Daniel Pardo's Blog

Un reguero de letras, por Daniel Pardo

Archive for febrero 2010

Los escribanos

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Y es que la India es un país de personajes particulares, peculiares e insólitos. Que se quedan estáticos mirándolo a uno sin verguenza en el bus; que vuelven en las pesadillas; que tienen una uña más larga que las demás; que en realidad no se ven malos ni feos sino tan normales que son raros. En la India es normal ver hombres mastubándose en un parque, un vendedor de cajas de dientes usadas, un niño que sabe quién es Juan Manuel Santos, un dentista que tiene un grupo de rock cristiano y un taller improvisado en la calle para arreglar cepillos de dientes. La India es un país de detalles inimaginables.

Todas las rarezas que se encuentran tienen una expliación histórica y cultural difícil de entender para nosotros, los occidentales. Pero que los tipos que escriben su nombre en un grano de arroz son raros, no hay duda.

El arroz es una institución milenaria, y uno de sus artes es éste: coger un delgado y diminuto grano de basmati y delinear con un punzón el nombre de su amado o amada. Después, con el color de su preferencia, resaltar las letras, que pueden ir en hindú, chino u occidental, como ellos llaman todos los idiomas que se escriben con nuestros caracteres. Cobran 10 rupias por una joya, lo que da para dos tés.

¿Cómo termina uno siendo artista de nombres en granos de arroz? El hombre de la foto vive en Bombay, la inmensa y cosmopolita capital económica de la India. Tiene dos celulares y una scooter, donde carga su mesa, sus herramientas, sus pinturas, su aviso, y el arroz, que no compra en el mercado sino recibe de la plantación que la familia de su madre tiene en Karnataka, un Estado aledaño. Le enseñó uno de los amigos que tuvo en el barrio donde creció, Matunga, a donde nunca volvió porque sus papás se separaron, cosa muy mal vista en este país. El papá del amigo, que se graduó de la Escuela de Bellas Artes de Bengalore, también era pintor en arroz y tenía una colección con los nombres de todos los presidentes de Estados Unidos. En la sala de su casa hecha con ladrillos de barro en Matunga, recuerda el señor de la foto, el papá de su amigo también tenía un museo casero con arroces donde estaban escritos los nombres de las novias de James Bond. Cobraba 15 rupias la entrada, más de lo que paga un indio por entrar al Taj Mahal, 10 rupias.

Cada país tiene su forma de escribir su historia, y la de los indios no es más que uno de los detalles de desvelan su ser, abstracto, rarito, chistosito, cursi y, de nuevo, milenario.

Publicado en Historias – SoHo en Marzo de 2010

Written by pardodaniel

febrero 18, 2010 at 11:46 pm

Yogur con un mochilero

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‘Mochilero’ es como ochentero. ‘¿Que es de la vida de Daniel Pardo?’, diría una mamá. ‘Está mochileando por la India’, diría otra. Hablan, las mamás, de una persona jóven que está viajando con poco presupuesto y un morral de alpinista. De esa generalización yo sacaría dos ramas: los mochileros que se las dan de mochileros, y los que no. Más allá de cuál soy yo, hay mochileros que se dedican a pontificar sobre su viajes.

Y he aquí uno: en la tienda de Bhang en Jaisalmer, la capital desértica del Estado de Rajastán, en la India, caracterizada por su inmenso e intácto fuerte en la mitad.

Bhang, un yogur de marihuana, ha sido consumido hace siglos en la India, y hoy en día se reduce al campo de mochileros y los practicantes hindúes más tradicionales, a saber Sadhus. Viene del Lassi plano, el yogur dulce con especies que se encuentra en cada esquina del subcontinente. Para encontrar el ‘Special Lassi’, uno pregunta en la callle ‘Where is Bhang Lassi, the place of the government?’ Hay de innumerables sabores, y el de marihuana, solo vendido en lugares autorizados por el gobierno, es el más caro -1.5 dólares- y difícil de conseguir. Cuando Antony Bourdain hizo su DVD probando comidas alrededor del mundo, estuvo en esta tienda, y se tomó un Bhang Lassi. La tienda vende el DVD tres veces más caro de lo que se encuentra en Internet. Y la gente lo compra.

Es sabido, porque se ve en la calles, que los Sadhus consumen marihuana para alcanzar estados trascendentales de éxtasis. A pesar de que el cannabis puede dar para cuatro años de cárcel y una multa de 250 dólares en la India, el consumo de Bhang es completamente legal. Con un mortero, convierten los moños de bareta en un menjurje verde que mezclan con la leche, el ghee (mantequilla) y las especies. También los hacen con té. Como fumar cigarrillos en las terrazas de los hostales, entonces, consumir yogur de marihuana en bares de un metro cuadrado, sentado en cojines percudidos, es una forma de conocer mochileros, que hablan de sus viajes y sus experiencias y sus vidas.

