Daniel Pardo's Blog

Un reguero de letras, por Daniel Pardo

Archive for marzo 2010

Los Limpiaoídos

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En las playas de Goa, el estado más pequeño de la India, en la costa occidental, hay filas de palmeras, restaurantes de pescado frito con meseras rusas y suficientes asoleadoras para las pocas personas que habitan las inmensas playas. También hay unos tipos que le limpian los oídos.

Es una de las experiencias típicas: que un señor lo pare en la playa, haga como si le sacara un mugre hediondo de la oreja, y lo convenza de que es suyo y de que su sistema auditivo necesita ser aseado por sus científicas manos y herramientas. Acto seguido, el señor le muestra una licencia del Instituto de Audición de la India que lo certifica como limpiador profesional de oídos.

Empieza en 500 rupias (10 dólares que alcanzan para 5 almuerzos decentes, o un trayecto de 24 horas en tren, o una noche en un hotel con televisión, o 100 paquetes de galletas) y termina en 50 (lo mismo que valen 10 latas de Coca Cola). Saca un maletín de cubierta dura, donde guarda los aceites, copos de algodón en palo de metal reciclado y demás herramientas que usará en la operación.

No contento con haberlo convencido de hacerse la cirugía, Rahish, nombre que delata su botiquín, saca cantidades irreales de mugre café, negro y rojo, como si fuera posible que, primero, uno no se haya metido el dedo o un copo de algodón en 30 años, y que, segundo, uno pudiera sacar de la oreja lo mismo que saca de una caneca.

Es decir, hablamos de un chiste por el que uno paga con la excusa del mugre de sus oídos; de una vil parafernalia para sacarle plata al extrajero. Como todo -o, bueno, casi todo- en la India.

Publicado en Historias – SoHo en Marzo de 2010

Written by pardodaniel

marzo 18, 2010 at 11:42 pm

Comunismo que funciona

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Kerala is a communist state by Matt Thompson.

La verdad es que a mí me gustó Marx cuando lo leí en la universidad, con Álvaro Oviedo y Sergio de Zubiría. Primero, porque me encontré con que el comunismo es -o puede ser- un sistema coherente, ético y práctico para la sociedad postcapitalista, una sociedad que necesariamente tiene que ser más igualitaria. La segunda razón es porque caí en cuenta de que el fracaso del marxismo no fue culpa del marxismo mismo, sino de la manera como algunos de sus lectores lo utilizaron e interpretaron. Y eso muy pocas personas lo tienen en cuenta, y por eso reducen todo lo que tenga que ver con Marx a comparaciones con la mafia soviética, el sinsentido del las guerrillas colombianas o el capitalismo sin derechos humanos de la China. El término ‘comunista’ en Estados Unidos, para poner un ejemplo, tiene fuertes connotaciones negativas. Pero lo cierto es que Marx habría criticado cualquiera de esos sistemas que se crearon en su nombre. No es que el marxismo esté intrínsicamente mal diseñado. Es que la gente no lo ha sabido manejar y entender.

Pero no todos.

El estado de Kerala, al suroccidente de la India, lleva algo más de medio siglo siendo comunista. Según Amartya Sen, el flamante Nobel de economía indio, Kerala es el Estado socialmente más avanzado de la India. Y puede ser cierto. Los niveles de analfabetismo (8%) y corrupción son los más bajos del país, los sistemas educativos y de salud tienen una cobertura amplia, la tasa de mortalidad (73 años) es 10 años más alta que la del resto del país y la infraestructura es casi perfecta. A pesar de altos niveles de suicidio y alcoholismo (no pues, Suecia), Kerala es un Estado que a través de la combinación de una democracia de partidos y fuerte intervención social se conserva como un país autóctono, con su lengua materna vigente y la mayoría de sus 30 millones de habitantes con trabajo.

En Kerala vi dos cosas que me ilustraron, más que un consejo comunal o un debate en la asamblea, de qué se trata el comunismo que se practica en allá.


