bieber. Si fuera en el mundo de hace treinta años, ninguno de ellos habría alzando semejante fama que tienen. Así que, por favor, permítanme dejarles una conclusión a los que están en el plan de ser rockstars: o son Justin Bieber, o son Conor J. O Brien, el tímido, enano, humilde y tranquilo líder de Villagers, el grupo que, como decía, no puedo para de oír. Ustedes verán.

Fotografía por: Juan Daniel Taboada

Publicado en Revista Exclama.

Colombia y sus blogs

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“Sí, tengo el blog más leído de eltiempo.com. Y sí, ya salió mi libro: A usted también le ha pasado ¡Admítalo!” Esa es la –cómo le ponemos: ¿arrogante? ¿tonta? ¿innecesaria?– biografía en Twitter de Agamoso, un blog que tiene artículos como “Cosas que nos pasan a los hombres en baños ajenos”. Habla de eventos diarios de un ejecutivo colombiano. Usa diminutivos, vive con la mamá, es metrosexual y se pregunta, entre otras, “¿qué hombre no ha babeado frente a unos ojos felinos, un escote inmoral y unas nalgas forradas en apretados jeans sin bolsillos traseros?”

Así es el periodismo que tenemos, Colombia. O mejor: esa es la creatividad que poseemos; nosotros, los colombianos.

Un blog puede ser –y ha sido– muchas cosas. Pero, en general, es una serie de artículos cortos publicados de manera cronológica por una sola persona sobre un tema concreto. La diferencia entre un blog y un medio digital es que el primero es individual, subjetivo, casero. El segundo es en equipo, tiene prepuesto y busca informar y lucrase. Un blog sale de la nada, no se reduce a la información y no tiene, en principio, ánimo de lucro. ¿Cómo le va a Colombia en blogs?

En general, regular bien gracias. Para empezar, no hay forma de medir cuáles son los más leídos y tampoco hay una organización o premio que mida cuál es mejor y más relevante. Sin embargo, si uno se basa en su movimiento en las redes sociales, en la cantidad de comentarios y en la conocedora voz de @hyperconectado, los más leídos son los de farándula: La fiscalía y Farándula. A pesar de que están mal escritos y mal diseñados, mueven tráfico y pauta por los temas que tratan: no arriesgan ni proponen nada nuevo en la cobertura de la farándula en Colombia. No hay opinión, no hay pluma, no hay reportería. Hay chismes, y eso, lo sabemos, es lo que nos gusta en Colombia. Y al mundo: los blogs más exitosos han sido de farándula, y han revolucionado, contrario a los que pasa en esta selva, lo que era el cubrimiento de la farándula en impresos: Perez Hilton, por ejemplo, publica fotos de famosos con provocadores comentarios. Gawker, hoy un imperio, se burla de la farándula con un humor impecable. Farándula no significa lugares comunes, pero en Colombia parece que sí.

Lo mismo pasa con el cubrimiento de la tecnología: el internet probó –con casos como Gizmodo, Techcrunch o Mashable– que la tecnología se puede cubrir sin tedio. Sin embargo, lo que hay en Colombia no refleja eso. Los únicos blogs que dicen vivir de bloguear en Colombia son de tecnología: Guapacho y Café gua guau, dos recicladores de notas gringas que tienen mucho de colombianos: diseño aparatoso, errores de ortografía, etcétera. Enter, que sí cubre tecnología con éxito, no es un blog a secas.

Lo que sigue en la escala de los más leídos es ejemplos como el de Agamoso, que, a punta de identificar al lector promedio con mirar unos pantalones sin bolsillo en el trasero, han llegado a publicar libros y salir en las secciones de farándula de los noticieros. Los blogs de los medios son, en general, muy malos, porque no son pagados y no hacen lo que en teoría deben hacer: cubrir un tema tiempo completo, como lo hace Andrew Sullivan, el bloguero norteamericano que publica casi 50 entradas políticas al día. Eso es un blog de verdad. Porque los de La silla vacía, por ejemplo, son columnas de opinión.

En general, uno siente que los medios –como Semana o El Espectador– tienen blogs por obligación. Y como no les cuestan, publican lo que sea. Pero hay ejemplos que desmienten esa tendencia. En SoHo triunfó un blog que escribía una prepago: una excelente idea que en Colombia no tiene pierde. De la página de esa revista también salió La copa del burro, un blog que se hizo popular por despotricar de Shakira, Manizales y, en general, la vida. Con pluma, pensamientos inteligentes y honestidad, La copa del burro, que también habla de cotidianidades como hacer mercado en Carulla, es de lo mejor que hay para leer en internet, porque, en términos literarios, es más rico y relevante que cualquier Agamoso.

