Daniel Pardo's Blog

Un reguero de letras, por Daniel Pardo

Archive for febrero 2011

Perfil de Felipe López, dueño de Semana

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El dueño de las noticias

Cuando viaja, Felipe López no sale del hotel hasta el almuerzo. Le dedica toda la mañana a pensar la próxima edición de Semana. No resiste no estar encima de su revista. Ve televisión, oye radio, lee revistas, habla por teléfono. Su cuarto parece una sala de redacción, con platos de comida y periódicos en el piso. El tipo no se puede quedar quieto. No se sienta, ve cinco canales de televisión al tiempo, se lee tres artículos a la vez. Es como un niño el 25 de diciembre: incapaz de dejar su juguete descuidado.

Estaba en Londres en septiembre de 1995 cuando Jorge Lesmes, un reportero de Semana, consiguió el audio de la conversación entre el presidente Ernesto Samper y la esposa de un narcotraficante, Elizabeth Montoya de Sarria, más conocida como la ‘Monita retrechera’. Era un diálogo amistoso, en la que ella le ofrecía un anillo a Samper para que le regalara a su esposa. Hablaban de cuestiones personales. Sin embargo, en el contexto del proceso que investigaba la financiación de la mafia de la campaña de Samper, era una revelación histórica.

Y Felipe López no quería publicarlo, porque era una conversación personal. Caminaba de un lado al otro del cuarto. Hablaba una y otra vez con Mauricio Vargas, el director de la revista. La redacción quería publicarlo; Felipe no. El viernes, día del cierre de la revista Semana, Vargas y Lesmes le presentaron cartas de renuncia. Lo propio hicieron los demás periodistas de la redacción, liderados por Vladdo, que era Editor gráfico. Aplazaron el cierre para el sábado. La redacción estaba resignada.

Una de las tantas mujeres que le habla al oído a Felipe López es María Elvira Samper, la ‘Nena’. Ella le dijo “publíque, Felipe; esto está muy enredado y no es la hora para que usted venga a proteger a Samper”. Lo convenció, y cerraron la revista el sábado por la mañana, con una foto de Samper y un título que se preguntaba “¿Debe renunciar Ernesto Samper?”. Pero el domingo capturaron a Miguel Rodríguez Orejuela y no podían salir con una portada que pedía la renuncia de Samper. Finalmente la portada tituló así: “Entre el cielo y el infierno”.

El cubrimiento del proceso 8000, según Felipe López, fue el momento de mayor influencia de la Revista. Lo denunciaron todo, sin escrúpulos. Y, sin embargo, Felipe López logró no pelearse con Samper. La gente decía que tenía al Noticiero de las Siete –dirigido por una samperista, Cecilia Orozco– para quitarse la etiqueta de anti samperista. Una vez invitó a Julio Sánchez Cristo y a Samper a almorzar, para que hicieran las paces. Julio, más que Felipe, se había destacado como crítico de Samper. El ex presidente le dijo a Felipe “usted ha sido muy duro”, y él respondió: “qué va: el verdadero hijueputa es éste (Julio), que lo hizo por convicción; yo lo hice por plata”.

Al menos el 80 por ciento de todos los escándalos políticos que han ocurrido en Colombia en los últimos 30 años han sido revelados por Semana. Y su dueño, fundador y presidente nunca ha roto su relación cercana con el poder. Semana ha tumbado ministros, y a Felipe López la gente no lo reconoce en la calle. Se convirtió en una de las personalidades de mayor influencia en Colombia –un país donde los medios son, acá sí, el cuarto poder– sin hacer bulla, calladito.

¿Cómo lo hizo? Primero, ¿cómo logró armar una revista que es el punto de referencia de la opinión pública sin hacer escándalo? Segundo, ¿cuáles son los detalles de su desigual historia como medio de comunicación? Y tercero, ¿cuáles fueron las historias que dispararon a Semana?

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En la historia del periodismo en Colombia hay un antes y un después de Semana porque, en efecto, antes de mayo de 1982 no existía cosa semejante. Desde que aparecieron los periódicos, a finales del siglo XVIII, hasta finales del siglo XX, la prensa en este país era una extensión de los partidos políticos.

Semana tiene dos antecedentes. Alberto Lleras Camargo, que justo después de salir de su primera presidencia, en el 46, fundó Semana, una revista política con ideas liberales influenciada por el periodismo internacional que hacía crónicas y escribía con agilidad. Pero era un satélite del Partido Liberal, y duró hasta el 61.  El otro antecedente fue Alternativa, un semanario de izquierda de Enrique Santos y Gabriel García Márquez. Otra vez: si bien escribían con pluma, con narrativa y con crónica, la revista era política, porque tenía una agenda y una posición premeditada. Semana no.

En 1982 Felipe López tenía 35 años. Había vivido por fuera la mayor parte de su vida, y, al volver, llegó influenciado por la obsesiva lectura de revistas que hizo durante todo ese tiempo. En la entrevista con su amiga y colega María Isabel Rueda en Casi toda la verdad lo cuenta: “cuando decidí fundar una revista, pensé que ese nombre tenía una recordación favorable por el prestigio que se había ganado cuando la dirigió Alberto Lleras”. Felipe logró, “con una carta toda sapa”, que Lleras y Alberto Zalamea, el último director de Semana, le cedieran el nombre. Después se reunió con Enrique Santos: “me contó que estaba pensando en hacer lo mismo que nosotros –le dijo Santos a Rueda– pero sin nuestro errores… Era consciente de que el modelo periodístico de Alternativa había sido un éxito. Preguntó que cómo hacíamos con la distribución, con los avisos, con las presiones políticas”.

López le compró los escritorios y las máquinas de escribir a Alternativa –también se llevó a la gerente, Rosa Dalia Velásquez, y a un fotógrafo, Lope Medina– y con eso empezó a gestar la primera publicación de periodismo independiente en la historia del país. Según María Elvira Bonilla, una de las primera reporteras de Semana, López tenía en mente una versión de Newsweek y Plinio Apuleyo Mendoza, el editor que vino desde Francia montarla, una versión de Le Point. Era una mezcla de política, entretenimiento y poder, con un lenguaje agradable y reportería seria. Primero se instalaron en una oficina en la Avenida Jiménez y, después de que llegaron más periodistas –gracias a un aviso en el periódico que decía “Revista tipo Time busca periodistas en Colombia”–, se pasaron a una casa en la calle 40 que había sido un burdel. Dice María Elvira Samper que era “una ratonera de paredes destrozadas y bombillos sin apliques”.

Todo esto, en medio de una campaña presidencial en la que Alfonso López Michelsen, el papá de Felipe, era el candidato por el Partido Liberal. Si ganaba, el proyecto de la revista se caía, porque se perdía la independencia. Pero Felipe, los entrevistados afirmaron, estaba convencido de que su padre no iba a ganar. Y no ganó. Sin embargo, Felipe –y esto demuestra la astucia con la que trabaja– sí usó la candidatura y la eventual victoria de su padre para montar la revista. Con eso, por ejemplo, logró cerrar paquetes de anunciantes por más de seis meses. “Vendió la pauta con la expectativa de la victoria”, dice María Elvira Bonilla. Según Héctor Rincón, otro de los primeros reporteros de la revista, el apellido López Caballero le sirvió para lograr un crédito en el Banco Popular. Trató que Jaime Michelsen le diera 10 millones de pesos, pero el presidente del Grupo Grancolombiano se negó. Los 19 inversionistas que consiguió, y que le dieron un millón de pesos cada uno, eran amigos de su papá que no podían negar su participación como accionistas, porque existía la posibilidad de que su amigo fuera el próximo presidente.

La primera revista Semana salió el lunes 12 de mayo de 1982 y en ella hay un artículo sobre López Michelsen titulado “López: banderas rojas y palomas blancas”. Es un elogio al nuevo tono que había adoptado el ex presidente en su campaña, con el que criticaba la intervención del partido venezolano Copei en la campaña y sentenciaba que su prioridad era la paz. La portada de la edición era un análisis sobre el terrorismo y en sus páginas –impresas en papel periódico a dos tintas: negro para los textos y rojo para los cabezotes– se encuentra un artículo analítico sobre Galán, el contrincante de López; una columna económica de Juan Manuel Santos; un análisis de la campaña; entrevistas con el candidato Belisario Bentacourt y con el ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez; artículos sobre Gloria Zea y el mundial de fútbol del 86, que iba a ser en Colombia y era uno de los puntos clave de la campaña. La primera revista Semana, es decir, ya era la Semana que conocemos, la de siempre, la misma que leímos la semana pasada.

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Pilar Castaño, la primera esposa de López, me citó el pasado diciembre en el edificio de la HJCK, la emisora de su familia, en la calle 85. De tacones altos y con unas gafas oscuras de marco amarillo que nunca se quitó, preguntó “¿Dónde está la Vanity Fair?” Nadie sabía, pero todos buscaban. La Vogue, que ahí estaba, no le servía: quería la Vanity Fair. Esperé media hora, y al final hicimos una entrevista a las carreras en su camioneta.

Cataño y López se conocieron en Europa en el 72. Ella vivía en París y él en Londres, donde trabajaba en la Federación de Cafeteros. La cédula de Pilar hoy en día dice ‘De López’, porque se casaron cuando ella apenas tenía 20 años. Volvieron de Europa en el 74, porque Felipe entró a trabajar en el gobierno de su papá como Secretario privado. Después montaron una productora de cine, Casablanca, con la que hicieron películas memorables como el Niño y el Papa. Y se separaron en el 87.

Pilar y su mamá, Gloria Valencia de Castaño, vendían la pauta de Semana en los primeros años. Iban de empresa en empresa, enviadas por Felipe, para conseguir anunciantes. Y Pilar también lo confirma: el apellido y la campaña presidencial ayudaron a vender.

La historia de Semana como empresa en una historia del éxito. A pesar de que se originó en medio de la élite acomodada de la capital, Semana no nació rica. Solo siete años más tarde López pudo comprarles las acciones a los 19 socios. “Una cosa es verlo ahora –dice Héctor Rincón–, que está cómodo en su asiento de cuero, y verlo cuando pasábamos necesidades haciendo la revista, con botellón de Coca-Cola y empanadas frías”. En el libro de Rueda Felipe se refiere al respecto: “Pensaba más en la influencia que en la plata. Sin embargo, como el periodismo estaba tan politizado en ese momento, la independencia acabó traduciéndose en un éxito comercial”.

