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El dueño de las noticias
Cuando viaja, Felipe López no sale del hotel hasta el almuerzo. Le dedica toda la mañana a pensar la próxima edición de Semana. No resiste no estar encima de su revista. Ve televisión, oye radio, lee revistas, habla por teléfono. Su cuarto parece una sala de redacción, con platos de comida y periódicos en el piso. El tipo no se puede quedar quieto. No se sienta, ve cinco canales de televisión al tiempo, se lee tres artículos a la vez. Es como un niño el 25 de diciembre: incapaz de dejar su juguete descuidado.
Estaba en Londres en septiembre de 1995 cuando Jorge Lesmes, un reportero de Semana, consiguió el audio de la conversación entre el presidente Ernesto Samper y la esposa de un narcotraficante, Elizabeth Montoya de Sarria, más conocida como la ‘Monita retrechera’. Era un diálogo amistoso, en la que ella le ofrecía un anillo a Samper para que le regalara a su esposa. Hablaban de cuestiones personales. Sin embargo, en el contexto del proceso que investigaba la financiación de la mafia de la campaña de Samper, era una revelación histórica.
Y Felipe López no quería publicarlo, porque era una conversación personal. Caminaba de un lado al otro del cuarto. Hablaba una y otra vez con Mauricio Vargas, el director de la revista. La redacción quería publicarlo; Felipe no. El viernes, día del cierre de la revista Semana, Vargas y Lesmes le presentaron cartas de renuncia. Lo propio hicieron los demás periodistas de la redacción, liderados por Vladdo, que era Editor gráfico. Aplazaron el cierre para el sábado. La redacción estaba resignada.
Una de las tantas mujeres que le habla al oído a Felipe López es María Elvira Samper, la ‘Nena’. Ella le dijo “publíque, Felipe; esto está muy enredado y no es la hora para que usted venga a proteger a Samper”. Lo convenció, y cerraron la revista el sábado por la mañana, con una foto de Samper y un título que se preguntaba “¿Debe renunciar Ernesto Samper?”. Pero el domingo capturaron a Miguel Rodríguez Orejuela y no podían salir con una portada que pedía la renuncia de Samper. Finalmente la portada tituló así: “Entre el cielo y el infierno”.
El cubrimiento del proceso 8000, según Felipe López, fue el momento de mayor influencia de la Revista. Lo denunciaron todo, sin escrúpulos. Y, sin embargo, Felipe López logró no pelearse con Samper. La gente decía que tenía al Noticiero de las Siete –dirigido por una samperista, Cecilia Orozco– para quitarse la etiqueta de anti samperista. Una vez invitó a Julio Sánchez Cristo y a Samper a almorzar, para que hicieran las paces. Julio, más que Felipe, se había destacado como crítico de Samper. El ex presidente le dijo a Felipe “usted ha sido muy duro”, y él respondió: “qué va: el verdadero hijueputa es éste (Julio), que lo hizo por convicción; yo lo hice por plata”.
Al menos el 80 por ciento de todos los escándalos políticos que han ocurrido en Colombia en los últimos 30 años han sido revelados por Semana. Y su dueño, fundador y presidente nunca ha roto su relación cercana con el poder. Semana ha tumbado ministros, y a Felipe López la gente no lo reconoce en la calle. Se convirtió en una de las personalidades de mayor influencia en Colombia –un país donde los medios son, acá sí, el cuarto poder– sin hacer bulla, calladito.
¿Cómo lo hizo? Primero, ¿cómo logró armar una revista que es el punto de referencia de la opinión pública sin hacer escándalo? Segundo, ¿cuáles son los detalles de su desigual historia como medio de comunicación? Y tercero, ¿cuáles fueron las historias que dispararon a Semana?
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En la historia del periodismo en Colombia hay un antes y un después de Semana porque, en efecto, antes de mayo de 1982 no existía cosa semejante. Desde que aparecieron los periódicos, a finales del siglo XVIII, hasta finales del siglo XX, la prensa en este país era una extensión de los partidos políticos.
Semana tiene dos antecedentes. Alberto Lleras Camargo, que justo después de salir de su primera presidencia, en el 46, fundó Semana, una revista política con ideas liberales influenciada por el periodismo internacional que hacía crónicas y escribía con agilidad. Pero era un satélite del Partido Liberal, y duró hasta el 61. El otro antecedente fue Alternativa, un semanario de izquierda de Enrique Santos y Gabriel García Márquez. Otra vez: si bien escribían con pluma, con narrativa y con crónica, la revista era política, porque tenía una agenda y una posición premeditada. Semana no.
En 1982 Felipe López tenía 35 años. Había vivido por fuera la mayor parte de su vida, y, al volver, llegó influenciado por la obsesiva lectura de revistas que hizo durante todo ese tiempo. En la entrevista con su amiga y colega María Isabel Rueda en Casi toda la verdad lo cuenta: “cuando decidí fundar una revista, pensé que ese nombre tenía una recordación favorable por el prestigio que se había ganado cuando la dirigió Alberto Lleras”. Felipe logró, “con una carta toda sapa”, que Lleras y Alberto Zalamea, el último director de Semana, le cedieran el nombre. Después se reunió con Enrique Santos: “me contó que estaba pensando en hacer lo mismo que nosotros –le dijo Santos a Rueda– pero sin nuestro errores… Era consciente de que el modelo periodístico de Alternativa había sido un éxito. Preguntó que cómo hacíamos con la distribución, con los avisos, con las presiones políticas”.
López le compró los escritorios y las máquinas de escribir a Alternativa –también se llevó a la gerente, Rosa Dalia Velásquez, y a un fotógrafo, Lope Medina– y con eso empezó a gestar la primera publicación de periodismo independiente en la historia del país. Según María Elvira Bonilla, una de las primera reporteras de Semana, López tenía en mente una versión de Newsweek y Plinio Apuleyo Mendoza, el editor que vino desde Francia montarla, una versión de Le Point. Era una mezcla de política, entretenimiento y poder, con un lenguaje agradable y reportería seria. Primero se instalaron en una oficina en la Avenida Jiménez y, después de que llegaron más periodistas –gracias a un aviso en el periódico que decía “Revista tipo Time busca periodistas en Colombia”–, se pasaron a una casa en la calle 40 que había sido un burdel. Dice María Elvira Samper que era “una ratonera de paredes destrozadas y bombillos sin apliques”.
Todo esto, en medio de una campaña presidencial en la que Alfonso López Michelsen, el papá de Felipe, era el candidato por el Partido Liberal. Si ganaba, el proyecto de la revista se caía, porque se perdía la independencia. Pero Felipe, los entrevistados afirmaron, estaba convencido de que su padre no iba a ganar. Y no ganó. Sin embargo, Felipe –y esto demuestra la astucia con la que trabaja– sí usó la candidatura y la eventual victoria de su padre para montar la revista. Con eso, por ejemplo, logró cerrar paquetes de anunciantes por más de seis meses. “Vendió la pauta con la expectativa de la victoria”, dice María Elvira Bonilla. Según Héctor Rincón, otro de los primeros reporteros de la revista, el apellido López Caballero le sirvió para lograr un crédito en el Banco Popular. Trató que Jaime Michelsen le diera 10 millones de pesos, pero el presidente del Grupo Grancolombiano se negó. Los 19 inversionistas que consiguió, y que le dieron un millón de pesos cada uno, eran amigos de su papá que no podían negar su participación como accionistas, porque existía la posibilidad de que su amigo fuera el próximo presidente.