Lo primero fue en Allapey, el lugar de partida para hacer la atracción más pomposa de este húmeno Estado, el paseo por los canales. Hacía nada más un día un puente se había caído, y los habitantes de las dos islas que se conectaban con el puente, sin apoyo del gobierno ni nadie, se reunieron por la mañana del día siguiente para trazar el plan de construir, con su propias manos, un puente nuevo. Designaron tareas, unos buscaron madera y otros la cortaraon, y por la tarde ya estaban los machos del pueblo clavando palos en el río para construir en nuevo puente. El método era que los dos más gordos se paraban en el palo y saltaban para enterrarlo mientras todos los demás alentaban con su canto. Se reían, se caían, se mojaban. A las 6 de las tarde ya se veían casetas vendiendo té y medio pueblo siendo parte del acto de construcción del puente nuevo, que terminó esa noche a las 3 de la mañana en medio de una fiesta. El desarrollo vial de Allapey, en otras palabras, va de la mano con se desarrollo social, siendo que de por sí es un acto social.


Lo segundo fue en la larga playa de Verkala. Allí, unos 50 hombres se reúnen todos los días entre 11 y 3 de la mañana a pescar colectivamente. Ninguno está contratado, entre ellos poco se conocen y al final se paga la misma suma a todos los participantes, confiando en que todos llegaron al tiempo y ayudaron por igual. Con una red inmensa que solo 50 personas pueden manejar, los flacos y desfachatados pescadores sacan millones de sardinas, brámidos y atunes. Es un acto colectivo espectacular que dura más de una hora, en el que, gritando y alentándose ente sí, los hombres llaman, mientras halan, al hombre que desde una canoa guía la red hacia la orilla. La producción en Verkala, para ponerlo en términos marxistas, es un método de interacción social.

Recuerdo cuando el Presidente Uribe, en su visita a la Javeriana durante su campaña hace 4 años, llamó a los estudiantes de ciencia política ‘marxistas disfrazados’, en respuesta a la protesta pacífica y silenciosa que los estudiantes con tapabocas que decían seguridad democrática estaban haciendo. No fue la única vez que el Presidente usó ese término durante esa campaña, una de las más polarizadas y pobres en argumentos de nuestra historia. Por culpa de las FARC, el marxismo en Colombia -y con eso todo lo que suene medio marxista- también se ha visto estigmatizado. No es que las FARC, los estudiantes de políticas, Stalin, el Ché y Kim Jong-il estén todos en lo cierto. Es que el comunismo, en algunos rincones del planeta, de hecho funciona.

Publicado en Historias – SoHo en marzo de 2010.

Written by pardodaniel

marzo 18, 2010 at 3:02 pm

Omelette con cebolla, champiñones y tomate envuelta en un chapati, por 10 rupias en las calles de Madurai

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Mi mamá me tuvo que decir ‘no forces el estomago’ para que mi dulce barriga se acordara que es una bogotana consentida y caprichosa.

Salí de hablar con mi mamá del café internet más barato que he visitado en la India (15 rupias), en Madurai, y sentí el primer retorcijón. Me dirigí al hotel de más de 2.000 rupias la noche más cercano a cagar, y, en efecto, diarrea. Pensé que sería una espontánea, de esas que solo da una vez, porque no me sentía mal ni me dolía el estómago. Pero estaba equivocado.

Me fui al cuarto sin baño por la maleta, antes de coger el tren para Pundicherry, y me volvió a dar cague, así que me tocó, por primera vez, cagar en un inodoro indio, que de inodoro no tiene nada: un hueco en el piso con dos huellas de zapato en los que uno se acurruca y caga. Muy difícil para mí o cualquier occidental, porque ni siquiera me puedo sentar así, acurrucado con el pie entero en el piso sin caerme para atrás, me di cuenta que no es tan grave, aunque intuyo que cuando no se trata de diarrea y toca empujar, la cosa debe ser más complicada.

En todo caso, me tuve que montar así al tren a Pundy, que salía a las 11. Al abordarlo, una viejita de unos 80 años, flaca y moribunda, estaba acostada en mi puesto. Duré al menos 20 minutos pensando, en el medio de un vagón oscuro y maloliente lleno de gente roncando, qué hacer, hasta que, después de ver que sus hijos o nietos, también flacos y moribundos, estaban cerca y ella podría dormir con ellos en la cama, práctica que a los indios no les molesta, la desperté y la saqué de mi puesto. Ella, como buena india que no le importa casi nada, se quitó sin problema y durmió con su nieto.