A pesar de que es un desastre con los números, Felipe López siempre se ha rodeado muy bien en ese frente, y Rosa Dalia Veláquez fue uno de esos fichajes estrella. “Le administraba una pobreza con ínfulas de riqueza”, dice Rincón. Felipe empezó a organizarse y usó, una vez más, su extraordinaria creatividad para vender: se inventó formas de captar suscriptores sin precedentes, como regalar radiograbadoras, lámparas Coleman durante el apagón o despertadores; premios por suscribirse que quizá le salían más caros a corto plazo, pero aseguraban un suscriptor y llamaban la atención de los anunciantes. Y eso es una revista exitosa: relevancia periodística y habilidad económica.

Después de que López Michelsen perdió las elecciones, la revista se instaló en la casa de la campaña, en la calle 85. Publicaciones Semana, que en un principio fue Caribe S.A., creció mucho durante los ochenta y noventa. Según Mauricio Vargas, López los sabía consentir muy bien, a pesar de que pagaba mal: los invitaba a restaurantes –al Unicornio, a Don blas, a la Casa vieja– y hacía canjes con anunciantes para llevarlos de vacaciones a Cartagena. Después de la casa en la calle 85 pasaron a una en el Parque de la 93, donde está hoy Pepe Ganga. Hace 16 años están en un edificio de ladrillo –y en otros cinco más– del que se quieren ir apenas puedan.

Si Publicaciones Semana creció mucho durante los ochenta y noventa, en el siglo XXI se disparó. Antes de la llegada de Alejandro Santos, la empresa no se había consolidado como Casa Editorial. Hoy tienen siete revistas –entre ellas SoHo, una revista que genera más de mil millones de pesos en publicidad por edición– y 17 proyectos de revistas y publicaciones de empresas o patrocinadas. Publicaciones Semana es puede generar hasta 80 mil millones de pesos en ventas al año.

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La clave del éxito de Semana está en una palabra: independencia. Cecilia Orozco, que fue empleada y es amiga de Felipe, dice que “a él le encantaría tener una revista gobiernista, con agenda política; pero él sabe que la independencia es lo que da plata, y que por eso la tiene que mantener”. Semana, no obstante, nunca dejó de ser un bastión de periodismo de denuncia, crítico, riguroso. “Felipe ha logrado todo esto haciéndose el güevón”, dice Héctor Rincón.

Durante la producción de Los elegidos, una película del 84 que fue co-producida por rusos, a Felipe le entró un dolor en el oído izquierdo. Estaba en San Petesburgo, viajó a Madrid y fue operado en California de un tumor. En esas, perdió el oído izquierdo.

“Usa su sordera –continúa Rincón– para hacerse el que no oye”. “Felipe se jacta de que no lee la revista para no quedar comprometido”, dice Antonio Caballero. “Puede tener reparos para publicar cosas –continúa–, pero sabe que si algo es verdad y creíble, lo tiene que publicar, porque si no lo publica él, lo publican otros, y eso es malo para Semana”. “Se la juega –dice Pilar Calderón– por unos periodistas que usa de fachada. Mauricio Vargas fue con el 8000, Alejandro lo fue con los escándalos de Uribe”. También se hace el democrático: le pregunta hasta a la empleada qué portada le parece mejor, pero sabe, desde el principio, qué va a decidir. La habilidad de Felipe López para ser el dueño, presidente y jefe de una revista que se gana enemigos cada semana no tiene límites.

“¿Por qué tienen tanto éxito las revistas de opinión en Colombia?”, le preguntó María Isabel Rueda. Y él contestó “porque Colombia genera más noticias que cualquier país. El éxito de las publicaciones depende de qué sucede. En Colombia siempre estamos en transición de una guerra a otra y de un escándalo a otro”. Si así es la historia de Colombia, una sucesión de escándalos y tragedias, lo mismo pasa con la historia de la Revista Semana, que es una sucesión de éxitos.

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Según Felipe, el artículo más influyente de Semana en los acontecimientos del país fue la chiva de que Pablo Escobar había ejecutado en la Catedral a los Galeano y a los Moncada, sus socios. El artículo demostró que la Catedral era un centro de operaciones de Escobar, un palacio donde el narco realizaba torturas atroces y administraba su negocio de cocaína.

Pablo Escobar es uno de lo capítulos importantes en la historia de Semana y Felipe López. Tanto así que el capo apareció en la portada cuando era un desconocido, bajo el título de “El Robin Hood paisa”.

Nunca se llegó a comprobar si la campaña de López Michelsen en el 82 sí recibió 25 millones de pesos del narcotráfico. Es sabido, sin embargo, que el ex presidente, ya después de perder las elecciones y por petición del presidente Betancourt, se reunió en el 84 con los capos en Panamá, en medio de la guerra entre el gobierno y el Cartel por la extradición. Santiago Londoño White, un empresario paisa conocido de Escobar, contactó a Felipe, para que su padre sirviera de intermediario entre los narcos y el gobierno. A pesar de que López Michelsen tuvo el aval del gobierno para hacer la reunión, en el momento en que se filtró la noticia y el país se enteró de la reunión el gobierno no lo apoyó. El episodio fue, sin duda, uno de los capítulos más controvertidos de la vida política del ex presidente López, porque dejó la sensación de que su amistad con los narcotraficantes (Alberto Santofimio, presunto autor de la muerte de Galán y socio de Escobar, era uno de sus allegados políticos) era más seria de lo que parecía.

Y eso, me dijeron fuentes que pidieron no ser citadas, tiene que ver con que Semana haya sido la publicación que más páginas le dedicara a los cabecillas. Dice Héctor Rincón que “Semana se lucró del narcotráfico, periodísticamente hablando, porque volvió paradigmático al narcotraficante”. Felipe heredó la relación con Londoño White y eso le sirvió para estar enterado de qué pasaba con los narcos. “Al ser un fanático de las historias sobre el poder, el éxito y la plata”, comenta Cecilia Orozco, “era inevitable que Felipe no fuera un experto en narcotráfico”.

Virginia Vallejo, la amante de Pablo Escobar, dice en su libro que Felipe López la cortejó después de separarse de Pilar Castaño, y le dijo que las cosas que se escribieran en Semana en contra de ella y Escobar no estaban en sus manos, sino de los periodistas. “López es un hombre alto, bello y de facciones sefaritas… Aunque afable y tímido en apariencia, Felipe es un hombre de hielo que nunca ha podido entender por qué él, tan poderoso, elegante y ‘presidencial’, no puede inspirarme el amor que siento por Escobar”. Según una fuente cercana a Felipe, el día que salió el libro de Vallejo él se lo devoró en dos horas y su veredicto, muy a su estilo, fue tajante: “es la mejor novela de ficción que he leído en mi vida”.

Vallejo también cuenta que a partir del “generoso” calificativo de “El Robin Hood paisa” Pablo Escobar empezó a construir su leyenda. Amigo o enemigo de los narcos, qué importa, Felipe López y Semana fueron los grandes denunciadores y críticos de los narcotraficantes durante los ochenta. Y ahí están las pruebas.

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107 personas murieron el día que un avión de Avianca cayó despedazo sobre Soacha el lunes 27 de noviembre de 1989 por la mañana. El viernes Semana tenía dos hipótesis documentadas pero no muy contundentes: que había sido un atentado terrorista o un daño mecánico del avión. Se fueron por la segunda y, el lunes siguiente, Augusto López, gerente de Avianca, reveló que había sido una bomba instalada por el Cartel de Medellín. Semana quedó en el ridículo y Julio Mario Santo Domingo, dueño de Avianca, se enfureció. Esto, además, después de una portada sobre La Dinastía, la serie de televisión sobre el despiadado empresario Blake Carrington, en la que Semana comparó al petrolero norteamericano con Santo Domingo.

73 de los 158 pasajeros a bordo de un vuelo de Avianca murieron cuando el avión cayó sobre Cove Neck, un pueblo a 24 kilómetros del aeropuerto de Nueva York, el 25 de enero de 1990. Semana publicó un informe en el que detallaban que el accidente era culpa de los politos de Avianca. Y en junio del 90, Semana sacó un artículo sobre una millonaria multa que la Superintendencia de Control de Cambios le puso a Santo Domingo por la venta del 46 por ciento de Bancoquia a Jaime Mosquera Castro. Decía el informe que Santo Domingo había sido desvinculado de la investigación gracias a presiones del Ministro de Hacienda, Luis Fernando Alarcón.

Que cuatro historias seguidas en Semana hubiesen dejado mal parado a Santo Domingo no significaría que Felipe no publicara un confidencial que dejaba al empresario, una vez más, en el foco de la controversia: su esposa, Beatrice Dávila, se ganaba cuatro mil dólares como funcionaria diplomática de Colombia ante la ONU y, gracias a ese puesto, Santo Domingo tenía un pasaporte diplomático con el que evadía impuestos en Estados Unidos. Ese fue el florero de Llorente que llevó al Grupo Santo Domingo a quitar su pauta en la revista Semana, que en ese momento representaba el 10 por ciento de la pauta total del país, e hiciera quemar todas las revistas que le llegaban a los aviones de Avianca por suscripción.

“Son cuentos viejos sobre los que no me interesa volver”, le dijo Felipe a María Isabel Rueda. La palea con Santo Domingo, que también fue en parte heredada por conflictos entre el Grupo y López papá, fue un capítulo con el que Felipe sufrió mucho, coincidieron las entrevistas. Pero demuestra, y esta es la moraleja de la historia, que así a López le cueste romper son su clase social y con el poder, hay un punto en el que el periodista que hay en él es contundente: cuando hay un desafío a la verdad.

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La apreciación general de la gente, me di cuenta, es que Isaac Lee “es un tipo misterioso”. Viene del corazón de la comunidad judía de Bogotá. Trabajaba en el departamento de seguridad de Bavaria el día en que Augusto López se lo llevó para que dirigiera la revista Cromos, también propiedad del Grupo. El niño prodigio experto en seguridad, que venía de vivir en Israel, logró que Cromos, una marca estancada después de 80 años de historia, volviera a ser una revista de primera. Según el libro de Vladdo, pasó de vender cuatro mil ejemplares a vender 100 mil.

Lee tenía 26 años en enero de 1997, cuando entró a la dirección de la revista Semana. Según la mayoría de las personas que entrevisté, fue el error más grande que ha cometido Felipe López en su vida periodística. Llegó como una fórmula para modernizar la revista y el capítulo que protagoniza en la historia de Semana es el que tiene que ver con la apertura económica, la llegada del Internet y la diversificación del mercado de revistas en Colombia. ¿Cómo es la historia de Semana en la modernidad?