La primera revista Semana salió el lunes 12 de mayo de 1982 y en ella hay un artículo sobre López Michelsen titulado “López: banderas rojas y palomas blancas”. Es un elogio al nuevo tono que había adoptado el ex presidente en su campaña, con el que criticaba la intervención del partido venezolano Copei en la campaña y sentenciaba que su prioridad era la paz. La portada de la edición era un análisis sobre el terrorismo y en sus páginas –impresas en papel periódico a dos tintas: negro para los textos y rojo para los cabezotes– se encuentra un artículo analítico sobre Galán, el contrincante de López; una columna económica de Juan Manuel Santos; un análisis de la campaña; entrevistas con el candidato Belisario Bentacourt y con el ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez; artículos sobre Gloria Zea y el mundial de fútbol del 86, que iba a ser en Colombia y era uno de los puntos clave de la campaña. La primera revista Semana, es decir, ya era la Semana que conocemos, la de siempre, la misma que leímos la semana pasada.
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Pilar Castaño, la primera esposa de López, me citó el pasado diciembre en el edificio de la HJCK, la emisora de su familia, en la calle 85. De tacones altos y con unas gafas oscuras de marco amarillo que nunca se quitó, preguntó “¿Dónde está la Vanity Fair?” Nadie sabía, pero todos buscaban. La Vogue, que ahí estaba, no le servía: quería la Vanity Fair. Esperé media hora, y al final hicimos una entrevista a las carreras en su camioneta.
Cataño y López se conocieron en Europa en el 72. Ella vivía en París y él en Londres, donde trabajaba en la Federación de Cafeteros. La cédula de Pilar hoy en día dice ‘De López’, porque se casaron cuando ella apenas tenía 20 años. Volvieron de Europa en el 74, porque Felipe entró a trabajar en el gobierno de su papá como Secretario privado. Después montaron una productora de cine, Casablanca, con la que hicieron películas memorables como el Niño y el Papa. Y se separaron en el 87.
Pilar y su mamá, Gloria Valencia de Castaño, vendían la pauta de Semana en los primeros años. Iban de empresa en empresa, enviadas por Felipe, para conseguir anunciantes. Y Pilar también lo confirma: el apellido y la campaña presidencial ayudaron a vender.
La historia de Semana como empresa en una historia del éxito. A pesar de que se originó en medio de la élite acomodada de la capital, Semana no nació rica. Solo siete años más tarde López pudo comprarles las acciones a los 19 socios. “Una cosa es verlo ahora –dice Héctor Rincón–, que está cómodo en su asiento de cuero, y verlo cuando pasábamos necesidades haciendo la revista, con botellón de Coca-Cola y empanadas frías”. En el libro de Rueda Felipe se refiere al respecto: “Pensaba más en la influencia que en la plata. Sin embargo, como el periodismo estaba tan politizado en ese momento, la independencia acabó traduciéndose en un éxito comercial”.
A pesar de que es un desastre con los números, Felipe López siempre se ha rodeado muy bien en ese frente, y Rosa Dalia Veláquez fue uno de esos fichajes estrella. “Le administraba una pobreza con ínfulas de riqueza”, dice Rincón. Felipe empezó a organizarse y usó, una vez más, su extraordinaria creatividad para vender: se inventó formas de captar suscriptores sin precedentes, como regalar radiograbadoras, lámparas Coleman durante el apagón o despertadores; premios por suscribirse que quizá le salían más caros a corto plazo, pero aseguraban un suscriptor y llamaban la atención de los anunciantes. Y eso es una revista exitosa: relevancia periodística y habilidad económica.
Después de que López Michelsen perdió las elecciones, la revista se instaló en la casa de la campaña, en la calle 85. Publicaciones Semana, que en un principio fue Caribe S.A., creció mucho durante los ochenta y noventa. Según Mauricio Vargas, López los sabía consentir muy bien, a pesar de que pagaba mal: los invitaba a restaurantes –al Unicornio, a Don blas, a la Casa vieja– y hacía canjes con anunciantes para llevarlos de vacaciones a Cartagena. Después de la casa en la calle 85 pasaron a una en el Parque de la 93, donde está hoy Pepe Ganga. Hace 16 años están en un edificio de ladrillo –y en otros cinco más– del que se quieren ir apenas puedan.
Si Publicaciones Semana creció mucho durante los ochenta y noventa, en el siglo XXI se disparó. Antes de la llegada de Alejandro Santos, la empresa no se había consolidado como Casa Editorial. Hoy tienen siete revistas –entre ellas SoHo, una revista que genera más de mil millones de pesos en publicidad por edición– y 17 proyectos de revistas y publicaciones de empresas o patrocinadas. Publicaciones Semana es puede generar hasta 80 mil millones de pesos en ventas al año.
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La clave del éxito de Semana está en una palabra: independencia. Cecilia Orozco, que fue empleada y es amiga de Felipe, dice que “a él le encantaría tener una revista gobiernista, con agenda política; pero él sabe que la independencia es lo que da plata, y que por eso la tiene que mantener”. Semana, no obstante, nunca dejó de ser un bastión de periodismo de denuncia, crítico, riguroso. “Felipe ha logrado todo esto haciéndose el güevón”, dice Héctor Rincón.
Durante la producción de Los elegidos, una película del 84 que fue co-producida por rusos, a Felipe le entró un dolor en el oído izquierdo. Estaba en San Petesburgo, viajó a Madrid y fue operado en California de un tumor. En esas, perdió el oído izquierdo.
“Usa su sordera –continúa Rincón– para hacerse el que no oye”. “Felipe se jacta de que no lee la revista para no quedar comprometido”, dice Antonio Caballero. “Puede tener reparos para publicar cosas –continúa–, pero sabe que si algo es verdad y creíble, lo tiene que publicar, porque si no lo publica él, lo publican otros, y eso es malo para Semana”. “Se la juega –dice Pilar Calderón– por unos periodistas que usa de fachada. Mauricio Vargas fue con el 8000, Alejandro lo fue con los escándalos de Uribe”. También se hace el democrático: le pregunta hasta a la empleada qué portada le parece mejor, pero sabe, desde el principio, qué va a decidir. La habilidad de Felipe López para ser el dueño, presidente y jefe de una revista que se gana enemigos cada semana no tiene límites.
“¿Por qué tienen tanto éxito las revistas de opinión en Colombia?”, le preguntó María Isabel Rueda. Y él contestó “porque Colombia genera más noticias que cualquier país. El éxito de las publicaciones depende de qué sucede. En Colombia siempre estamos en transición de una guerra a otra y de un escándalo a otro”. Si así es la historia de Colombia, una sucesión de escándalos y tragedias, lo mismo pasa con la historia de la Revista Semana, que es una sucesión de éxitos.