Un blog es, en principio, un proyecto independiente y en ese sentido también hay cosas buenas y malas en esta tierra. Diario nocturno, por ejemplo, es un agregador de noticias interesantes y raras que se ha convertido en una alternativa a los medios tradicionales, porque cubre cosas distintas y con creatividad.

El bestiario del balón puede ser el campeón: es un blog escrito por expertos en fútbol que recuerda iconos viejos del deporte. Ha dicho, por ejemplo, que Arnoldo Iguarán es Jimi Hendrix y que la culpa de las crisis de Millonarios fue de una foto del equipo con Pelé, quien además es bogotano. El blog ha sido una plataforma para los escritores y dio con un libro publicado. Pero no ha generado un peso. Porque es muy difícil que un blog, por exitoso que sea, genere ingresos. Y por eso los escritores de La bobada literaria ya no tienen tiempo para escribir lo que fue una de las propuestas de humor cultural y político más divertidas e inteligentes en la red.

Se podría escribir un libro sobre los blogs en Colombia, aunque su contenido sería algo deprimente. Hay signos de progreso: los caricaturistas tienen sus bitácoras, hay un reciclador de noticias de videojuegos y hay un blog de amor que reivindica la cursilería. Pero, en general, estamos mal: un blog que cubra eventos al instante al estilo de Sullivan no existe en Colombia, porque nadie lo pagaría y porque nadie se va a sentar un día entero a bloguear sobre lo que pasa en el congreso y el círculo político. Pero debería, porque los blogs son esa faceta del internet que genera tantas conferencias: promueve independencia, es democrático, es interactivo. Pero ejemplos arriesgados y revolucionarios como el de Yoani Sánchez –la cubana que bloguea sobre las injusticias que se ven en su país– no se han visto en Colombia. ¿Alguien se le mide?

Publicado en Kien & Ke en mayo de 2011

El mejor periódico del mundo

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Si uno coge el periódico que le regalan a la entrada es posible que se quede el resto del día ahí, sentado en los sofás de cuero del lobby. Coger una edición del Guardian puede entretenerlo a uno por horas. Y por eso, porque llegarle tarde a un inglés es pecado, lo primero que uno hace cuando llega a ese edificio de ventanales verdes ondulados es no leerse el periódico.

Las 1,400 personas que trabajan ahí fueron trasladadas hace tres años, porque las viejas instalaciones en el centro se habían convertido en un desorden regado en siete edificios. The Guardian, catalogado por muchos como el mejor periódico del mundo, le respondió al golpe del internet con más y mejor contenido gratuito. Y sus instalaciones tenían que ser coherentes con eso: hicieron salas de redacción integradas y todas las paredes son de vidrio. “Antes todo”, dice la relacionista pública que me invitó, “somos una institución transparente”. Huele a nuevo, los secadores de las manos parecen turbinas y hay un taller de bicicletas gratis. Una vez al mes la cafetería solo sirve comida vegetariana.

The New York Times, el otro mejor periódico del mundo, también estrenó oficinas hace dos años. Ambos edificios manifiestan, a su forma, la cultura de sus ciudades. El del Times es un rascacielos en el corazón de Manhattan. El del Guardian no pasa de los diez pisos y está lejos del turismo al norte de Londres, pegado a un canal del río por el que pasan botes que cocinan salchichas a medio día. La sala de redacción del Guardian puede estar al borde del colapso con el caos de las noticas, y su editor de crónicas, Simon Hattenstone, no pasa de las tres de la tarde sin trotar una hora por el canal. Después se baña, compra un sánduche y se lo come al frente de su escritorio.

Vestido de jeans, camisa de leñador escocesa y una barba de tres días, cuando lo visité Hattenstone editaba con una tranquilidad asombrosa una crónica escrita por el corresponsal que acaba de lograr su entrada a Libia, cerrada para periodistas internacionales por esos días de guerra civil incipiente.

Eran días caóticos en la sala de redacción, y, sin embargo, el editor del Medio oriente, Ian Black, un viejo flaco que lleva 25 años ahí, me dedicó un minuto en el desorden de su oficina. Me hizo mala cara cuando le pregunté su opinión sobre las revoluciones, porque mi visita no era para eso, pero al final me dijo que, guardadas las proporciones, él ve una ola de cambio parecida a la que se dio en los Balcanes después de la caída del socialismo en los noventa.