Felipe dice que, después del proceso 8000, pensó que era necesario bajarle el tono a la Revista. Por eso salieron Vargas, Lesmes y Téllez, y entraron Lee y José Fernando Londoño. Además, Felipe vio que las revistas que lo inspiraron en un principio, Time y Newsweek, se habían despolitizado mucho y habían empezado a manejar más temas de salud, viajes y vida moderna.

Sin embargo, sobre esta rotación hay muchas teorías. Una nota de El Tiempo que salió en ese momento decía al final “dentro de la redacción de Semana, pudo establecer este diario, hay inquietud por el nombramiento de Lee”. Se dice que la cabeza de Vargas, que llevaba 12 años en la revista, fue el precio de un negocio entre Augusto López y el entonces presidente de Telecom, José Blackburn. Algunos dicen que Felipe llevaba ya un tiempo quejándose de que Vargas, que venía de ser Ministro de Gaviria, había gavirizado la revista. Y también está la versión de Vargas, que afirma que lo botaron por presiones de López Michelsen y Samper, quien supuestamente amenazó a Felipe con dejar al Noticiero de las Siete por fuera de una nueva licitación.

“A Felipe lo fascinan los audaces –dice Cecilia Orozco–; como lo demostró con Pablo Escobar, le gusta la gente exitosa e inteligente; también le gusta que lo adulen y a punta de adular, Lee, que era un conquistador, se lo conquistó”. Isaac Lee le cambió la cara a Semana en muchos sentidos. Según Pilar Calderón, que fue directora del Noticiero y es las grandes amigas de López, “Lee lo convenció de que podía ser un nuevo Santo Domingo, de que podía armar un imperio.” Era un momento de auge económico, justo antes de la crisis del 99. Felipe se metió en el negocio de la televisión por cable y compró unas acciones en Caracol Radio. Con Lee, lanzaron las revistas SoHo, Gatopardo y Jet-Set. “Pasamos de comer en Mora Mora a comer en Hatsuhana”, le decía Felipe a María Elvira Samper. “Es que las cosas han mejorado”, decían con ironía. Bajo la batuta de Lee se hicieron varios consejos de redacción en Miami. Semana, coinciden muchos, se desperfiló. Y un ejemplo de ello es que Sai Baba, un religioso indio del que Lee es aficionado, llegó a ser portada.

Sobre la era Lee en Semana se especula mucho. Se dice, por ejemplo, que Augusto López convenció a Felipe de que traerlo era una forma de mejorar sus relaciones con Santo Domingo y recuperar la pauta que le habían quitado. Eso pasó, y por eso dicen que Felipe le dio una bonificación a Lee de 560 millones de pesos. También se dice que, como parte del acuerdo al devolver la pauta, Santo Domingo exigió la salida de Vargas y la entrada de Lee, porque él –Julio Mario– apoyaba a Samper.

Otra de las grandes especulaciones que tiene que ver con Lee y el Grupo es el de unas grabaciones que aparecieron después de que el Grupo destituyó a Carlos Pérez de la junta de Avianca en el 94. Semana publicó un artículo titulado “Espionaje telefónico”, en el que demostraba que Santo Domingo chuzaba a López, quien presentó cargos ante la fiscalía. Así el artículo no mencionara a Lee, que en ese momento trabajaba para el departamento de seguridad de Bavaria, se pensó que él estaba involucrado, y fue por eso que, tres años después, su nombramiento como director fue una sorpresa para todos.

Hoy en día, la relación entre Felipe y María Elvira Samper no es la misma que antes. Después de la cerrada de QAP en el 99, ella volvió a Semana, con una figura de pseudo-directora que nadie, ni ella, entendió muy bien. Pero esto hizo sentir a Lee amenazado. Ella no se entendió con él y su equipo y sintió que ponían a la redacción en su contra. Hasta ahí llegó la historia de María Elvira Samper con Semana.

En diciembre del 2010, Semana hizo un confidencial sobre el nombramiento de Isaac Lee como presidente de Univisión. “¿Por qué no le hicieron un artículo?”, se pregunta Héctor Rincón. “De haber sido otra persona, ¿no le habrían dado portada a semejante acontecimiento?”. Varias personas a las que consulté me confirmaron que Felipe dice que entre Lee, Miguel Silva y Eduardo Michelsen, ambos fichas del primero, casi lo quiebran. Y lo cierto es que SoHo no despegó hasta la llegada de Samper Ospina, en el 2001, y que el proyecto de Gatopardo fue un fracaso.

Una interpretación más sobre el episodio es que Felipe estaba convencido de que Lee le iba a ayudar a vender la Revista y que producto de eso fue la compra del 25 por ciento de la revista por parte un grupo barranquillero de empresarios judíos, el grupo Sanford, que pagó la deuda que Semana tenía en ese momento. Según Alejandro Santos, Felipe puede tener caprichos y puede meditar la posibilidad de venderla. Sin embargo, dice José Gabriel Ortiz, “solo si le llega un petrolero árabe con mucha plata la vende”.

El “Proyecto Manhattan” fue lo más cerca que estuvo de vender la revista. Era una propuesta de sus antiguos colegas –Roberto Pombo, María Elvira Samper, Pilar Calderón, Edgar Téllez, entre otros– para que les vendiera el 30 por ciento de la revista y les dejara hacerla a ellos, para recuperar así la identidad que había perdido con Lee. Pero Felipe no quiso y ellos le armaron la competencia, con Cambio. Con la salida de Lee, Felipe se quedó sin el pan y sin el queso, pero, una vez más, cayó parado: contrató a Alejandro, Daniel Coronell, Marta Ruiz, María Teresa Ronderos y Ricardo Calderón, entre otros, y armó un equipo nuevo que durante el gobierno de Uribe disparó a Semana, ésta vez apoyada por los demás proyectos de la Casa Editorial. Semana se acordó que su perfil era el de una revista de opinión política, de nicho, con investigación sobre temas ladrilludos pero necesarios.

Los que dicen que Felipe nunca ha dejado de pensar en vender la revista lo dicen porque lo conocen: porque saben que es un nervioso obstinado. Porque no se queda quieto. Una de las cosas que le preocupan, con razón, es la amenaza que el Internet ha significado para el mercado de las revistas.

¿Cuál es el futuro de Semana? Según Alejandro Santos, mientras la empresa piense de manera global, con proyectos aledaños y con los ojos en el mercado, no hay de qué preocuparse. Y según María López, la futura presidente de esta empresa, “mientras mantengamos la independencia, Semana seguirá siendo un punto de referencia obligatorio para el lector”. María parece tener claro que Semana, así deje de leerse en papel, siempre será un generador de contenidos cuyo nombre y cuya credibilidad no se verán perjudicados por el Internet. Las revistas que inspiraron a Semana en un principio, como Time y Newsweek, hoy están a punto de desaparecer. Sin embargo, las revistas que sí mantuvieron su nicho, el de la opinión y el reportaje, no han botado un solo periodista, como The Economist o The New Yorker. A eso le apunta Semana, sin olvidarse de que también tiene que reinventarse a sí misma. Hernán Sansone, el argentino que dirige la sección de arte de la revista hace ocho años, diseña en este momento la versión para iPad de Semana.

Mientras Semana siga siendo Semana, la de siempre, Felipe López no tiene por qué ponerse nervioso. De todas manera, se va a poner nervioso: se va a quedar toda la mañana en el cuarto del hotel cuando vuelva a Paris y le va a preguntar a todo el mundo si la vende. Porque no puede descuidar a su revista, su hija mayor. Porque la consiente, la adora. Porque, una vez más, no se puede quedar quieto.

Felipe López, el magnate

Mientras Colombia lee Semana, sus periodistas duermen. Mientras Félix de Bedout se pelea con un paramilitar en la W, Uribe insulta a Coronell en Twitter y la gente se grita en pleno trancón, los lunes los periodistas de Semana llegan a las 11 de la mañana a la oficina con un tinto en la mano. En el consejo de redacción, más que discutir qué estuvo bien y mal de la edición, los periodistas de Semana especulan qué personalidad pública puede botar humo gracias a sus plumas. En la W, en Twitter, en los trancones. Con seguridad hay alguien.

Uno de ellos, Felipe López, el dueño.

Así fue el caso el lunes 22 de agosto de 1988. María Elvira Samper, la editora, publicó en un confidencial que por primera vez en años, el noticiero 24 Horas le ganó en rating al Noticiero de las Siete, éste último de la propiedad de López y su esposa, Pilar Castaño. El viernes, día en que la revista Semana se cierra, Felipe estaba en Nueva York y no pudo revisar la edición.

Y el lunes botaba humo. Furioso, con la revista en la mano, preguntó quién había escrito ese confidencial. Después de enterarse que fue María Elvira, le tiró la revista en la cara. Ella, una de sus amigas más cercanas, le renunció de inmediato.

Días después, López y Samper se encontraron en un entierro. Y –cuenta Samper– “ahí estaba Felipe, con esa cara que hace, de perrito regañado; y yo cómo le iba a decir que no; volví”. Ese es un Felipe López, el que siempre cae parado.

También está Felipe López, el que no mira para abajo. Un ex empleado de Semana me contó que un día venía de recoger su almuerzo, una sopa que llevaba en un plato. Estaba en el ascensor y López entró sin percatarse de él. Siguiente escena: la corbata de Felipe López dentro de la sopa del periodista, que sudaba de nervios. Ambos se bajaron y López nunca se dio cuenta de su corbata ensopada mientras estuvo en el ascensor.

Y está Felipe López, el gran burgués. En su casa de Anapoima hay una cancha de tenis y tuvo lugar el matrimonio de María, al que se invitaron 900 personas y de cuyas listas de invitados Felipe estuvo más que pendiente. La vida de Felipe López es la vida de un burgués, en todos los sentidos: dueño de los medios de producción, heredero de las vieja aristocracia y promotor del libre mercado. Nació el 10 de noviembre del 47 y entró en el Liceo Francés, estuvo un tiempo en Boston, y se graduó del Nueva Granada. Se fue para Alemania, después entró al London School of Economics e hizo un MBA en Suiza. Después de graduarse trabajó en Londres para la Federación de Cafeteros. Vivía en un barrio burgués, en Chelsea, en un sótano arrendado. Quiso trabajar de mesero y el primer día Fernando Mazuera, un amigo de la sociedad aristócrata bogotana, se lo encontró y le dijo “Chino, usted qué hace acá; diga de cuánto es el problema y yo se lo arreglo”. Con 90 libras en la mano, Felipe se quitó el delantal y se fue. No duró un día.