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Según Felipe, el artículo más influyente de Semana en los acontecimientos del país fue la chiva de que Pablo Escobar había ejecutado en la Catedral a los Galeano y a los Moncada, sus socios. El artículo demostró que la Catedral era un centro de operaciones de Escobar, un palacio donde el narco realizaba torturas atroces y administraba su negocio de cocaína.
Pablo Escobar es uno de lo capítulos importantes en la historia de Semana y Felipe López. Tanto así que el capo apareció en la portada cuando era un desconocido, bajo el título de “El Robin Hood paisa”.
Nunca se llegó a comprobar si la campaña de López Michelsen en el 82 sí recibió 25 millones de pesos del narcotráfico. Es sabido, sin embargo, que el ex presidente, ya después de perder las elecciones y por petición del presidente Betancourt, se reunió en el 84 con los capos en Panamá, en medio de la guerra entre el gobierno y el Cartel por la extradición. Santiago Londoño White, un empresario paisa conocido de Escobar, contactó a Felipe, para que su padre sirviera de intermediario entre los narcos y el gobierno. A pesar de que López Michelsen tuvo el aval del gobierno para hacer la reunión, en el momento en que se filtró la noticia y el país se enteró de la reunión el gobierno no lo apoyó. El episodio fue, sin duda, uno de los capítulos más controvertidos de la vida política del ex presidente López, porque dejó la sensación de que su amistad con los narcotraficantes (Alberto Santofimio, presunto autor de la muerte de Galán y socio de Escobar, era uno de sus allegados políticos) era más seria de lo que parecía.
Y eso, me dijeron fuentes que pidieron no ser citadas, tiene que ver con que Semana haya sido la publicación que más páginas le dedicara a los cabecillas. Dice Héctor Rincón que “Semana se lucró del narcotráfico, periodísticamente hablando, porque volvió paradigmático al narcotraficante”. Felipe heredó la relación con Londoño White y eso le sirvió para estar enterado de qué pasaba con los narcos. “Al ser un fanático de las historias sobre el poder, el éxito y la plata”, comenta Cecilia Orozco, “era inevitable que Felipe no fuera un experto en narcotráfico”.
Virginia Vallejo, la amante de Pablo Escobar, dice en su libro que Felipe López la cortejó después de separarse de Pilar Castaño, y le dijo que las cosas que se escribieran en Semana en contra de ella y Escobar no estaban en sus manos, sino de los periodistas. “López es un hombre alto, bello y de facciones sefaritas… Aunque afable y tímido en apariencia, Felipe es un hombre de hielo que nunca ha podido entender por qué él, tan poderoso, elegante y ‘presidencial’, no puede inspirarme el amor que siento por Escobar”. Según una fuente cercana a Felipe, el día que salió el libro de Vallejo él se lo devoró en dos horas y su veredicto, muy a su estilo, fue tajante: “es la mejor novela de ficción que he leído en mi vida”.
Vallejo también cuenta que a partir del “generoso” calificativo de “El Robin Hood paisa” Pablo Escobar empezó a construir su leyenda. Amigo o enemigo de los narcos, qué importa, Felipe López y Semana fueron los grandes denunciadores y críticos de los narcotraficantes durante los ochenta. Y ahí están las pruebas.
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107 personas murieron el día que un avión de Avianca cayó despedazo sobre Soacha el lunes 27 de noviembre de 1989 por la mañana. El viernes Semana tenía dos hipótesis documentadas pero no muy contundentes: que había sido un atentado terrorista o un daño mecánico del avión. Se fueron por la segunda y, el lunes siguiente, Augusto López, gerente de Avianca, reveló que había sido una bomba instalada por el Cartel de Medellín. Semana quedó en el ridículo y Julio Mario Santo Domingo, dueño de Avianca, se enfureció. Esto, además, después de una portada sobre La Dinastía, la serie de televisión sobre el despiadado empresario Blake Carrington, en la que Semana comparó al petrolero norteamericano con Santo Domingo.
73 de los 158 pasajeros a bordo de un vuelo de Avianca murieron cuando el avión cayó sobre Cove Neck, un pueblo a 24 kilómetros del aeropuerto de Nueva York, el 25 de enero de 1990. Semana publicó un informe en el que detallaban que el accidente era culpa de los politos de Avianca. Y en junio del 90, Semana sacó un artículo sobre una millonaria multa que la Superintendencia de Control de Cambios le puso a Santo Domingo por la venta del 46 por ciento de Bancoquia a Jaime Mosquera Castro. Decía el informe que Santo Domingo había sido desvinculado de la investigación gracias a presiones del Ministro de Hacienda, Luis Fernando Alarcón.
Que cuatro historias seguidas en Semana hubiesen dejado mal parado a Santo Domingo no significaría que Felipe no publicara un confidencial que dejaba al empresario, una vez más, en el foco de la controversia: su esposa, Beatrice Dávila, se ganaba cuatro mil dólares como funcionaria diplomática de Colombia ante la ONU y, gracias a ese puesto, Santo Domingo tenía un pasaporte diplomático con el que evadía impuestos en Estados Unidos. Ese fue el florero de Llorente que llevó al Grupo Santo Domingo a quitar su pauta en la revista Semana, que en ese momento representaba el 10 por ciento de la pauta total del país, e hiciera quemar todas las revistas que le llegaban a los aviones de Avianca por suscripción.
“Son cuentos viejos sobre los que no me interesa volver”, le dijo Felipe a María Isabel Rueda. La palea con Santo Domingo, que también fue en parte heredada por conflictos entre el Grupo y López papá, fue un capítulo con el que Felipe sufrió mucho, coincidieron las entrevistas. Pero demuestra, y esta es la moraleja de la historia, que así a López le cueste romper son su clase social y con el poder, hay un punto en el que el periodista que hay en él es contundente: cuando hay un desafío a la verdad.
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La apreciación general de la gente, me di cuenta, es que Isaac Lee “es un tipo misterioso”. Viene del corazón de la comunidad judía de Bogotá. Trabajaba en el departamento de seguridad de Bavaria el día en que Augusto López se lo llevó para que dirigiera la revista Cromos, también propiedad del Grupo. El niño prodigio experto en seguridad, que venía de vivir en Israel, logró que Cromos, una marca estancada después de 80 años de historia, volviera a ser una revista de primera. Según el libro de Vladdo, pasó de vender cuatro mil ejemplares a vender 100 mil.
Lee tenía 26 años en enero de 1997, cuando entró a la dirección de la revista Semana. Según la mayoría de las personas que entrevisté, fue el error más grande que ha cometido Felipe López en su vida periodística. Llegó como una fórmula para modernizar la revista y el capítulo que protagoniza en la historia de Semana es el que tiene que ver con la apertura económica, la llegada del Internet y la diversificación del mercado de revistas en Colombia. ¿Cómo es la historia de Semana en la modernidad?
Felipe dice que, después del proceso 8000, pensó que era necesario bajarle el tono a la Revista. Por eso salieron Vargas, Lesmes y Téllez, y entraron Lee y José Fernando Londoño. Además, Felipe vio que las revistas que lo inspiraron en un principio, Time y Newsweek, se habían despolitizado mucho y habían empezado a manejar más temas de salud, viajes y vida moderna.