A las 10 menos cuatro de la mañana sin falta, y en punto, todos los periodistas que trabajan en ese edificio –unas 200 personas– se reúnen en una sala diminuta para una conferencia de noticias. Puede entrar cualquier extraño y decir lo que quiera. Natalie Hanman, la editora de opinión, me dijo que es como la polis griega y un ritual que pocos medios realizan, pues es más un coctel de periodistas con tinto en mano que un clásico consejo de redacción dirigido por un director.

La sección que ella maneja, Comment is Free, es uno de los rasgos que hicieron de este periódico un militante de la democracia desde que salió en 1821. “Buscamos que las voces sean una noticia”, me dijo. The Guardian tiene pocos columnistas de planta: invitan gente para que escriba según la coyuntura y hay lectores que han llegado a publicar una columna. “Cada columna, cada tema, tiene un especialista en el mundo que va a dar la opinión más sesuda”, dice Natalie. El periódico publica tres editoriales al día, uno de los cuales debe ser un elogio de algo. In praise of…, se llama la sección.

El mercado de periódicos en Inglaterra es el más amplio y diverso del mundo. Hay un periódico para cada estrato social y cultural. Cada familia inglesa creció con un periódico determinado. El internet le pegó más duro a los periódicos norteamericanos que a los ingleses gracias al arraigo que hay por el papel en este país. Están los de clase media de derecha, como el Daily Mail. O los sensacionalistas sin escrúpulos, como The Sun. O los de la clase alta, como el Financial Times. Paul Johnson, el segundo hombre al mando de The Guardian, me dijo que, si bien ellos son reconocidos por ser de centro-izquierda, sus posiciones cambian según lo que pase. El día que hablé con él, por ejemplo, acababan de decidir el apoyo a la intervención occidental en Libia. Analizan cada matiz y hablan hasta con el portero para definir la posición editorial del periódico en cada tema.

Y así fue en el episodio Wikileaks. The Guardian fue el primer medio que Julian Assange llamó desde que empezó a publicar sus documentos. El periódico lo apoyó y publicó los de Afganistán e Irak. Después fue el líder de las negociaciones entre Wikileaks y los medios. En un principio, The Guardian defendió a Assange, por sus dotes libertarios y pioneros. Sin embargo, con los cables del Departamento de Estado norteamericano la relación se dañó. Según un artículo de Vanity Fair, Assange se enfureció porque el periódico publicó los cables antes de lo que habían acordado. Assange quería estar encima de la información y el Guardián no lo dejó. Algo parecido pasó entre el New York Times y Assange. Los periodistas que hicieron los contactos con Assange en ambos medios ya escribieron libros en su contra. La publicación de los documentos de Guantánamo hace dos semanas por parte de estos dos medios, si bien fueron filtrados por un ex empleado de Assange, no mencionaba el nombre de Wikileaks.

Desde que el internet cambió el espectro de los medios la cara de The Guardian se transformó. Cambiaron de diseño, entre otras cosas. Nunca han estado cerca de ser el periódico más leído del Reino Unido –vende 300 mil copas al día en promedio– porque acá los grandes son los tabloides de Rupert Murdoch –que venden hasta 3 millones de copias en un domingo. El nicho del Guardian es otro: gente educada y globalizada interesada en leer periodismo de calidad, profundidad y largo aliento. Esto, sobre cualquier tema en cualquier parte del mundo. A diferencia de los otros diarios nacionales en Inglaterra, The Guardian tiene un prestigio internacional tan importante como el del New York Times. Tiene corresponsales por todo el planeta que escriben crónicas que requieren de tiempo y mucho trabajo. Guardian.co.uk es una de las páginas de noticias más leídas del mundo y las más leída del Reino Unido. Tiene más de 35 millones de visitas únicas al mes, de las cuales tres cuartos son por fuera del Reino Unido. Es gratis y, por principio, nunca la van a cobrar. Se fajan documentales y especiales multimedia de alta calidad sobre una crisis económica en Kenia, por ejemplo. Es difícil encontrar un tema sobre el que The Guardian no haya escrito algo de calidad. Johnson, el editor con el que hablé, dijo que van a insistir en hacer periodismo costoso, porque es su responsabilidad social, política y cultural con Inglaterra y el mundo.