Otro de sus palacios lo tiene en el East Midtown Manhattan, en Nueva York, la ciudad del gran magnate que es. Donde también se ve al caminador, al lector de revistas, al artista y al coleccionista que es. Colecciona arte inédito que recoge en ferias de artesanías en Paris, Madrid o Medellín, donde encontró la mesa china con incrustaciones en nácar que está en su apartamento en Bogotá, cuyo edificio es patrimonio arquitectónico.

¿Un gran burgués, Felipe López? ¿De verdad? Felipe López puede ser visto de muchas formas: que es un títere del poder, que es un solapado, que es un genio, que es un maestro, que es un mujeriego. ¿Quién es Felipe López? ¿Quién es el fundador y presidente de la revista más influyente del país? ¿Cuál es la verdad –bueno, sí: casi toda la  verdad– sobre Felipe López?

“Si quiere descuartizar a Felipe López, lo tiene que ver por pedacitos: que es avaro, contemplativo con el poder, que se burla de todo el mundo, pichón de rico. Pero si lo mira en su totalidad, Felipe López es coherente. Mirado en su integridad, se aplaude. Felipe no vive de cuento. Cada suscriptor se lo consiguió a punto de rigor”, me dijo Héctor Rincón.

Primero está Felipe López, el periodista, al que comparan con Charles Foster Kane.

Si el periodismo es el primer borrador de la historia, en el caso de Semana esto se nota a leguas. La revista ha escrito la historia del país en los últimos 20 años de la A a la Z. Y le ha dado un punto de referencia a la opinión pública. Semana, más que nadie, redacta las fuentes de los historiadores. Semana nunca ha tenido reparos para denunciar a los delincuentes que se han pasado por estas tierras en los últimos 30 años, que no son pocos. El Washington Post, The New York Times y The Economist han dicho que Semana es la mejor revista de Latinoamérica. Hay un antes y un después de Semana en la historia del país. Y eso se debe al ingenioso trabajo de Felipe López Caballero.

El imperio de Kane –dice el narrador de Ciudadano Kane–, en su gloria…era un imperio sobre un imperio…Para 44 millones de lectores, más noticioso que los nombres en sus titulares, era el mismo Kane, el más grande magnate de periódicos de esta o cualquier generación.

Dicen que Felipe López tiene parecidos con Charles Foster Kane, el tirano de las noticias de Orson Wells que no tenía tapujos, ni principios, ni siquiera interés en la plata; sino una fascinación empedernida por las noticias y sus facetas más oscuras. “Le prometí a mi doctor que saldría de vacaciones pronto, pero ahora me doy cuenta de que no puedo”, le dice Kane a sus periodistas porque, para él, las noticias funcionan 24 horas al día, siete días a la semana. Así Felipe López no sea tan mentiroso, megalómano y corrupto como Kane, tiene cierta extravagancia en su sangre que lo asemeja. Es un heredero de la burguesía, un cazatalentos, un director de orquesta, un autoritario de la sala de redacción. Es, además, un prodigioso titulador.

En pleno cierre, una periodista tenía que confirmar un dato con Felipe. Lo cogió en la portería y le preguntó. Felipe, que no sabía la veracidad del dato, le dijo “¡calumnia, calumnia! Pero publíquelo: después rectificamos”.

En el quinto piso del edificio de Semana está la oficina de López, separada en tres cuartos: el de Mireya, una sala de juntas y el cuarto donde está el escritorio que nunca usa. Hay una televisión, cuadros coloridos, un muñeco del Tío Sam, un reproductor de cine antiguo y una parodia de la portada de Semana con el título “La boda del siglo”, que hace referencia al matrimonio de María, su hija.

En ese mismo piso están los editores y María. En el cuarto es la sala de redacción y en el sexto está la oficina del director, que es un altillo forrado con los diplomas de los innumerables premios que ha recibido la Revista. Ahí trabaja hace diez años Alejandro Santos, quien me dijo “Felipe, un preocupado estructural, le hace honor al filósofo Søren Kierkegaard: la angustia es parte esencial de su existencia. Felipe vive porque vive angustiado”.

En eso, digamos, también se parece al Foster Kane: en que no se puede quedar quieto. Pero tiene una gran diferencia: López no es un mercenario de las noticias. La credibilidad de Semana no es en vano. A pesar de que nunca salió a la calle a hacer una reportería, Felipe López tiene una sensibilidad periodística innata. Y eso lo convierte en un gran periodista: balanceado, audaz. “Un artículo escrito por Felipe es dialéctico –dice María Isabel Rueda–: enfrenta las teorías, el por qué sí y el por qué no. Él ya sabe la conclusión, pero el artículo está deconstruído con todos los ángulos.” Felipe, dice Antonio Caballero, “no es un Rupert Murdoch, que pone su prensa al servicio del poder, sin importar la objetividad. Tampoco es un Berlusconi, que la pone al servicio suyo”.

Es famoso que López llama a sus periodistas “los comunistas del cuarto piso”. Y otra de sus frases es “no hay delincuente de cuello blanco”. Hay gente que le llama a eso solidaridad de clase, porque no se gana enemigos en el poder. En el plano periodístico, López tiene complejo de ser injusto. Y se lo critican, porque presume la inocencia de la gente hasta perjudicar el escepticismo que debe tener un periodista. Cuando su papá era presidente la prensa le dio muy duro a la familia, y tal vez por eso Felipe quedó con la idea de que la gente no es mala por naturaleza: de que la inocencia se debe dar por sentada antes de que se compruebe lo contrario. No sabe manejar un carro, pero en el periodo presidencial de su papá salió la noticia de que había atropellado a una persona. En realidad, el culpable fue un funcionario de Palacio que se había robado un carro. Ese tipo de experiencias marcaron su visión periodística.

***

José Gabriel Ortiz es tan amigo de Felipe que tiene cuarto en la finca de Anapoima y fotos con el ex presidente López en su casa. Según él, Felipe puede hablar con Julio Sánchez Cristo unas 15 veces al día. “Julio lo llama porque sabe que es de las personas mejor informadas de Colombia…Le pregunta chismes, rumores, todo; pero a medida que avanza la semana, Felipe se empieza a callar, a guardar los datos, hasta que el viernes es él quien llama a Julio”. La sección insigne de Semana es la primera que uno se encuentra, Confidenciales. Es producción única de Felipe y su periodista-asistente de turno. Y es, con Sociales, la sección que más lo trasnocha.

Más que un chisme o un rumor, un confidencial de Felipe López es un dato sobre una noticia. Los hace a punta de hablar con un centenar de personas al día. Sandra Janer fue su periodista-asistente durante cinco años. Como practicante, se lo ganó con subir, sin tapujos y con intensidad, a reportarle qué chismes nuevos había. Lo considera su maestro. Cuenta –y todo el que ha trabajado con él lo sabe– que Felipe es un psicorrígido del lenguaje. Una apreciación típica sería “si está diciendo pájaro, a qué pájaro se refiere: ¿al canario o al loro?”.

A todos les ha pasado que Felipe los llama a las tres de la mañana de un viernes para que le cambien una coma de la tercera frase a la penúltima pastilla de los confidenciales. A todos. A los más viejos también les tocó descifrar un artículo editado por López: una hoja arrugada y rota llena de tachones y con anotaciones en letra ilegible. ¡Rápido, por amor de dios!”, es una de sus frases. Así como “¡Eso es una vergüenza!”, “¡En qué cabeza cabe!”, “¡Proceso mental, por favor!”, “¡No insulte mi inteligencia!” y “¡Estoy en sus manos!”. También tiene expresiones con el porcentaje de lecturabilidad, porque piensa en los lectores potenciales de cada nota: “Esa tiene 87 por ciento de lectura; esa 100; esa 10”. Pasar una noche de viernes con Felipe López puede ser agotador, pero le enseña hasta al más sabio. Porque es Felipe López, el periodista. López, el jefe, el maestro.

Es bravo, pero se le pasa en dos minutos, dice Mireyita. “Le hace falta un palmadón”, añade. “Lo veo rompiendo vasos”, dice Antonio Caballero. “Lo he visto patear un archivador”, dice María Elvira Samper. “Tiene unos procesos muy lopistas”, dice Rincón: “tiende a la subestimar la inteligencia de los demás”.

En uno de esos famosos almuerzos en su oficina, me contó uno de los presentes, le reprocharon un artículo sobre Enrique Peñalosa. Felipe llamó a la autora y la regañó delante de todos los que almorzaban. “Se necesita ser extraterrestre para escribir eso”, le dijo. Cuando uno de los presentes le dijo que no la humillara así, López hizo cara de regañado, le botó un piropo genial a la periodista y el asunto quedó resuelto.

En cualquier medio del mundo, el jefe tiene que hacer cierta labor política. Le toca, tarde o temprano, ganarse unos cuantos enemigos. Puede pasar por autoritario, por arrogante, por megalómano. Esos con gajes de ser la cabeza de un medio de comunicación. Y Felipe López, el magnate, lo ha sabido manejar con inteligencia, con humildad y sin hacer ruido.

Semana fue el medio que más duro le dio al gobierno de Samper en el proceso 8000, pero Felipe logró mantener una relación civilizada con el presidente. Felipe, el político, no es irreverente como su padre, pero heredó una sensibilidad política que usa para manejar su revista. No es rencoroso. Se busca la menor cantidad de enemigos políticos posible. Según Alejandro, Felipe sufrió mucho con los escándalos de Uribe, porque era uribista, pero no podía negar que las chuzadas o de falsos positivos tenían evidencias que lo obligaban a publicar. Felipe dijo que era más uribista que la Revista.

La política es uno de los temas que le apasionan. Una política vista desde el punto de vista del lector: “una historia ligera con contenido político, al estilo del escándalo de Clinton con Mónica Lewinsky, lo puede fascinar”, dice María Isabel Rueda; “el escándalo del grupo Grancolombiano fue de esas historias que lo apasionaron”. Si López, el periodista, ve pruebas, puede tumbar ministros, como fue el caso en el escándalo del ‘Miti miti’, en el 98.