Sin embargo, sobre esta rotación hay muchas teorías. Una nota de El Tiempo que salió en ese momento decía al final “dentro de la redacción de Semana, pudo establecer este diario, hay inquietud por el nombramiento de Lee”. Se dice que la cabeza de Vargas, que llevaba 12 años en la revista, fue el precio de un negocio entre Augusto López y el entonces presidente de Telecom, José Blackburn. Algunos dicen que Felipe llevaba ya un tiempo quejándose de que Vargas, que venía de ser Ministro de Gaviria, había gavirizado la revista. Y también está la versión de Vargas, que afirma que lo botaron por presiones de López Michelsen y Samper, quien supuestamente amenazó a Felipe con dejar al Noticiero de las Siete por fuera de una nueva licitación.
“A Felipe lo fascinan los audaces –dice Cecilia Orozco–; como lo demostró con Pablo Escobar, le gusta la gente exitosa e inteligente; también le gusta que lo adulen y a punta de adular, Lee, que era un conquistador, se lo conquistó”. Isaac Lee le cambió la cara a Semana en muchos sentidos. Según Pilar Calderón, que fue directora del Noticiero y es las grandes amigas de López, “Lee lo convenció de que podía ser un nuevo Santo Domingo, de que podía armar un imperio.” Era un momento de auge económico, justo antes de la crisis del 99. Felipe se metió en el negocio de la televisión por cable y compró unas acciones en Caracol Radio. Con Lee, lanzaron las revistas SoHo, Gatopardo y Jet-Set. “Pasamos de comer en Mora Mora a comer en Hatsuhana”, le decía Felipe a María Elvira Samper. “Es que las cosas han mejorado”, decían con ironía. Bajo la batuta de Lee se hicieron varios consejos de redacción en Miami. Semana, coinciden muchos, se desperfiló. Y un ejemplo de ello es que Sai Baba, un religioso indio del que Lee es aficionado, llegó a ser portada.
Sobre la era Lee en Semana se especula mucho. Se dice, por ejemplo, que Augusto López convenció a Felipe de que traerlo era una forma de mejorar sus relaciones con Santo Domingo y recuperar la pauta que le habían quitado. Eso pasó, y por eso dicen que Felipe le dio una bonificación a Lee de 560 millones de pesos. También se dice que, como parte del acuerdo al devolver la pauta, Santo Domingo exigió la salida de Vargas y la entrada de Lee, porque él –Julio Mario– apoyaba a Samper.
Otra de las grandes especulaciones que tiene que ver con Lee y el Grupo es el de unas grabaciones que aparecieron después de que el Grupo destituyó a Carlos Pérez de la junta de Avianca en el 94. Semana publicó un artículo titulado “Espionaje telefónico”, en el que demostraba que Santo Domingo chuzaba a López, quien presentó cargos ante la fiscalía. Así el artículo no mencionara a Lee, que en ese momento trabajaba para el departamento de seguridad de Bavaria, se pensó que él estaba involucrado, y fue por eso que, tres años después, su nombramiento como director fue una sorpresa para todos.
Hoy en día, la relación entre Felipe y María Elvira Samper no es la misma que antes. Después de la cerrada de QAP en el 99, ella volvió a Semana, con una figura de pseudo-directora que nadie, ni ella, entendió muy bien. Pero esto hizo sentir a Lee amenazado. Ella no se entendió con él y su equipo y sintió que ponían a la redacción en su contra. Hasta ahí llegó la historia de María Elvira Samper con Semana.
En diciembre del 2010, Semana hizo un confidencial sobre el nombramiento de Isaac Lee como presidente de Univisión. “¿Por qué no le hicieron un artículo?”, se pregunta Héctor Rincón. “De haber sido otra persona, ¿no le habrían dado portada a semejante acontecimiento?”. Varias personas a las que consulté me confirmaron que Felipe dice que entre Lee, Miguel Silva y Eduardo Michelsen, ambos fichas del primero, casi lo quiebran. Y lo cierto es que SoHo no despegó hasta la llegada de Samper Ospina, en el 2001, y que el proyecto de Gatopardo fue un fracaso.
Una interpretación más sobre el episodio es que Felipe estaba convencido de que Lee le iba a ayudar a vender la Revista y que producto de eso fue la compra del 25 por ciento de la revista por parte un grupo barranquillero de empresarios judíos, el grupo Sanford, que pagó la deuda que Semana tenía en ese momento. Según Alejandro Santos, Felipe puede tener caprichos y puede meditar la posibilidad de venderla. Sin embargo, dice José Gabriel Ortiz, “solo si le llega un petrolero árabe con mucha plata la vende”.
El “Proyecto Manhattan” fue lo más cerca que estuvo de vender la revista. Era una propuesta de sus antiguos colegas –Roberto Pombo, María Elvira Samper, Pilar Calderón, Edgar Téllez, entre otros– para que les vendiera el 30 por ciento de la revista y les dejara hacerla a ellos, para recuperar así la identidad que había perdido con Lee. Pero Felipe no quiso y ellos le armaron la competencia, con Cambio. Con la salida de Lee, Felipe se quedó sin el pan y sin el queso, pero, una vez más, cayó parado: contrató a Alejandro, Daniel Coronell, Marta Ruiz, María Teresa Ronderos y Ricardo Calderón, entre otros, y armó un equipo nuevo que durante el gobierno de Uribe disparó a Semana, ésta vez apoyada por los demás proyectos de la Casa Editorial. Semana se acordó que su perfil era el de una revista de opinión política, de nicho, con investigación sobre temas ladrilludos pero necesarios.
Los que dicen que Felipe nunca ha dejado de pensar en vender la revista lo dicen porque lo conocen: porque saben que es un nervioso obstinado. Porque no se queda quieto. Una de las cosas que le preocupan, con razón, es la amenaza que el Internet ha significado para el mercado de las revistas.
¿Cuál es el futuro de Semana? Según Alejandro Santos, mientras la empresa piense de manera global, con proyectos aledaños y con los ojos en el mercado, no hay de qué preocuparse. Y según María López, la futura presidente de esta empresa, “mientras mantengamos la independencia, Semana seguirá siendo un punto de referencia obligatorio para el lector”. María parece tener claro que Semana, así deje de leerse en papel, siempre será un generador de contenidos cuyo nombre y cuya credibilidad no se verán perjudicados por el Internet. Las revistas que inspiraron a Semana en un principio, como Time y Newsweek, hoy están a punto de desaparecer. Sin embargo, las revistas que sí mantuvieron su nicho, el de la opinión y el reportaje, no han botado un solo periodista, como The Economist o The New Yorker. A eso le apunta Semana, sin olvidarse de que también tiene que reinventarse a sí misma. Hernán Sansone, el argentino que dirige la sección de arte de la revista hace ocho años, diseña en este momento la versión para iPad de Semana.