Alan Rusbridger es el director de The Guardian hace 15 años. De 57, a duras penas se le puede oír lo que dice. Flaco, arrugado y nacido en Rodesia del Norte, Rusbridger es pianista y está por terminar un libro sobre la primera balada de Chopin. Ha escrito libros para niños y una historia de los manuales de sexo. En la reunión que estuve, Rusbridger le preguntó a Adam Gabbat, el reportero estrella de 25 años que llegó a la sala de redacción por una de las becas que ofrece el periódico, si un periodista de hoy en día está obligado a tener un teléfono con internet. Gabbat, que bloguea los eventos que ocurren en la ciudad desde su iPhone, asintió.

El punto de Rusbridger era hacer una comparación con la forma como nació The Guardian, gracias a un panfleto que mandó un joven ejecutivo a un periódico en el que se desmentía la versión oficial de una masacre que hubo en Manchester en 1819. El suceso fue un desafío a la información oficial y ahí nació el independiente Manchester Guardian, que en el 59 se vino a Londres y pasó a ser The Guardian. Desde ese entonces el Guardian se convirtió en un severo veedor de la sociedad: en este momento, por ejemplo, ha reportado todo el escándalo que tiene al periódico más leído, News of the World, en jaque porque chuzó los teléfonos de la realeza y unos políticos.

A pesar de ser un veedor, pues, The Guardian nunca ha dado entradas grandes de dinero. Scott Trust es el fondo dueño del diario, de su edición del domingo –The Observer– y de las innumerables compañías que tienen como soporte. Una parte importante de las entradas llega por donaciones. Y aun así, el periódico ni siquiera se toma el tiempo de discutir si cobran por la página de internet, como sí han hecho otro diarios ingleses con éxito. Dieron 70 millones de dólares en pérdidas y cortaron 200 empleos el año pasado. No obstante, emplearon 600 periodistas. Y lo único que les preocupa, me dijo Johnson, es “garantizar la independencia editorial de la empresa”.

En un mundo que no parece tener más espacio para el periodismo de corresponsales y de investigación, The Guardian va a insistir en hacer un periódico que da para una mañana de lectura. Y, en lo que a mí se refiere, acá van a tener un lector fiel.

Publicado en El Espectador en mayo de 2011

Written by pardodaniel

May 10, 2011 at 8:50 pm

La era de la (des)información

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¿Soy yo, o el mundo se va a acabar? ¿Soy yo, o este año ha sido diferente? Revoluciones en Oriente Medio, tsunami y crisis nuclear en Japón, boda Real en Inglaterra, cuatro Real Madrid-Barcelona en tres semanas, asesinato de Bin Laden. ¿Soy yo, o esto va más rápido de lo que iba antes? Y en Colombia: un invierno sin precedentes y el escándalo de corrupción más grave desde el Proceso 8000, destitución del alcalde de Bogotá incluida. ¿Soy yo, o algo diferente está pasando que tiene al mundo exaltado? Soy muy joven para responderlo: soy nuevo en esto de estar actualizado con las noticias. Tal vez el mundo siempre ha sido así de caótico. Pero, por lo que a mí se refiere, yo no puedo con tanto voltaje. Y los medios tampoco.

Que la era de la información, dicen: que mi generación es una afortunada porque tenemos Twitter y nos podemos enterar de las noticias al instante. Que el internet nos trajo libertad y democracia. A ver, le pregunto: de todos los artículos que usted abre al día, ¿cuántos se lee hasta el final? Para mí que esto de la era de la información no tiene nada de diferente a la Edad Media, en cuanto a medios: vivimos en un mar de incertidumbre igual al de antes y, lo que es peor, nos dejamos convencer, por arrogantes que somos, de que lo sabemos todo. ¿Será esta, más bien, la era de la desinformación?

¿Quién en el mundo que tenga un trabajo de tiempo completo puede absorber semejante cantidad de información? Ningún ser humano común y corriente, por inteligente que sea, tiene la capacidad, y sobre todo el tiempo, de estar actualizado hoy en día. Pasan tantas cosas que le toca escoger los temas de los que va a saber. Es la era de la información, sí: seis millones de videos en YouTube, 60 millones de blogs disponibles y cuatro millones de artículos en Wikipedia para que uno esté informado. Y, sin embargo, el 80 por ciento de los gringos, un pueblo más educado que el nuestro, no sabe quién es el primer ministro británico. Eso de tener cultura general, hoy en día, suena a frase de cajón.