Pero no pudo dormir, y duró todo el viaje parándose, caminando, durmiendo parada, prendiendo la luz y, en consecuencia, despertándome. Mi barriga estaba por estallar, y tuve que ir al baño del tren, también de inodoro indio, a cagar mientras el tren andaba y se meneaba como normalmente lo hacen. Fue la experiencia más desagradable que he tenido en mi vida, porque en esos inodoros, y sobre todo en un tren andante, el contacto con la mierda es mucho más cercano, casiliteralmente cercano.

Me bajé en mi estación a las 6 de la mañana y caminé, débil y moribundo, hacia la parada donde cogería el bus para Pundy. Me paré en la carretera y, después de esperar en la humedad y los mosquitos por media hora, dos cosas llegaron al tiempo: el vomito y el bus, que perdí y tuve que esperar al siguiente (20 rupias), del que me tuve que bajar antes de tiempo porque, otra vez, tenía que vomitar.

Con sueño, débil, moribundo, como si estuviera volviendo de una guerra, con mi ropa y cara percudidas y mi maleta en el piso, me senté, al rayo del sol, en la mitad de una carretera desértica, a no saber qué hacer, a esperar que el mundo me trajera algo que me terminara de matar.

Llegó un taxi que, obviamente, se aprovechó de mi estado y me estafó por llevarme a la estación de bus a donde iba originalmente, en Pundy (100 rupias). Cogí un mototaxi que también me estafó (50 rupias) y me dejó botado a un hotel (500 rupias) que estaba lleno.

Caminé, ya en pundy, donde estaban haciendo al menos 30 grados, buscando hoteles y nada, todos carísimos y llenos. Finalmente llegué a la central de ashrams, una institución de yoquis importantísima en este enclave francés, y me recomendaron uno, barato pero lejos del centro. Cogí otro mototaxi, que también me estafó porque mi energía no daba ni para regatear, y llegué al ashram, cuya oficina solo abría a las 10 de la mañana. Así que nadie me podía dar un cuarto. Me tomé una CocaCola que no pude abrir por la falta de fuerza que tenía, me acosté en un andén, y finalmente llegó la señora, recían bañada, que muy querida me dio un cuarto excelente por un buen precio (150 rupias). Obvio, es un sitio sin ánimo de lucro, lleno de yoguis y gente dándole lecciones a uno sobre vidas anteriores, porque en Pundy no se consigue nada por debajo de 500, el doble de mi presupuesto.

Dormí por horas, vomité la CocaCola, cagué 78 veces y salí del cuarto a las 5pm, completamente deshidratado, arrastrando mis pies, a buscar agua, que no había cerca y nadie me pudo ayudar a conseguir. Finalmente un yogui, de pelo corto y esponjoso, me llevó en la moto que le hacía el pelo aún más esponja al centro a comprar jugo y agua; eso, claro, a cambio de que me aguantara, en medio de una sed opresora, sulección sobre dios, la energía y el cosmos.

Volví al cuarto y seguí durmiendo hasta hoy, que me desperté mejor gracias a los antibióticos y pude ver algo de la ciudad, que no es tan francesa como dicen pero tiene una simpatía agradable. Despues fui a la playa, porque el calor estaba idiota. No he comido nada en todo el día, pero al menos no vomito el agua que tomo.

Duermo una noche más acá y salgo mañana para una playa con templos, en Mamallapuram.

Written by pardodaniel

marzo 11, 2010 at 3:02 pm

Infiltrado en un matrimonio indio

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Mucho se puede decir sobre el matrimonio en la India, y May You Be The Mother of a Hundred Sons, el exitoso libro de la periodista gringa Elisabeth Bumiller, bota buenos ejemplos. En occidente diríamos que el rol de la mujer en la India es descriminatorio e inmoral. Pero la verdad es que las mujeres acá son felices y no se ven de otra forma. El hecho es que el 90 por ciento de los matrimonios en al India son arreglados, y en el 40 son producto de un dote, una suma de plata que la familia de la novia paga al novio. El matrimonio, en todo caso, es una de las instituciones más importantes en la vida de un hombre o una mujer en la India, y por eso decidí infiltrarme en uno. Por sorpresa, lo logré en cuatro, todos en la ciudad media de Bikaner, en el estado de Rajastán.