Mientras Semana siga siendo Semana, la de siempre, Felipe López no tiene por qué ponerse nervioso. De todas manera, se va a poner nervioso: se va a quedar toda la mañana en el cuarto del hotel cuando vuelva a Paris y le va a preguntar a todo el mundo si la vende. Porque no puede descuidar a su revista, su hija mayor. Porque la consiente, la adora. Porque, una vez más, no se puede quedar quieto.
Felipe López, el magnate
Mientras Colombia lee Semana, sus periodistas duermen. Mientras Félix de Bedout se pelea con un paramilitar en la W, Uribe insulta a Coronell en Twitter y la gente se grita en pleno trancón, los lunes los periodistas de Semana llegan a las 11 de la mañana a la oficina con un tinto en la mano. En el consejo de redacción, más que discutir qué estuvo bien y mal de la edición, los periodistas de Semana especulan qué personalidad pública puede botar humo gracias a sus plumas. En la W, en Twitter, en los trancones. Con seguridad hay alguien.
Uno de ellos, Felipe López, el dueño.
Así fue el caso el lunes 22 de agosto de 1988. María Elvira Samper, la editora, publicó en un confidencial que por primera vez en años, el noticiero 24 Horas le ganó en rating al Noticiero de las Siete, éste último de la propiedad de López y su esposa, Pilar Castaño. El viernes, día en que la revista Semana se cierra, Felipe estaba en Nueva York y no pudo revisar la edición.
Y el lunes botaba humo. Furioso, con la revista en la mano, preguntó quién había escrito ese confidencial. Después de enterarse que fue María Elvira, le tiró la revista en la cara. Ella, una de sus amigas más cercanas, le renunció de inmediato.
Días después, López y Samper se encontraron en un entierro. Y –cuenta Samper– “ahí estaba Felipe, con esa cara que hace, de perrito regañado; y yo cómo le iba a decir que no; volví”. Ese es un Felipe López, el que siempre cae parado.
También está Felipe López, el que no mira para abajo. Un ex empleado de Semana me contó que un día venía de recoger su almuerzo, una sopa que llevaba en un plato. Estaba en el ascensor y López entró sin percatarse de él. Siguiente escena: la corbata de Felipe López dentro de la sopa del periodista, que sudaba de nervios. Ambos se bajaron y López nunca se dio cuenta de su corbata ensopada mientras estuvo en el ascensor.
Y está Felipe López, el gran burgués. En su casa de Anapoima hay una cancha de tenis y tuvo lugar el matrimonio de María, al que se invitaron 900 personas y de cuyas listas de invitados Felipe estuvo más que pendiente. La vida de Felipe López es la vida de un burgués, en todos los sentidos: dueño de los medios de producción, heredero de las vieja aristocracia y promotor del libre mercado. Nació el 10 de noviembre del 47 y entró en el Liceo Francés, estuvo un tiempo en Boston, y se graduó del Nueva Granada. Se fue para Alemania, después entró al London School of Economics e hizo un MBA en Suiza. Después de graduarse trabajó en Londres para la Federación de Cafeteros. Vivía en un barrio burgués, en Chelsea, en un sótano arrendado. Quiso trabajar de mesero y el primer día Fernando Mazuera, un amigo de la sociedad aristócrata bogotana, se lo encontró y le dijo “Chino, usted qué hace acá; diga de cuánto es el problema y yo se lo arreglo”. Con 90 libras en la mano, Felipe se quitó el delantal y se fue. No duró un día.
Otro de sus palacios lo tiene en el East Midtown Manhattan, en Nueva York, la ciudad del gran magnate que es. Donde también se ve al caminador, al lector de revistas, al artista y al coleccionista que es. Colecciona arte inédito que recoge en ferias de artesanías en Paris, Madrid o Medellín, donde encontró la mesa china con incrustaciones en nácar que está en su apartamento en Bogotá, cuyo edificio es patrimonio arquitectónico.
¿Un gran burgués, Felipe López? ¿De verdad? Felipe López puede ser visto de muchas formas: que es un títere del poder, que es un solapado, que es un genio, que es un maestro, que es un mujeriego. ¿Quién es Felipe López? ¿Quién es el fundador y presidente de la revista más influyente del país? ¿Cuál es la verdad –bueno, sí: casi toda la verdad– sobre Felipe López?
“Si quiere descuartizar a Felipe López, lo tiene que ver por pedacitos: que es avaro, contemplativo con el poder, que se burla de todo el mundo, pichón de rico. Pero si lo mira en su totalidad, Felipe López es coherente. Mirado en su integridad, se aplaude. Felipe no vive de cuento. Cada suscriptor se lo consiguió a punto de rigor”, me dijo Héctor Rincón.
Primero está Felipe López, el periodista, al que comparan con Charles Foster Kane.
Si el periodismo es el primer borrador de la historia, en el caso de Semana esto se nota a leguas. La revista ha escrito la historia del país en los últimos 20 años de la A a la Z. Y le ha dado un punto de referencia a la opinión pública. Semana, más que nadie, redacta las fuentes de los historiadores. Semana nunca ha tenido reparos para denunciar a los delincuentes que se han pasado por estas tierras en los últimos 30 años, que no son pocos. El Washington Post, The New York Times y The Economist han dicho que Semana es la mejor revista de Latinoamérica. Hay un antes y un después de Semana en la historia del país. Y eso se debe al ingenioso trabajo de Felipe López Caballero.
El imperio de Kane –dice el narrador de Ciudadano Kane–, en su gloria…era un imperio sobre un imperio…Para 44 millones de lectores, más noticioso que los nombres en sus titulares, era el mismo Kane, el más grande magnate de periódicos de esta o cualquier generación.
Dicen que Felipe López tiene parecidos con Charles Foster Kane, el tirano de las noticias de Orson Wells que no tenía tapujos, ni principios, ni siquiera interés en la plata; sino una fascinación empedernida por las noticias y sus facetas más oscuras. “Le prometí a mi doctor que saldría de vacaciones pronto, pero ahora me doy cuenta de que no puedo”, le dice Kane a sus periodistas porque, para él, las noticias funcionan 24 horas al día, siete días a la semana. Así Felipe López no sea tan mentiroso, megalómano y corrupto como Kane, tiene cierta extravagancia en su sangre que lo asemeja. Es un heredero de la burguesía, un cazatalentos, un director de orquesta, un autoritario de la sala de redacción. Es, además, un prodigioso titulador.
En pleno cierre, una periodista tenía que confirmar un dato con Felipe. Lo cogió en la portería y le preguntó. Felipe, que no sabía la veracidad del dato, le dijo “¡calumnia, calumnia! Pero publíquelo: después rectificamos”.
En el quinto piso del edificio de Semana está la oficina de López, separada en tres cuartos: el de Mireya, una sala de juntas y el cuarto donde está el escritorio que nunca usa. Hay una televisión, cuadros coloridos, un muñeco del Tío Sam, un reproductor de cine antiguo y una parodia de la portada de Semana con el título “La boda del siglo”, que hace referencia al matrimonio de María, su hija.