Lo de la semana que corre ha sido escalofriante. La boda Real fue portada de 87 por ciento de los periódicos de mundo, el asesinato de Bin Laden estuvo en más del 80 por ciento y la destitución de Samuel Moreno en todos los periódicos nacionales. Y lo mismo con medios en Internet, radio y televisión. Recibir información hoy en día es como poner la cara al frente de una manguera de bomberos. Todos los eventos de esta semana necesitan una mirada detenida, pero ni el más especialista la va a poder hacer, porque ya habrá otro evento nuevo que le quite el tiempo y tendrá que dejar a un lado el análisis del último suceso, que ya pasó de moda. Los textos históricos ahora tienen 140 caracteres de longitud y una vigencia de una hora.

Es verdad que el internet ha facilitado la labor periodística, porque es más fácil instruirse y conseguir datos y contactos. Pero también la ha hecho más difícil, porque ya no hay tiempo para el análisis, hay más versiones sobre los hechos y la carrera por el tráfico ha llegado a punto que dan miedo, como publicar sin saber la certeza de los hechos. Una cadena de noticias publicó, como hecho verificado, que el gobierno tenía el cuerpo de Osama enterrado hace años. También existe la versión de que el atentado a las torres fue asunto interno. Y todo está documentado con fuentes. Como todos quieren dar la chiva, se abstienen de comprobar la información y publican sin pensarlo dos veces. ¿De causalidad leyó el discurso inédito del principie Harry que se filtró después de la boda real, donde decía que se morboseaba a Kate Middleton? Era una noticia falsa promovida por una agencia de relaciones públicas. Y más de cien medios en el mundo lo reportaron.

Si bien hoy en día hay más información, también hay más incertidumbre. La sobreoferta de información perjudica su calidad y su interpretación. Es como un cuarto lleno de gente que habla en voz alta: uno no oye nada, y escoge una sola persona con la que entabla una conversación. Así es esto: la gente ya no lee lo que es necesario leer sino lo que quiere leer. Y eso, en teoría, es un triunfo de la libertad. Pero ¿y si lo que la gente escoge leer es las historias de amor de los famosos y de los jugadores de fútbol que patean animales?

La gente de mi generación vive orgullosa de ser parte activa de esta era de la información. Dicen que las revoluciones en Oriente Medio no habrían ocurrido sin la ayuda de las redes sociales. Desde la ignorancia que me abruma, yo pienso que, con Facebook o sin Facebook, los árabes se iban a manifestar más temprano que tarde. ¿Y qué piensa usted? ¿Se siente tan ignorante como yo en cuanto a las revoluciones de Oriente Medio? No ha pasado un mes, y a todos ya se nos olvidó el hecho y un análisis sobre el tema es un fracaso editorial. Dicen los de la era de la información que la calidad de la prensa ahora es mejor y la accesibilidad permite libertad para escoger a quién le cree uno. Pero yo siento que los vicios de la prensa –que está mediada por intereses, que está escrita por irresponsables, que irremediablemente viene con imprecisiones– están más vivos que nunca. Y lo que es peor: los medios que me parecen buenos –como el NYTimes, El Espectador, el Guardian– están a punto de quebrarse.

Si vuelvo a lo de la Edad Media y me pongo de existencialista, pienso que hoy, a diferencia de esos tiempos de ‘oscurantismo’, ya no sabemos de dónde venimos, quiénes somos y para dónde vamos. Y eso nos lleva a no saber qué es relevante y qué no. Por eso es que los tabloides crecen y crecen –por le dan a la gente lo que quiere leer– y la información sesuda se queda en los archivos –porque nadie tiene tiempo ni ganas de leer cosas relevantes–.

Sobre Bin Laden salen y salen artículos: que sembraba marihuana, que los gringos entrenaron a metros de su escondite en 2008. Salen fotos, videos, especiales. Fox News, RCN, Pacho Santos. La gente habla, escribe, tuitea. Beatifican al Papa y, sabrá Él por qué, millones lo celebran. Se casa la realeza y, por medio de la BBC, todo el mundo babea al frente del televisor. Matan a los hijos de Gadafi, el impune. Siria, Yemen, los derechos humanos. Mourinho, Messi, los árbitros. El invierno, los desplazados. Y usted sigue trinando, dizque informando.

Publicado en Kien & Ke en mayo de 2011

Written by pardodaniel

May 5, 2011 at 6:29 pm