A Felipe López, el periodista, si se le ve en su totalidad, no hay forma de criticarlo. Se aplaude, como dice Rincón. Pero hay el que encuentra forma de criticar a Felipe López, el empresario. Dicen que, como su papá, es avaro: que maneja su empresa como una tienda que no ofrece garantías a sus empleados. Unos, por un lado, se quejan porque muchos contratos son por prestación de servicios y entrar en nómina es muy difícil. Las producciones periodísticas no siempre pagan viáticos. Se dice, además, que una de las grandes habilidades de Felipe es contratar gerentes amarrados, que no tienen escrúpulos para echar gente y recortar gastos.

Pero por otro lado muchos periodistas no tienen nada de qué quejarse: a ellos les pagaron bien y por Semana son los periodistas que son hoy –y acá hablamos de periodistas con premios en medio mundo. La empresa le da duro a los periodistas jóvenes y desconocidos, parece, pero consiente a los grandes nombres y a los veteranos.

María Isabel Rueda, amiga de Felipe y columnista de Semana por veinte años, dice que sus “conversaciones sobre sueldos con Felipe siempre fueron muy difíciles”. Antonio Caballero, columnista hace 25 años y amigo hace 60, nunca ha firmado un contrato con él.

Pero si la informalidad está en los aspectos burocráticos y administrativos de la empresa, también se vive en el ambiente. Lo dice Vladdo, y muchos lo corroboran, en su libro Una semana de quince años: “Felipe López tiene, de lejos, el mejor trabajadero con el que un periodista puede soñar…Semana podría tener en la redacción el mismo letrero que tienen los restaurantes de carretera: “ambiente familiar; atendido por su propietario””. A Semana llevan mariachis por un cumpleaños, hacen concursos en diciembre y en las fiestas de fin de año, que se hacen en Andrés carne de res, botan la casa por la ventana. Las Acacias, el restaurante paisa en la calle 94, es la segunda oficina de los periodistas. El ambiente de Semana, lo aseguran sus empleados, está lejos de ser el tedio que se vive en las oficinas.

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Con una bufanda rosada, un vestido gris de paño y rodeada de flores moradas, María López me recibió en su oficina en el quinto piso de Publicaciones Semana. Es un cubículo como el de un editor, donde se ven fotos de su hijo Felipe, de un año, y un revistero actualizado con todas las publicaciones de la empresa. Su favorita es una de las de Proyectos Semana, la de cocina. Después de graduarse de derecho de los Andes, y mientras trabajaba en un proyecto de anti trato de personas en las Naciones Unidas, Felipe López, el padre y empresario, le pidió que se metiera a la empresa. Ella no quería, pero le aceptó una propuesta: está un año, y si no le gusta, se va. Se quedó, y hoy es responsable de los proyectos sociales de Semana, entre ellos el del Salado, que busca reconstruir el pueblo destruido por los paramilitares en el 2000.

Raro como fue, el primer tema que tocamos con María fue el de las críticas sobre la informalidad de la empresa. Me dijo que el contrato de prestación de servicios es una necesidad de la labor periodística y que, si bien a los jóvenes les pagan mal, es innegable que Semana es una escuela de periodistas. Aceptó, además, que Semana tiene carencias: “Semana empezó y creció en una forma muy artesanal. Hay que desarrollar capacitaciones, cultura organizacional, valores y beneficios”.

María vino para quedarse, porque se ve en 30 años al frente de la empresa, y sabe cómo la puede mejorar a futuro. No solo desde que llegó María Semana ha tenido clara su responsabilidad social con el país: hacen foros, tienen una fundación, crearon Conexión Colombia.

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Cármen Mireya Durán fue a entrevistarse con el Director de Semana, Felipe López, en marzo del 84. “¿Usted es ordenada?”, preguntó López. “Sí”, contestó Durán. “Listo, queda contratada”, remató. Hoy Mireya camina como Pedro por su casa por el edificio de Semana. Todo el mundo la saluda, la consiente. Tiene el mejor directorio telefónico de Colombia, dice. Y es la mano derecha de Felipe López, el jefe: le organiza sus almuerzos, le maneja la chequera y las dos empresas de inversiones que tiene López están a su nombre. Como un adolescente, Felipe recibe de ella una mesada de 60 mil pesos. Mireya cumplió sus bodas de plata el año pasado y afirma que le “dieron una buena tajada”.

Después de Mireyita, la segunda persona más influyente sobre Felipe López es Elizabeth Gutiérrez, la empleada del servicio que fue niñera de María y hoy lo es de Felipe, el consentido. Ella se conoce todas sus mañas alimenticias: no come verduras, cero grasa, muchas frutas. La tercera persona más importante en la vida de Felipe López es José Gerena, un santandereano de casi dos metros que le sirve de escolta, conductor, asistente y decorador. Como miden casi lo mismo, Gerena también es la persona encargada de medirse la ropa que Felipe López, el tenorio, compra.

Es muy común ver a un empleado de Semana –cualquiera menos Felipe López, porque está prohibido– en las páginas de la revista. José fue portada en un artículo sobre las cooperativas de seguridad en el 94. Como Mireyita, José conoce a todos los empleados de la empresa y camina por ella como si fuera su casa. Felipe López, el personaje, es tan personaje, que vuelve a sus empleados personajes. Los tres hablan de él como una persona cariñosa, divertida, inteligente. A los tres, Felipe, el jefe, les ha pagado casi todo, incluida la educación de sus hijos.

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Gracias al boom tecnológico en los medios de comunicación, José Gerena ya no tiene que pensar en las revistas que hay que llevar a Anapoima los fines de semana. El periodista que más se ha lucrado de las revistas en Colombia, comprobaron las fuentes, ya no consume revistas: canceló todas sus suscripciones y hoy en día lee en iPad.

Se lucró de las revistas incluso antes de montar una. Se fue para Alemania a los 16 años a aprender un idioma que hoy maneja a la perfección –así como el francés, el inglés y el italiano. Todavía no podía entrar a la universidad, por ser tan joven, y consiguió un trabajo que necesitaba “jóvenes extranjeros que vendan revistas puerta a puerta”. Felipe era de los que más vendía, gracias a que sensibilizaba a los clientes con que tenía siete hermanos en Colombia a los que tenía que mantener.

Historias de revistas –e historias en general– hay suficientes para escribir un libro sobre la vida de Felipe López, el excéntrico. Cuando era permitido bajarse del avión durante una escala, Felipe se iba a comprar revistas. En una de esas –quizá porque, como es un indeciso, no sabía bien cuál comprar– lo dejó el avión. Llegaron el abrigo, el paraguas y el maletín, pero no llegó Felipe López. José pensó que lo habían secuestrado.

Su mundo es como el de un niño, el burgués, que en vez de juguetes quiere revistas. Pasa mucho que deja su reloj Cartier en forma de pago de unas revistas: deja el teléfono de Mireya y ella arregla. Y lo mismo hace con todo: firma papeles por el mundo como si estuviera en un club social. Felipe López es tan inútil que vive de delegar.

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Los entrevistados no pudieron pensar en un mentor. Algunos nombraron a Antonio Caballero, un amigo y primo con el que coincidió en Londres y con el que viajó a Mallorca a buscar novias escandinavas, sin éxito. Pero Caballero es más un contemporáneo. La única persona que vale es su papá, Alfonso López, el ex presidente del que heredó inteligencia, clase, frialdad, humor y encanto con las mujeres. Fue su secretario privado en la presidencia. De niño, en el 50, se fue con él a México, donde estuvieron exiliados durante el gobierno conservador de Mariano Ospina.

“Nadie sabe”, dice José Gabriel Ortiz, “que Felipe López fue de las primeras personas que secuestraron en la historia de México”. Tenía unos tres años, estaba con su hermano Alfonso en la calle montando bicicleta y pasó un carro que se lo llevó y le dio vueltas en Ciudad de México por catorce horas, hasta que lo devolvieron sin explicación.

Felipe López, el cosmopolita, siempre ha sido amante del cine –y un adicto al trabajo– y por eso fue productor. Movía cielo y tierra para que sus producciones se llevasen a cabo con éxito. Para El niño y el papa le mandó una carta a Monseñor López Trujillo en la que manifestaba estar preocupado por la pérdida de fe en los colombianos. Felipe López, el religioso, no reza ni va a misa. El objetivo era que lo dejaran grabar la llegada de Papa a Colombia en el 86. Encima, logró que el Ministerio de Comunicaciones, en manos de Noemí, le prestara una grúa y que el niño protagonista de su película fuera y se abrazara con el Papa. Los elegidos fue otra de sus producciones estrella, así como La misión, una película con Jeremy Irons y Robert de Niro.

A María la hacía ver Casablanca cuando niña. La última película que le gustó fue Taken, sobre la trata de personas. Poco le gusta a ir a cine. Poco, en realidad, le gusta con pasión. Le gustan las uvas y la naranja, que debe ser importada. Detesta el tomate. Amante de los chocolates, no le gustan si tienen decoración o alguna cosa adentro. No toma trago: si por accidente se toma un vino blanco, le echa hielo. No sale por las noches, aunque puede ir a tres almuerzos en un día. No a comer, ni más faltaba: Felipe López va es a socializar.

Porque el almuerzo es la hora más importante del día. Como burgués que es, como europeista que es, el almuerzo es el ritual que le da sentido al día. Experto en mezclar gente de diferentes círculos sociales, los almuerzos en su oficina, la mayoría de ellos improvisados aunque no pequeños ni informales, son una leyenda.

Nervioso porque no sabía dónde almorzar durante una vacaciones en Sicilia con su familia, vio un Volkswagen escarabajo de última generación en el carril de al lado. Se bajó del carro y se montó en el Volkswagen que manejaba una mona alta con pinta de modelo, que terminó sentada con él almorzando y oyéndole sus cuentos inventados: que venía de Australia, que era coleccionista de arte, que había estado en la guerra.

En Londres “yo lo odiaba porque nos quitaba todas las novias”, dice José Gabriel. Las habilidades de López con las mujeres están llenas de humor, elegancia y originalidad. Es Felipe López, el donjuán. “Tiene muchas amigas”, fue lo que dijeron varios entrevistados. Se separó de Pilar Castaño porque, según ella, es que es un “ladies man, elegante, de café de sociedad”.

Lopez es tímido y rompe su introversión con comentarios impertinentes. Un tímido que hace osadías como ésta, en una galería en Nueva York. “Si usted adivina de qué país soy, le regalo un cuadro”, le dijo a una mujer de tacones altos y minifalda. “Puede hacerme una pregunta y yo le digo qué pregunta hacerme”. “Listo”, dijo la mujer. “Pregúnteme cuál es mi profesión”. “¿Cuál es su profesión?”, preguntó ella. “Narcotraficante”. “Es colombiano”. “Ganó, escoja un cuadro”. Nunca se lo compró, pero almorzó con ella.