El primero, en realidad, no era el matrimonio, sino una de las 10 fiestas que se hacen en las vísperas. Las familias, que usualmente están regadas medio país -estudiando, trabajando y demás- se reúnen en el mes de febrero por más de una semana, solo para celebrar los diferentes rituales que implica un matrimonio. Tres hombres estaban sentados en la calle con tazas de té en una actitud abiertamente festiva. Les pregunté que si sabían de un matrimonio, y en efecto estaban siendo parte de uno, a la vuelta de la esquina. Y que si quería me podían llevar. Me recibieron como si fuera el hermano perdido en el primer mundo que no veían hace 30 años. Me dieron té, galletas, dulces, chocolates; se pararon, mientras yo, sentado, comía galletas, a verme actuar como si fuera un show por el que habían pagado. Estaban en la transición entre los dos rituales del día, en la casa del novio: almuerzo preparado por su hermana y consagración de ella como madrina del casamiento. Era, en otras palabras, el día de la nuera o suegra, que en este caso resultó ser la única persona que hablaba inglés. Después de que me tomaron fotos y se gastaron las mitad de mi libreta con los mails de toda la familia, me pidieron, sin eufemismos, que me fuera, porque el ritual de consagración como madrina, si bien no religioso, era privado, a pesar de que habían contratado un videógrafo y dos fotógrafos.

Los indios ahorran la vida entera para esta colorida fiesta. Munis, un estudiante de medicina que habla inglés perfecto, me vio en la calle y me invitó, sin razón alguna y de repente, al matrimonio de su hermana, que se iba a llevar a cabo a las 6 de la tarde. En su moto me llevó al patio de 30 metros por 50 que estaba decorado con telas de seda en diferentes colores vivos. Dos tarimas, 8 parlantes, una pista de baile, una barra de comidas y 7 meseros habían sido contratados. Las niñas vestían trapos de todos los colores, estaban maquilladas y se había arreglado el pelo, que casi todas tenían largo y suelto. Los hombres vestían pantalones de dril blanco y camisas brillantes, algunos con botones de neón. La música sonaba a reventar, sin importar que los parlantes se estuvieran estropeando. Yo vestía pantaloneta de baño y camiseta de algodón de tres días. Y aún asi, me recibieron, otra vez, con galletas con crema en la mitad y té en leche con azúcar. Después me sentaron a ver el show de la niñas bailando, que duraría hasta las 4 de la mañana y del que yo me escapé a las 8, cansado del mismo baile con la misma canción por una niña diferente.

Además, iba para el matrimonio de la familia del conserje de mi hostal, que me había prometido que podía ir a la ceremonia de su primo, que era en la calle principal de Bikaner. Dos personas se quemaron con pólvora y un perro fue atropellado en el evento más desordenado y alborotado que he visto. En la mitad de una angosta calle congestionada con taxis, mulas, vacas, cabras, perros, micos, motos y carros, una carroza rodeada por una banda de guerra llevaba al novio emperifollado en trapos brillantes y un sombrero que lo dejaba pestañear. Y no pestañeaba, ni hablaba, ni sonreía, como sui fuera a casarse con una mujer que no conocía. La gente se caía en medio el caos, y él seguía como una estatua en su enclenque carroza. Lo llevaban para la casa de la novia, donde lo dejaron con la familia de ella y a donde a ninguno de los otros invitados -entre ellos yo- dejaban entrar.

Groom on Horse by amika*g.

En mi camino al hotel vi un matrimnonio que estaba por terminar. En una carpa de colores rosados y amarillos con piso de pasto artificial, unos 20 hombres comían arroz y curry con la mano en platos de plástico decorados con florecitas. Yo pregunté dónde era la fiesta, y ellos, borrachos, me sentaron para verme comer la comida que yo nunca afirmé querer. Me molestaron, se rieron de mí, hablaron en hindi por horas mientras yo me comía el pote de arroz que alguno me sirvió con la mano. En quince minutos, salí disparado pensado que había estado en un circo sin mujeres ni animales, sino con machos borrachos que encontraron, al final de la rasca, un payaso de un país lejano llamado Colombia.
En ninguno de los matrimonios vi al novio junto a la novia. Tampoco argollas, compromisos o champaña. De hecho, nunca nadie me supo responder detalles del noviazgo o la propuesta. El matrimonio en la India, concluí, no tiene que ver con el amor o la religión, sino con el copromiso social y cultural que tienen los hombres y las mujeres de formar una familia.

Written by pardodaniel

marzo 9, 2010 at 3:01 pm