En ese mismo piso están los editores y María. En el cuarto es la sala de redacción y en el sexto está la oficina del director, que es un altillo forrado con los diplomas de los innumerables premios que ha recibido la Revista. Ahí trabaja hace diez años Alejandro Santos, quien me dijo “Felipe, un preocupado estructural, le hace honor al filósofo Søren Kierkegaard: la angustia es parte esencial de su existencia. Felipe vive porque vive angustiado”.
En eso, digamos, también se parece al Foster Kane: en que no se puede quedar quieto. Pero tiene una gran diferencia: López no es un mercenario de las noticias. La credibilidad de Semana no es en vano. A pesar de que nunca salió a la calle a hacer una reportería, Felipe López tiene una sensibilidad periodística innata. Y eso lo convierte en un gran periodista: balanceado, audaz. “Un artículo escrito por Felipe es dialéctico –dice María Isabel Rueda–: enfrenta las teorías, el por qué sí y el por qué no. Él ya sabe la conclusión, pero el artículo está deconstruído con todos los ángulos.” Felipe, dice Antonio Caballero, “no es un Rupert Murdoch, que pone su prensa al servicio del poder, sin importar la objetividad. Tampoco es un Berlusconi, que la pone al servicio suyo”.
Es famoso que López llama a sus periodistas “los comunistas del cuarto piso”. Y otra de sus frases es “no hay delincuente de cuello blanco”. Hay gente que le llama a eso solidaridad de clase, porque no se gana enemigos en el poder. En el plano periodístico, López tiene complejo de ser injusto. Y se lo critican, porque presume la inocencia de la gente hasta perjudicar el escepticismo que debe tener un periodista. Cuando su papá era presidente la prensa le dio muy duro a la familia, y tal vez por eso Felipe quedó con la idea de que la gente no es mala por naturaleza: de que la inocencia se debe dar por sentada antes de que se compruebe lo contrario. No sabe manejar un carro, pero en el periodo presidencial de su papá salió la noticia de que había atropellado a una persona. En realidad, el culpable fue un funcionario de Palacio que se había robado un carro. Ese tipo de experiencias marcaron su visión periodística.
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José Gabriel Ortiz es tan amigo de Felipe que tiene cuarto en la finca de Anapoima y fotos con el ex presidente López en su casa. Según él, Felipe puede hablar con Julio Sánchez Cristo unas 15 veces al día. “Julio lo llama porque sabe que es de las personas mejor informadas de Colombia…Le pregunta chismes, rumores, todo; pero a medida que avanza la semana, Felipe se empieza a callar, a guardar los datos, hasta que el viernes es él quien llama a Julio”. La sección insigne de Semana es la primera que uno se encuentra, Confidenciales. Es producción única de Felipe y su periodista-asistente de turno. Y es, con Sociales, la sección que más lo trasnocha.
Más que un chisme o un rumor, un confidencial de Felipe López es un dato sobre una noticia. Los hace a punta de hablar con un centenar de personas al día. Sandra Janer fue su periodista-asistente durante cinco años. Como practicante, se lo ganó con subir, sin tapujos y con intensidad, a reportarle qué chismes nuevos había. Lo considera su maestro. Cuenta –y todo el que ha trabajado con él lo sabe– que Felipe es un psicorrígido del lenguaje. Una apreciación típica sería “si está diciendo pájaro, a qué pájaro se refiere: ¿al canario o al loro?”.
A todos les ha pasado que Felipe los llama a las tres de la mañana de un viernes para que le cambien una coma de la tercera frase a la penúltima pastilla de los confidenciales. A todos. A los más viejos también les tocó descifrar un artículo editado por López: una hoja arrugada y rota llena de tachones y con anotaciones en letra ilegible. ¡Rápido, por amor de dios!”, es una de sus frases. Así como “¡Eso es una vergüenza!”, “¡En qué cabeza cabe!”, “¡Proceso mental, por favor!”, “¡No insulte mi inteligencia!” y “¡Estoy en sus manos!”. También tiene expresiones con el porcentaje de lecturabilidad, porque piensa en los lectores potenciales de cada nota: “Esa tiene 87 por ciento de lectura; esa 100; esa 10”. Pasar una noche de viernes con Felipe López puede ser agotador, pero le enseña hasta al más sabio. Porque es Felipe López, el periodista. López, el jefe, el maestro.
Es bravo, pero se le pasa en dos minutos, dice Mireyita. “Le hace falta un palmadón”, añade. “Lo veo rompiendo vasos”, dice Antonio Caballero. “Lo he visto patear un archivador”, dice María Elvira Samper. “Tiene unos procesos muy lopistas”, dice Rincón: “tiende a la subestimar la inteligencia de los demás”.
En uno de esos famosos almuerzos en su oficina, me contó uno de los presentes, le reprocharon un artículo sobre Enrique Peñalosa. Felipe llamó a la autora y la regañó delante de todos los que almorzaban. “Se necesita ser extraterrestre para escribir eso”, le dijo. Cuando uno de los presentes le dijo que no la humillara así, López hizo cara de regañado, le botó un piropo genial a la periodista y el asunto quedó resuelto.
En cualquier medio del mundo, el jefe tiene que hacer cierta labor política. Le toca, tarde o temprano, ganarse unos cuantos enemigos. Puede pasar por autoritario, por arrogante, por megalómano. Esos con gajes de ser la cabeza de un medio de comunicación. Y Felipe López, el magnate, lo ha sabido manejar con inteligencia, con humildad y sin hacer ruido.
Semana fue el medio que más duro le dio al gobierno de Samper en el proceso 8000, pero Felipe logró mantener una relación civilizada con el presidente. Felipe, el político, no es irreverente como su padre, pero heredó una sensibilidad política que usa para manejar su revista. No es rencoroso. Se busca la menor cantidad de enemigos políticos posible. Según Alejandro, Felipe sufrió mucho con los escándalos de Uribe, porque era uribista, pero no podía negar que las chuzadas o de falsos positivos tenían evidencias que lo obligaban a publicar. Felipe dijo que era más uribista que la Revista.
La política es uno de los temas que le apasionan. Una política vista desde el punto de vista del lector: “una historia ligera con contenido político, al estilo del escándalo de Clinton con Mónica Lewinsky, lo puede fascinar”, dice María Isabel Rueda; “el escándalo del grupo Grancolombiano fue de esas historias que lo apasionaron”. Si López, el periodista, ve pruebas, puede tumbar ministros, como fue el caso en el escándalo del ‘Miti miti’, en el 98.
A Felipe López, el periodista, si se le ve en su totalidad, no hay forma de criticarlo. Se aplaude, como dice Rincón. Pero hay el que encuentra forma de criticar a Felipe López, el empresario. Dicen que, como su papá, es avaro: que maneja su empresa como una tienda que no ofrece garantías a sus empleados. Unos, por un lado, se quejan porque muchos contratos son por prestación de servicios y entrar en nómina es muy difícil. Las producciones periodísticas no siempre pagan viáticos. Se dice, además, que una de las grandes habilidades de Felipe es contratar gerentes amarrados, que no tienen escrúpulos para echar gente y recortar gastos.