Felipe López, el personaje, tiene su neura. Y no se puede quedar quieto. Ha llamado a Pilar Calderón a las tres de la mañana a preguntarle cómo se prende el microondas. Su inutilidad es célebre, y la usa para burlarse de sí mismo: a todos los artefactos tecnológicos les dice mouse. El iPhone lo pierde tres veces al año, en promedio. Llama a Mireya desde Eslovenia para que le traigan comida al cuarto del hotel. Midnight Blue y Hollywood White son los dos colores –inventados, a manera de chiste– de las baldosas para la piscina de la finca que tenía como posibilidad. Las metía en el lavamanos y le preguntaba a la gente cuál les gustaba más. Se gasta una buena cantidad de dinero por cambiar pasajes. Viaja, además, para almorzar con los colombianos que viven en el exterior. Puede estar en Roma y el cielo estar azul, y él se queda toda la mañana en el cuarto siendo Felipe López, el periodista. María Elvira Samper se incomoda cuando piensa en la cama de Felipe llena de migajas.

La única mujer que ha sabido manejar a Felipe López, lo dijeron las entrevistas, es su novia hace 23 años, Lila Ochoa, directora de la revista Fucsia, de Publicaciones Semana. De pelo negro y liso, facciones proporcionadas y sonrisa de catálogo, Lila es una mujer de bajo perfil que no se siente en una pasarela. Como Felipe, el coleccionista, ella es amante del arte clásico. En la sala de su apartamento, donde hablé con ella, hay cuadros de Gustavo Zalamea y David Manzur .

Es su mujer y quizá la novia con la que Felipe López, el galán, pase su vejez. Como un príncipe árabe, López vive rodeado de mujeres. Ellas dicen que no es guapo, pero que tiene una elegancia y un estilo únicos. “Es un metrosexual”, dice Mireyita. Y “se cuida de combinar bien los colores y vestirse bien, aunque detesta ir de compras”, dice María. Para ir a toros, se pone pantalones rojos. Siempre, desde que tiene gafas, ha usado el mismo marco de carei. “Son las gafas más sucias y enmelocotadas de Colombia”, dice Cecilia Orozco, porque para quitárselas y ponérselas las coge del lente y no lo limpia después.

Como con el marco de las gafas, López no es de cambiar: siempre es el mismo restaurante de carne, la misma librería, el mismo sastre. En cada una de sus ciudades –Madrid, Paris, Londres, y Nueva York– tiene una peluquería donde lo conocen. En Bogotá es la Peluquería del Country en la calle 97 con 10. El dueño, Jorge Eli Fontecha Luengas, es el barbero y peluquero de López hace 30 años. Sonaba Melodía Stéreo y olía a café cuando lo conocí en su peluquería, donde uno se siente en el corazón de la cepa cachaca más tradicional, de hombres tiesos y majos, con sus corbatas y sus camisas bien anudadas y planchadas.

Felipe, el lord, conoció a Jorge cuando era un empleado más de la peluquería. De pelo negro peinado al milímetro y un año más viejo que su cliente estrella, Jorge tartamudea al hablar, más si le pregunto por el genio de López. “A veces le dan ataques”, dice, “pero siempre se desquita por teléfono”. Le paga 72 mil pesos y le da propina. En la peluquería o en la oficina, se ven todos los viernes cada 15 días. El corte es sencillo, clásico, parejo. “Es un proceso automático”, dice Jorge, que tiene colección de la revista SoHo, cortesía de Felipe, el caballero.

No es raro llegar a la oficina de Felipe López un viernes, con los afanes de un cierre, y verlo sentado como un lord mientras lo peluquean y Nelly Blanco, una viejita que trabaja para Jorge, le corta las uñas. Los periodistas no saben, aunque se lo pueden imaginar, lo difícil que es cortarle el pelo a Felipe López, el periodista, el empresario, el jefe. “El tipo”, dice Jorge, “no se puede quedar quieto”.

Publicado en Kien & Ke en febrero de 2011.

El periodismo en Colombia II

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Otra vez: esto no es una disertación sobre el periodismo en Colombia, sino un comentario sobre una más de sus características: hoy, que es una competencia por la exclusividad.

El periodismo es el negocio de la chiva, de lo nuevo, de lo que nadie sabía. Y para el periodista, el señor o señora que vive de esto, tener una chiva es el evento que le da significado a su carrera. La chiva es para el periodista lo que un gol en la final del Mundial es para un futbolista. Y por eso, mal que bien, tiende a arriesgarse más de la cuenta o cometer errores. También por eso el periodismo es una apuesta envidiosa: una competencia por la exclusividad, como cuando uno hace fila para entrar a un salón VIP. Tener una chiva o ser exclusivo llena a un periodista de ego y de arrogancia, y por eso a veces hace mal las cosas.

La silla vacía fue una oleada de aire fresco para el periodismo colombiano. La necesitábamos: tocaba innovar en Internet, las secciones políticas de los medios tradicionales –durante el polarizador gobierno Uribe– no estaban siendo suficientes y un tiro de independencia era cada vez más urgente. Además, La silla dio la chiva de que el referendo de la segunda reelección en el 2010 no iba a pasar en la Corte Constitucional y eso los llenó de credibilidad; y, sí señor, de ego y arrogancia. Quién no se iba a agrandar: eran un medio de Internet con un año de edad y dieron una de las chivas políticas más importantes de la historia reciente de Colombia. Y eso les sirvió para volverse una fuente obligatoria durante la campaña presidencial. Pero se agrandaron más de la cuenta.

A mí me late que darle a esa chiva de la reelección tiene que ver con la chiva frustrada de Alfonso Cano. Me late que en La silla vacía, con tres o cuatro fuentes, se llenan de adrenalina, de ego y de arrogancia, y se lanzan a dar una noticia no necesariamente comprobada. Y que pase lo que tenga que pasar. Lo mismo pasó con el nombramiento de Vargas Lleras en el Ministerio del Interior: La silla, basada en unas fuentes, dijo que iba de Ministro de Defensa, y horas después lo nombraron del Interior. Y La silla quedó en el ridículo. Y así fue esta vez: hicieron el oso al confirmar que Cano había sido dado de baja, cuando el texto que apoyaba a ese titular ni siquiera lo confirmaba. Todo el mundo, en medio de la incertidumbre, decía que se estaban contradiciendo. Después cambiaron el texto por una frase que lo confirmaba, basada en cuatro fuentes. E insistieron, a pesar de que todos los medios grandes lo desmentían una y otra vez. Finalmente la Presidencia los llamó, y se tuvieron que bajar del bus. Ahí sigue La silla, a la espera de que se les haga el milagrito de que Cano esté muerto y nos dejen callados a todos.

¿Debe un periodista publicar cualquier cosa que le digan sus fuentes? ¿Es el periodista un mero mediador entre las fuentes y el público?

El periodista tiene que responder por sus fuentes. Así como las tiene que defender y proteger, también tiene que responder por ellas, porque son suyas. No es que el periodista sea un simple publicador de lo que dicen sus fuentes y se acabó. El periodista es un intérprete, un analista, un hermeneuta. Y por eso tiene que comprobar si sus fuentes son confiables, fidedignas, relevantes. No se puede llenar de testimonios que le digan lo que quiere oír, como me late que pasó con las fuentes que notificaron la muerte de Cano a La silla. En el Reino Unido –el paraíso para las demandas de injuria por la rigurosidad de la ley ante la prensa– existen 10 puntos para el ejercicio del buen periodismo que pretenden evitar este tipo de atentados a la información. Ahí se especifica que, si una fuente dice mentiras, el periodista no tiene por qué publicar, por que él o ella es responsable por el testimonio que encontró. Lo mismo con Wikileaks: cualquier documento tiene que ser investigado antes de ser publicado. Las fuentes hay que comprobarlas. Y por eso La silla no tiene cómo defenderse –a menos de que Cano resulte muerto mañana–, porque se confió de lo que le dijeron tres fuentes que, al parecer, estaban equivocadas. Y eso es responsabilidad de La silla.

¿Será éste el fin de la credibilidad de La silla vacía? ¿Fue éste un golpe de mala suerte, como fue la chiva de la reelección un golpe de buena suerte? A pesar de que los usuarios de La silla no lo van a olvidar y para el resto de su historia esto va a quedar como un episodio oscuro, Juanita León y su sala de redacción se han sabido ganar –a punta de ladrillo político para un nicho especializado– un prestigio y una credibilidad. Solo esperemos que esta experiencia les sirva para bajarle al ego y a la arrogancia que los llevó a cometer estos errores de la adrenalina del viernes; del afán de la chiva y de generar tráfico.

Ahora bien: si el periodismo vive de la exclusividad, El Espectador fue el ganador de la semana, porque entró al selecto grupo de medios del mundo que se dan el lujo de tener los cables del Departamento de Estado estadounidense filtrados por medio de Wikileaks. Ahora El Espectador se codea con el Le Monde y Dar Spiegel, y eso en Colombia es muy bien visto, por exclusivo. Es como entrar a un salón VIP con Paris Hilton. Más allá de la controversia sobre Assange y Wikileaks, El Espectador fue el escogido y aceptó el llamamiento. Y esa fue la noticia, más que la información en los cables en sí. Tanto es el poder de la chiva, que El Espectador ni siquiera tuvo que chiviar nada, sino simplemente contestar la llamada de Assange. Y con eso los gritos de felicitación redundaron en Twitter y demás.

Eso pasa en cualquier lugar del mundo, aunque solo pasa en Colombia que los demás medios no le hagan seguimiento a la historia por esa competencia por la exclusividad en la que están enfrascados. Fue insólito ver el seguimiento de los cables publicados por El Espectador en El Tiempo. Solo pasa en Colombia que los noticieros presentan como noticia lo que va a pasar en una telenovela de su propio canal. Y solo pasa en Colombia que los medios subestimen las chivas de su competencia.

Un tercer caso en el que vimos la arrogancia y el ego que invaden al periodismo fue la pelea entre El malpensante y José Alejandro Castaño, un excelente cronista que, inundado en los mares del egocentrismo y, bueno, de la mediocridad, engañó a sus lectores de la revista SoHo y a sus editores de El malpensante. Mal por él.

Bueno, y si de egos estamos hablando, que no se deje de mencionar el caso Claudia López versus Ernesto Samper, que hoy celebra su última audiencia y, dios quiera, fallará lo que mejor sea para el periodismo: si se comprueba que López dijo mentiras explícitamente, que la condenen; y si se comprueba que solo manifestó una opinión, que la absuelvan.

El periodismo, entonces, es una competencia de egos. Es como un desfile de moda, donde todos se pelean por estar en el puesto más exclusivo y ser el más arriesgado y novedoso. Si nos saliéramos de esas pretensiones estrambóticas, de la ambición innecesaria y el afán de ser el mejor y ganarlo todo, tal vez ahí haríamos un periodismo mejor, más riguroso, sesudo, relevante.

Publicado en Kien & Ke en febrero de 2011

El periodismo en Colombia

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No es que vaya a hacer una disertación sobre el periodismo en Colombia, ni más faltaba. Sino que durante la semana pasada un par de eventos me hicieron pensar en dos de las tantas características que definen al periodismo en este mísero país.

La primera es que nos sentimos –y somos– poca cosa.

Martín de Francisco, que estaba cubriendo el Mundial de ciclismo para La tele en algún momento de los años noventa, le pregunta a un ciclista español si los periodistas lo cuestionaron sobre las mujeres colombianas y la comida colombiana. El ciclista, confundido, responde que mujeres hay de todas, lindas y feas, y que la comida del hotel está muy buena. De Francisco, exaltado, dice “ya no pregunten más esa vaina…qué es eso de sentirse poca cosa…ese complejo de inferioridad.. pues claro que van a contestar que sí les gusta.. ya dejen de preguntar esas pendejadas”.

No solo en los noventa los periodistas colombianos se sentían poca cosa. Sino que antes y después también. Y el cubrimiento del los eventos de trascendencia histórica que acabaron de ocurrir en Egipto es un ejemplo perfecto.

Los grandes y pequeños medios de comunicación en el resto del mundo mandaron corresponsales a Egipto para cubrir las protestas. Les dieron portada, hicieron análisis y reportajes de todo tipo. Acá en Colombia, sin embargo, nos resignamos a un artículo de agencia, una foto impactante, una entrevista con un especialista y si acaso un análisis de tres páginas en la revista Semana, que ni siquiera le dio portada.

¿Por qué? Porque nos sentimos, y somos, poca cosa. El cubrimiento internacional de nuestros medios es pobre. En el exterior son la primera y más jugosa sección de un periódico o revista, mientras que en Colombia son más importantes las secciones de
sociales y entretenimiento. El único medio en Colombia que se salva de esta tendencia es la W, que hace un cubrimiento superficial pero bueno de lo que pasa por fuera. De hecho, sobre Egipto han logrado –con una corresponsal– buenas entrevistas y análisis. Así la mayoría de los corresponsales de la W encuentran y reportan sus historias por Internet, la W los tiene. Y, de ahí, pare de contar.

Y es que ¿quién va a preferir un análisis de Arlene Tickner en El Espectador a un análisis de Fareed Zakaria en el Washigton Post? Lo tiene a dos clicks de distancia: ¿cómo no se va a ir para el Post? Si los medios colombianos no se acostumbraron a mirar para afuera antes del Internet, mucho menos va a pasar ahora. El Internet, así seamos un país pobre y subdesarrollado, va a seguir creciendo con desenfreno. Y ahí, en esa red infinita de información, las posibilidades de enterarse de los eventos internacionales es más rica y buena que en los impresos nacionales. Y se podría argumentar que la responsabilidad de nuestros medios masivos –como de El Tiempo o RCN televisión o Caracol Radio– es educar a la gente y explicarle la relevancia de lo que pasa por fuera. Pero ¿y si a la gente no le importa?

Un medio escribe según su público: según lo que sus lectores quieren y pueden y les interesa leer. Por eso esta columna es para tres pelagatos: para los tres periodistas que se interesan en su campo. Por eso El malpensante la leen dos profesores y un columnista. Y por eso El Tiempo, que es una publicación fácil de leer y superficial en el análisis y el ladrillo, lo lee todo el mundo.

Mientras los colombianos no se interesen en los eventos internacionales, los medios no van a dejar de hacer el mero reportaje de rutina sobre éstos. El presidente Alfonso López Michelsen lo dijo: “Colombia es el Tibet de América, porque no mira para afuera”. Tal vez sea porque en Colombia ocurren demasiadas historias; tantas que ni siquiera alcanza el papel para analizarlas todas. Tal vez sea, también, porque los colombianos no estamos educados y no tenemos conciencia de la relevancia de los eventos internacionales. El pobre cubrimiento que le dimos a Egipto no es más que un reflejo que nuestro Colombia-centrista país: de nuestra ignorancia y de nuestra trágica y convulsionada historia patria. La prensa es un negocio que se tiene que mantener, y si no tiene contentos a sus lectores, si no les cuenta las historias que quieren leer, se quiebra, y por eso para Semana fue mejor negocio sacar a Juan Manuel Santos en la portada que a Mubarak.

Ahora bien: tanto es el complejo de inferioridad en el que vivimos los periodistas en Colombia, que la entrevista de Santos en Semana, la primera que da desde el poder, no tuvo mucha repercusión en los demás medios. Al contrario, un artículo que salió también el domingo en El País de Madrid mereció nota para todos los demás medios. Y no fue porque la entrevista de El País fuera mejor que la de Semana, sino porque el hecho de que Colombia se mencione en un medio internacional es noticia. Hasta ese punto llega nuestro sentimiento de inferioridad, Martín. Haga la tarea: mire la sección de correo en The Economist y verá que, siempre, después de que en la edición anterior se haya escrito sobre Colombia, hay una carta de queja de algún embajador o algún ministro colombiano –a saber, un Andrés Felipe Arias. Colombia está interesada en Colombia.

Lo segundo que pasó esta semana fue la fiesta que celebró los 100 años de El Tiempo, un evento que también dice mucho de lo que es el periodismo en Colombia: un coctel de lagartos, uno, y un eufemismo de una crisis, dos.

Porque mientras los españoles de El Tiempo se fajaron una fiesta de 1,500 personas, al otro día le dicen a sus periodistas que tienen que recortar gastos. Cerraron una revista con el argumento de que estaban dando pérdidas y de que había que recortar gastos. Así El Tiempo sea un periódico se circulación masiva, no hay medio que no esté dando pérdidas en este momento: por el Internet y por la crisis económica. Pero con o sin crisis, El Tiempo tenía que botar la casa por la ventana en sus cumpleaños 100. ¿Usted se imagina que el New York Times hiciera una fiesta así en este momento? La noticia no sería la fiesta, sino la irresponsabilidad económica que significó hacerla en este momento. Les harían burlas, investigaciones de cuánto costó, críticas. Sin embargo, sobre la fiesta de El Tiempo, a nosotros los periodistas nos bastó con una foto de Pombo y el presidente Santos, y una nota de farándula en RCN –en la que, oh sorpresa, en el minuto 2:05 se revela que El Tiempo se acabará dentro de 50 años

Tenía razón, Martín: los periodistas colombianos nos sentimos poca cosa. Pero, entiéndanos: somos poca cosa: no tenemos público para hablar de los eventos internacionales, le damos noticia a cada mención que nos hacen en el extranjero y hacemos fiestas estrepitosas en medio de una crisis económica y periodística. Entiéndanos, Martín: somos colombianos.

Publicado en Kien & Ke en febrero de 2011.

Written by pardodaniel

febrero 17, 2011 at 3:54 pm

Egipto y los medios

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La diferencia entre los medios de antaño y los contemporáneos, ya lo sabemos, es que la cosa, ahora, está en nuestras manos. Los impresos, la televisión y en general los grandes conglomerados de medios –los pocos que quedan– son manejados y producidos por un grupo pequeños de personas, por una élite. Pero ahora la información está en las manos de la gente: de cualquiera que tenga una conexión a Internet o un teléfono con plan de datos. Éste, el del siglo XXI, es el mundo donde los individuos tienen una voz que la gente puede oír. Una voz con la que puede manifestarse y, como lo hemos visto en Egipto, juntarse para pelear por sus derechos. Pero deténganse: esto, una vez más, no es color de rosa.

Lo de Egipto se gestó y desarrolló por medio de Twitter, Facebook, Youtube y las demás redes sociales que existen en ese país. Hay antecedentes de lo que pasó, como las protestas durante la elecciones que se robó Ahmadinejad en Irán durante el verano del 2009. La marcha del 4 de febrero del 2008 contra las FARC fue un ejemplo más. Sin embargo, nunca antes una protesta había pasado de ser nada a tumbar a un presidente por medio de mensajes escritos por la gente del común.

Y ahí ya está el primer hecho que se puede concluir con todo lo que ha pasado: que los medios son pésimos. Nadie, ni siquiera Al Jezeera –la gigante cadena de noticias árabe que se convirtió en un opositor radical de Mubarak–, se imaginaba que esto fuera a pasar. En Egipto todo pasó de estar normal a estar en el periodo de transición más importante de su historia. Y que nadie sospechara de semejantes acontecimientos es porque los medios no se informaron con rigurosidad y profundidad sobre qué pasaba en la calles de El Cairo. Los medios tuvieron que haber predicho este episodio, y no haberlo hecho es uno más de sus fracasos.

Pero volvamos a las redes sociales. Hay dos interpretaciones, incluso antes de Túnez, de las redes sociales y de su poder revolucionario, político, social, cultural. Los primeros son los cyber-utópicos, como los han llamado, que ven en estas redes el lugar donde se van a gestar las revoluciones del futuro y quienes, por estos días, ganan la pelea. Jared Cohen, uno de los pensadores de Google y ex asesor del Departamento de Estado gringo, estaba en Egipto cuando explotaron las protestas, y trinó un par de cosas interesantes: “Los egipcios me han dicho que las redes sociales hacen que lo lazos débiles se endurezcan” y “Los egipcios se ríen cuando les cuento que hay académicos que cuestionan el poder sociorevolucionario de Twitter”. Hoy en día es difícil argumentar que Twitter y Facebook no son el motor de las nuevas revoluciones, como sostienen los cyber-escépticos.

Sin embargo, y es paradójico, esa es la interpretación que parece más inteligente: no es que las redes sociales hayan disparado las revoluciones, porque antes de ellas hubo miles de revoluciones, sino que fueron el medio, como tantos que ha habido, donde la gente se congregó y organizó. Malcolm Gladwell de The New Yorker dice que Egipto no necesita de Twitter y David Kravets de Wired dice que aquello que inspira a los egipcios no es Twitter.