Pero por otro lado muchos periodistas no tienen nada de qué quejarse: a ellos les pagaron bien y por Semana son los periodistas que son hoy –y acá hablamos de periodistas con premios en medio mundo. La empresa le da duro a los periodistas jóvenes y desconocidos, parece, pero consiente a los grandes nombres y a los veteranos.
María Isabel Rueda, amiga de Felipe y columnista de Semana por veinte años, dice que sus “conversaciones sobre sueldos con Felipe siempre fueron muy difíciles”. Antonio Caballero, columnista hace 25 años y amigo hace 60, nunca ha firmado un contrato con él.
Pero si la informalidad está en los aspectos burocráticos y administrativos de la empresa, también se vive en el ambiente. Lo dice Vladdo, y muchos lo corroboran, en su libro Una semana de quince años: “Felipe López tiene, de lejos, el mejor trabajadero con el que un periodista puede soñar…Semana podría tener en la redacción el mismo letrero que tienen los restaurantes de carretera: “ambiente familiar; atendido por su propietario””. A Semana llevan mariachis por un cumpleaños, hacen concursos en diciembre y en las fiestas de fin de año, que se hacen en Andrés carne de res, botan la casa por la ventana. Las Acacias, el restaurante paisa en la calle 94, es la segunda oficina de los periodistas. El ambiente de Semana, lo aseguran sus empleados, está lejos de ser el tedio que se vive en las oficinas.
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Con una bufanda rosada, un vestido gris de paño y rodeada de flores moradas, María López me recibió en su oficina en el quinto piso de Publicaciones Semana. Es un cubículo como el de un editor, donde se ven fotos de su hijo Felipe, de un año, y un revistero actualizado con todas las publicaciones de la empresa. Su favorita es una de las de Proyectos Semana, la de cocina. Después de graduarse de derecho de los Andes, y mientras trabajaba en un proyecto de anti trato de personas en las Naciones Unidas, Felipe López, el padre y empresario, le pidió que se metiera a la empresa. Ella no quería, pero le aceptó una propuesta: está un año, y si no le gusta, se va. Se quedó, y hoy es responsable de los proyectos sociales de Semana, entre ellos el del Salado, que busca reconstruir el pueblo destruido por los paramilitares en el 2000.
Raro como fue, el primer tema que tocamos con María fue el de las críticas sobre la informalidad de la empresa. Me dijo que el contrato de prestación de servicios es una necesidad de la labor periodística y que, si bien a los jóvenes les pagan mal, es innegable que Semana es una escuela de periodistas. Aceptó, además, que Semana tiene carencias: “Semana empezó y creció en una forma muy artesanal. Hay que desarrollar capacitaciones, cultura organizacional, valores y beneficios”.
María vino para quedarse, porque se ve en 30 años al frente de la empresa, y sabe cómo la puede mejorar a futuro. No solo desde que llegó María Semana ha tenido clara su responsabilidad social con el país: hacen foros, tienen una fundación, crearon Conexión Colombia.
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Cármen Mireya Durán fue a entrevistarse con el Director de Semana, Felipe López, en marzo del 84. “¿Usted es ordenada?”, preguntó López. “Sí”, contestó Durán. “Listo, queda contratada”, remató. Hoy Mireya camina como Pedro por su casa por el edificio de Semana. Todo el mundo la saluda, la consiente. Tiene el mejor directorio telefónico de Colombia, dice. Y es la mano derecha de Felipe López, el jefe: le organiza sus almuerzos, le maneja la chequera y las dos empresas de inversiones que tiene López están a su nombre. Como un adolescente, Felipe recibe de ella una mesada de 60 mil pesos. Mireya cumplió sus bodas de plata el año pasado y afirma que le “dieron una buena tajada”.
Después de Mireyita, la segunda persona más influyente sobre Felipe López es Elizabeth Gutiérrez, la empleada del servicio que fue niñera de María y hoy lo es de Felipe, el consentido. Ella se conoce todas sus mañas alimenticias: no come verduras, cero grasa, muchas frutas. La tercera persona más importante en la vida de Felipe López es José Gerena, un santandereano de casi dos metros que le sirve de escolta, conductor, asistente y decorador. Como miden casi lo mismo, Gerena también es la persona encargada de medirse la ropa que Felipe López, el tenorio, compra.
Es muy común ver a un empleado de Semana –cualquiera menos Felipe López, porque está prohibido– en las páginas de la revista. José fue portada en un artículo sobre las cooperativas de seguridad en el 94. Como Mireyita, José conoce a todos los empleados de la empresa y camina por ella como si fuera su casa. Felipe López, el personaje, es tan personaje, que vuelve a sus empleados personajes. Los tres hablan de él como una persona cariñosa, divertida, inteligente. A los tres, Felipe, el jefe, les ha pagado casi todo, incluida la educación de sus hijos.
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Gracias al boom tecnológico en los medios de comunicación, José Gerena ya no tiene que pensar en las revistas que hay que llevar a Anapoima los fines de semana. El periodista que más se ha lucrado de las revistas en Colombia, comprobaron las fuentes, ya no consume revistas: canceló todas sus suscripciones y hoy en día lee en iPad.
Se lucró de las revistas incluso antes de montar una. Se fue para Alemania a los 16 años a aprender un idioma que hoy maneja a la perfección –así como el francés, el inglés y el italiano. Todavía no podía entrar a la universidad, por ser tan joven, y consiguió un trabajo que necesitaba “jóvenes extranjeros que vendan revistas puerta a puerta”. Felipe era de los que más vendía, gracias a que sensibilizaba a los clientes con que tenía siete hermanos en Colombia a los que tenía que mantener.
Historias de revistas –e historias en general– hay suficientes para escribir un libro sobre la vida de Felipe López, el excéntrico. Cuando era permitido bajarse del avión durante una escala, Felipe se iba a comprar revistas. En una de esas –quizá porque, como es un indeciso, no sabía bien cuál comprar– lo dejó el avión. Llegaron el abrigo, el paraguas y el maletín, pero no llegó Felipe López. José pensó que lo habían secuestrado.
Su mundo es como el de un niño, el burgués, que en vez de juguetes quiere revistas. Pasa mucho que deja su reloj Cartier en forma de pago de unas revistas: deja el teléfono de Mireya y ella arregla. Y lo mismo hace con todo: firma papeles por el mundo como si estuviera en un club social. Felipe López es tan inútil que vive de delegar.
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Los entrevistados no pudieron pensar en un mentor. Algunos nombraron a Antonio Caballero, un amigo y primo con el que coincidió en Londres y con el que viajó a Mallorca a buscar novias escandinavas, sin éxito. Pero Caballero es más un contemporáneo. La única persona que vale es su papá, Alfonso López, el ex presidente del que heredó inteligencia, clase, frialdad, humor y encanto con las mujeres. Fue su secretario privado en la presidencia. De niño, en el 50, se fue con él a México, donde estuvieron exiliados durante el gobierno conservador de Mariano Ospina.
“Nadie sabe”, dice José Gabriel Ortiz, “que Felipe López fue de las primeras personas que secuestraron en la historia de México”. Tenía unos tres años, estaba con su hermano Alfonso en la calle montando bicicleta y pasó un carro que se lo llevó y le dio vueltas en Ciudad de México por catorce horas, hasta que lo devolvieron sin explicación.