El lunes pasado Google hizo un evento con Wired y la Universidad de Nueva York. La conclusión fue que las generalizaciones utópicas sobre las redes sociales son un peligro, que se usa la palabra “movimiento” con demasiada vaguedad y que las discusiones sobre revoluciones no pueden remplazar los debates sobre la realidad.

Y yo creo –aunque no estoy seguro– estar de acuerdo. Porque cada generación desarrolla su propia relación con la tecnología. Porque si la televisión fue en la segunda mitad del siglo XX un motor de manifiestos renovadores y liberalizadores, en la primera del XXI –y tal vez la segunda y las que le sigan– lo mismo serán las redes sociales. Porque tal vez esto se trate, más que de una revolución por medio de Twitter, la confirmación de que ahora vivimos en un mundo donde las relaciones de poder son más igualitarias, donde así los gobiernos monopolicen la información –como en el caso de Venezuela–, cada vez les va a ser más difícil censurar a la gente. Así los gobiernos lo impidan por medio de la fuerza, va a ser difícil que la gente no se exprese.

Y la pregunta que ahí surge, entonces, es si eso no es de por sí una revolución. Si las redes sociales no son una revolución, al menos sí son un beneficio para a la democracia. La crisis en Egipto demuestra que, en una sociedad con Internet, el precio que va a pagar un dictador por mantenerse en el poder va a ser cada vez más caro. No obstante, y he aquí otro punto que sostienen los escépticos, el Internet –y con eso las redes sociales– dependen de los gobiernos, como lo demostró el egipcio cuando lo apagó la semana pasada. Encima, esas mismas redes sociales son usadas, como China lo ha demostrado, para rastrear el núcleo de las organizaciones opositoras y así callarlas. Y también las han usado para difundir propaganda. Además, quién dijo que las redes sociales no tienen intereses: Zuckerberg podría hacer mucho más por la gente que pide la democracia, si es que tan liberador se considera su red social, y Twitter debería restringirle la posibilidad a los gobiernos de rastrear a y atentar contra la gente.

Lo cierto es que la situación en el norte de África fue un golpe para los escépticos, pero así como no predijimos que se venía la más grande transformación política en la historia del Egipto moderno, no vamos a poder predecir qué va a significar todo esto que pasó, ni en términos políticos ni sociales ni mediáticos.

Publicado en Kien & Ke en febrero de 2011.

Written by pardodaniel

febrero 11, 2011 at 1:28 pm

El Tiempo, la historia no te absolverá

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Me acuerdas a Fidel Castro, valga la paradoja. Me acuerdas, también, al Real Madrid. Y a Millonarios, mi equipo. Me acuerdas a todos esos viejos que se creen más que uno porque son viejos; dizque porque han vivido más. Me haces pensar en la gente que cree que tiene la razón porque están acostumbrados al poder, donde nadie les dice nada. Te sientes y te molestas cuando te critican, porque todo lo que dices, gracias a tu historia, es irrefutable. Los llamas frívolos a todos los cuestionamientos que te hacen. Pareces esos viejos cachacos y gobiernistas del Country Club a los que nada puede criticáseles porque tienen demasiado peso encima, porque es de mal gusto, como si fueran perfectos.

Qué te pasó, El Tiempo. Quién te hizo creer que porque tienes una historia impecable e implacable puedes hacer un periódico de lectura rápida. Quién te hizo esa mala jugada: quién te hizo creer que el Internet significaba traicionarte. Te lo digo con respeto: no me trates como un niño. Ni tu ni yo ni Colombia somos niños, como para que nos trates así. Estamos en guerra, una demasiado larga, como para que a ti se te haya olvidado tu lugar en el mundo, tu rol en esta sociedad. No pierdas tu esencia. Pónte la camiseta que te pertenece. No la dejes botada en la mitad del camino.

Expreso este sentimiento de decepción porque lo que fuiste toda la vida, toda tu historia, ya no lo eres. Y a mí, que tengo 25 años, nunca me tocó. Y me siento desafortunado al no poder presenciar ese periódico que en un momento fuiste. Me deprime, es decir, pensar que a mi generación le tocó un Tiempo de colores y artículos sobre Satán en Halloween, Marino de Jesús, y la Biblia y el fin del Mundo, como nos lo hizo saber la crítica que te hizo Carlos Cortés en La silla vacía. Lo digo porque tu historia es una de batallas y gallardías: no te dejaste frenar por tener una agenda política cuando empezaste, por ejemplo: eras un satélite del Partido Liberal, de frente, y lo hiciste bien. Con subjetividad, parcialidad, con una militancia política propia de los tiempos partidistas de la primera mitad del siglo XX.

Y te lo digo desde ya: no me vengas con que ahora, que te volviste un periódico banal, te has adaptado a los nuevos tiempos. El Internet no justifica la banalidad. Ni el Guardian, ni el New York Times, ni El País, ni El Espectador le respondieron así al internet. Yo no entiendo por qué tú, con la excusa de llegarle a las masas, sí pensaste que esa era la respuesta indicada. Si algo te exigen los nuevos tiempos es que, precisamente, seas un bastión del periodismo riguroso y ambicioso, ese que los blogueros y los periodistas sin experiencia o recursos no podemos hacer. Si quieres, más bien, te propongo un negocio: nosotros los periodistas sin recursos nos encargamos de fusilar artículos sobre salud y cocina y ustedes, que son los que pueden, hacen las denuncias.

Y también te digo esto de una vez: no me digas que esa era la única forma de mantener el negocio. Todos estos periódicos que te menciono están que se quiebran, sí. Pero ellos prefieren morir quemados que morir pisoteados, porque primero la muerte antes que perder la esencia. Y por eso mismo, te lo aseguro –así sea con donaciones, con ayuda de los gobiernos, con las tabletas y con tantas tecnologías que se están inventando– ellos no se van a morir. Ni tarde ni temprano.

Así tuvieras parcialidad política, antes de que las nuevas tecnologías te pusieran en esa situación esquizofrénica en la que te encuentras, tú no habrías cerrado la revista Cambio. Porque esa doctrina liberal que tú defendías con militancia era la de la democracia, la pluralidad y la verdad, y eso era, precisamente, lo que Cambio estaba haciendo. Con investigación, con denuncia, con el periodismo que tú mismo le enseñaste a los periodistas que hacían esas investigaciones. Tu historia no justificó ese episodio. Como tampoco justificó que botaras por la puerta de atrás a la valiente periodista Claudia López: la botaste sin argumentos, porque nadie, ni el más ingenuo, se creyó ese cuento de que ella insultó a la redacción.

¿Qué pasó con El Tiempo del proceso 8000, por ejemplo? Les salieron canas durante el cubrimiento de esa noticia, lo sé. Se pelearon tus columnistas estrellas, lo sé. Tu editor y tu director defendían causas distintas, como durante la guerra civil española, sí. Pero ahí te mantuviste, firme: denunciando y opinando con pruebas y con argumentos, como debe ser.

Y ahora te has vuelto un folleto de publireportajes. No digo que todo lo tengas mal: incluso he escrito sobre las cosas buenas que haces hoy en día, como ser un asiduo veedor de la administración de Bogotá, o ser un versátil crítico de cine, o ser un informante de deportes completo. A veces, también, sacas grandes reportajes en Debes leer. Y tienes unos buenos columnistas –nunca tan diversos y relevantes como los de El Espectador, eso sí–. En fin: no digo que todo lo tengas mal. Porque no es así. Pero, para estar a la altura de tu historia, te falta mucho.

Te falta, por ejemplo, mejorar ese archivo que tienes en tu página Web, porque, para estar a la altura, El Tiempo tiene que ser una enciclopedia de información para cualquiera que está en Internet. Y todavía no lo eres. Vas a tener que volver a invertir en investigaciones largas y difíciles, como si Cambio existiera. Aprovecha que el gobierno dogmático y represor ya se fue: aprovecha este aire fresco que nos dio el nuevo gobierno. Vas a tener que invertir en tus columnistas: conseguir plumas nuevas, como lo fueron D’Artagnan y Contraescape en su momento. Vas a tener que buscar nuevas Claudias López. Con ella ya la embarraste; no la embarres con nosotros. Tendrás que desarrollar, de inmediato, una edición impecable de iPad, iPhone, Blackberry, Android y demás tabletas. Vas a tener que repensar a Portafolio y a DONJUAN, para que cada uno, en su nicho, sea un referente de innovación e inteligencia periodística. Y Roberto, director, usted va a tener que sacrificar su amistad con Juan Manuel y los demás funcionarios del gobierno, porque, usted lo sabe: eso no está bien visto. Y ni a usted ni al gobierno les conviene. Sacrifíquela, como muchos lo han hecho, por cuatro añitos, por el bien de todos.

Y ten cuidado, El Tiempo: gracias a que precisamente tienes una historia de 100 años imborrables, tú tienes una responsabilidad social, cultural y política con el país. Y por eso no te puedes dejar llevar por las ambiciones y seguir adelante con esa idea de tener un canal privado sólo para ti. Eso nos perjudicaría a todos, porque los monopolios en los medios, el mundo lo ha probado y denunciado, son un peligro para la democracia. Salte de esa idea, que no la necesitas. Concéntrate en lo tuyo, que es la investigación y el análisis periodísticos. Explícanos nuestra compleja realidad. Entréganos los elementos necesarios para tener una visión real del país en el que vivimos. No nos dejes creer las mentiras que los ex presidentes nos tratan de imponer en Twitter. No nos trates como niños. No nos abandones. El país te necesita, serio, riguroso, adulto, y por eso tienes que salirte ya de esa idea de que el periodismo banal es el futuro. Hazle, te lo propongo con humildad, honor a tu historia.

Me acuerdas a Fidel Castro, digo, porque él también tuvo la ingenuidad de pensar que la historia justifica el presente, y eso no es así. Lo mismo con el Real Madrid, que empieza cada temporada pensando que su historia le va a ganar los títulos que no gana hace cinco años. Igual con Millonarios, que sigue ufanándose de trece estrellas que ya no sirven de nada. Tener una historia, es decir, sirve solo para tener un museo que explica el pasado. Pero no sirve para justificar la mediocridad y los errores en el presente.

Publicado en Kien & Ke en febrero de 2011.

Written by pardodaniel

febrero 4, 2011 at 10:03 am