Felipe López, el cosmopolita, siempre ha sido amante del cine –y un adicto al trabajo– y por eso fue productor. Movía cielo y tierra para que sus producciones se llevasen a cabo con éxito. Para El niño y el papa le mandó una carta a Monseñor López Trujillo en la que manifestaba estar preocupado por la pérdida de fe en los colombianos. Felipe López, el religioso, no reza ni va a misa. El objetivo era que lo dejaran grabar la llegada de Papa a Colombia en el 86. Encima, logró que el Ministerio de Comunicaciones, en manos de Noemí, le prestara una grúa y que el niño protagonista de su película fuera y se abrazara con el Papa. Los elegidos fue otra de sus producciones estrella, así como La misión, una película con Jeremy Irons y Robert de Niro.
A María la hacía ver Casablanca cuando niña. La última película que le gustó fue Taken, sobre la trata de personas. Poco le gusta a ir a cine. Poco, en realidad, le gusta con pasión. Le gustan las uvas y la naranja, que debe ser importada. Detesta el tomate. Amante de los chocolates, no le gustan si tienen decoración o alguna cosa adentro. No toma trago: si por accidente se toma un vino blanco, le echa hielo. No sale por las noches, aunque puede ir a tres almuerzos en un día. No a comer, ni más faltaba: Felipe López va es a socializar.
Porque el almuerzo es la hora más importante del día. Como burgués que es, como europeista que es, el almuerzo es el ritual que le da sentido al día. Experto en mezclar gente de diferentes círculos sociales, los almuerzos en su oficina, la mayoría de ellos improvisados aunque no pequeños ni informales, son una leyenda.
Nervioso porque no sabía dónde almorzar durante una vacaciones en Sicilia con su familia, vio un Volkswagen escarabajo de última generación en el carril de al lado. Se bajó del carro y se montó en el Volkswagen que manejaba una mona alta con pinta de modelo, que terminó sentada con él almorzando y oyéndole sus cuentos inventados: que venía de Australia, que era coleccionista de arte, que había estado en la guerra.
En Londres “yo lo odiaba porque nos quitaba todas las novias”, dice José Gabriel. Las habilidades de López con las mujeres están llenas de humor, elegancia y originalidad. Es Felipe López, el donjuán. “Tiene muchas amigas”, fue lo que dijeron varios entrevistados. Se separó de Pilar Castaño porque, según ella, es que es un “ladies man, elegante, de café de sociedad”.
Lopez es tímido y rompe su introversión con comentarios impertinentes. Un tímido que hace osadías como ésta, en una galería en Nueva York. “Si usted adivina de qué país soy, le regalo un cuadro”, le dijo a una mujer de tacones altos y minifalda. “Puede hacerme una pregunta y yo le digo qué pregunta hacerme”. “Listo”, dijo la mujer. “Pregúnteme cuál es mi profesión”. “¿Cuál es su profesión?”, preguntó ella. “Narcotraficante”. “Es colombiano”. “Ganó, escoja un cuadro”. Nunca se lo compró, pero almorzó con ella.
Felipe López, el personaje, tiene su neura. Y no se puede quedar quieto. Ha llamado a Pilar Calderón a las tres de la mañana a preguntarle cómo se prende el microondas. Su inutilidad es célebre, y la usa para burlarse de sí mismo: a todos los artefactos tecnológicos les dice mouse. El iPhone lo pierde tres veces al año, en promedio. Llama a Mireya desde Eslovenia para que le traigan comida al cuarto del hotel. Midnight Blue y Hollywood White son los dos colores –inventados, a manera de chiste– de las baldosas para la piscina de la finca que tenía como posibilidad. Las metía en el lavamanos y le preguntaba a la gente cuál les gustaba más. Se gasta una buena cantidad de dinero por cambiar pasajes. Viaja, además, para almorzar con los colombianos que viven en el exterior. Puede estar en Roma y el cielo estar azul, y él se queda toda la mañana en el cuarto siendo Felipe López, el periodista. María Elvira Samper se incomoda cuando piensa en la cama de Felipe llena de migajas.
La única mujer que ha sabido manejar a Felipe López, lo dijeron las entrevistas, es su novia hace 23 años, Lila Ochoa, directora de la revista Fucsia, de Publicaciones Semana. De pelo negro y liso, facciones proporcionadas y sonrisa de catálogo, Lila es una mujer de bajo perfil que no se siente en una pasarela. Como Felipe, el coleccionista, ella es amante del arte clásico. En la sala de su apartamento, donde hablé con ella, hay cuadros de Gustavo Zalamea y David Manzur .
Es su mujer y quizá la novia con la que Felipe López, el galán, pase su vejez. Como un príncipe árabe, López vive rodeado de mujeres. Ellas dicen que no es guapo, pero que tiene una elegancia y un estilo únicos. “Es un metrosexual”, dice Mireyita. Y “se cuida de combinar bien los colores y vestirse bien, aunque detesta ir de compras”, dice María. Para ir a toros, se pone pantalones rojos. Siempre, desde que tiene gafas, ha usado el mismo marco de carei. “Son las gafas más sucias y enmelocotadas de Colombia”, dice Cecilia Orozco, porque para quitárselas y ponérselas las coge del lente y no lo limpia después.
Como con el marco de las gafas, López no es de cambiar: siempre es el mismo restaurante de carne, la misma librería, el mismo sastre. En cada una de sus ciudades –Madrid, Paris, Londres, y Nueva York– tiene una peluquería donde lo conocen. En Bogotá es la Peluquería del Country en la calle 97 con 10. El dueño, Jorge Eli Fontecha Luengas, es el barbero y peluquero de López hace 30 años. Sonaba Melodía Stéreo y olía a café cuando lo conocí en su peluquería, donde uno se siente en el corazón de la cepa cachaca más tradicional, de hombres tiesos y majos, con sus corbatas y sus camisas bien anudadas y planchadas.
Felipe, el lord, conoció a Jorge cuando era un empleado más de la peluquería. De pelo negro peinado al milímetro y un año más viejo que su cliente estrella, Jorge tartamudea al hablar, más si le pregunto por el genio de López. “A veces le dan ataques”, dice, “pero siempre se desquita por teléfono”. Le paga 72 mil pesos y le da propina. En la peluquería o en la oficina, se ven todos los viernes cada 15 días. El corte es sencillo, clásico, parejo. “Es un proceso automático”, dice Jorge, que tiene colección de la revista SoHo, cortesía de Felipe, el caballero.
No es raro llegar a la oficina de Felipe López un viernes, con los afanes de un cierre, y verlo sentado como un lord mientras lo peluquean y Nelly Blanco, una viejita que trabaja para Jorge, le corta las uñas. Los periodistas no saben, aunque se lo pueden imaginar, lo difícil que es cortarle el pelo a Felipe López, el periodista, el empresario, el jefe. “El tipo”, dice Jorge, “no se puede quedar quieto”.
Publicado en Kien & Ke en febrero de 2011.