Uno de ellos es Shinananda, un canadiense de facciones chinas que lleva 13 meses viajando por Asia. Lleva 13 meses, dice. No un año. Shinananda lleva la cuenta de los días que ha estado en cada país. Para referirse a Myanmar, la dictadura donde tuvo que esconderse cuatro días en un bar de vodka durante un toque de queda, habla de los 27 días que estuvo en el país que, resalta Shinananda, ‘solo da 16 días de visa’. Shinananda llegó cuando yo ya iba en la mitad de mi Lassi, y se introdujo de a pocos a una conversación entre una francesa y un argentino sobre los retrasos que ha generado la niebla en este invierno en la India. Shinananda, que usa anillos en todos los dedos de su mano derecha, criticó a la guía Lonely Planet porque no informa de este percance. En un segundo de silencio, Shinananda botó el dato de que en Mongolia, donde estuvo 31 días -en vez de un mes-, los trenes se retrasan hasta 4 días, porque el frío de menos 35 grados no lo permite. En Kasakstán, Shinananda usaba un gorro ruso de piel que se le congelaba tan pronto salía a la calle. Shinananda tiene 27 años y no se ha graduado de biología. Tampoco habla con su familia hace 13 días, dice. Shinananda tiene una camiseta negra ajustada, una pantaloneta negra de jean, unas botas negras, aretes en ambas orejas y una barba tipo Mockus. Shinananda fuma cigarrillos nepalís. Y toma cerveza taí. Cada vez que uno pregunta algo al aire, Shinananda responde, con ejemplos y experiencias extraordinarias y extremas. Y con la verdad. Absoluta.

Después del discurso que Shinanda me dio sobre las precuaciones que tengo que tener en los hoteles -como siempre mirar si la ventana tiene seguro-, llegó un australiano que me remplazó. Yo salí, en una traba amigable, y caí en cuenta que yo no pregunté ninguna de las cosas que me contó este chino con pinta de gringo.

Publicado en Historias – SoHo en Marzo de 2010

Written by pardodaniel

febrero 18, 2010 at 11:39 pm

Persiguiéndolas

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Pushkar, Rajasthan, India.

Fue una sorpresa que no me respondieran mal cuando les tomé la primera foto, siendo que hasta ese entonces -en Nueva Delhi y en Agra, donde está el Taj Mahal- todas las mujeres habían reaccionado negativamente. Pero éstas, en Pushkar, un pequeño pueblo en Rajastán, la región más colorida y turística de la India, no solo se dejaron tomar fotos, sino que posaron y lo tomaron como un juego. Por eso, y porque me había llamado la atención ver grupos de 8 o 9 mujeres andando juntas, me puse a seguirlas.

Es sábado de luna llena y las niñas están de fiesta, cantando y retozando. De lejos, sus colores vivos las hacen resaltar. Visten morados, rosados, rojos, anarajados, amarillos. Mezclados. Entrecruzados. Abigarrados. Están descalzadas y se ven sus flácidas pero delgadas barrigas. Son 9 mujeres caminando bajo el sol del sábado a principios de Febrero, época de fiestas y matrimonios en esta región que se da el lujo de tener una ciudad de cada color.

Usan turbantes pesados, pashminas, faldas y bufandas, que en relidad son safas, paags, lehangas, y duppatas, y de hecho no son puramente decorativas. El color generalmente significa casta, religión y ocasión. Los Rajputs, comunidad de Rajastán, usa azafrán, que significa cortesía. Los Brahmis rosado, los Dalits café y los Nómadas negro. Los blancos, grises y azules oscuros son para expresar tristeza en el hinduísmo. La manera como se enrolle el turbante, también, expresa clase social y origen. La combinación de rojo con amarillo es una clara evidencia de soltería y juventud, mientras que anillos en los pies y manos es propio de las mujeres casadas y con hijos. Los colores vivos en pañoletas delgadas sin enrollar, como los de las niñas, son para las fiestas y generalmente son usados por solteras. Acá tengo una mezcla, que anda con dos niñas de menos de 10 años, que no me han quitado el ojo por un segundo.

La primera vez que paran, las mujeres, las niñas y sus hijas, es en una sombra al pie de un árbol. Con sus manos pintadas con Alheña (o Henna) y tapadas en callos, riegan agua, echan pintura, prenden incienso y hacen una oración. Esto para darle gracias a los dioses por el agua, el fuego, la tierra y el sol. No importa si se ve raro o feo, la idea es dar gracias. Guardan sus gastados utensilios en sus bolsas recicladas, y juegan mientras les tomo fotos: saltan, gritan, se mecen con las ramas de un árbol. Una me pide que no le tome fotos mientras hace pipí, ahí en mitad del pueblo, tapada por los trapos de sus amigas. Paran a ver los juguetes que vende un señor, al que se le recuestan, las niñas se le cuelgan y molestan con chistes. Después paran donde otro señor que vende anillos, que respira profundo y se ve frustrado por la falta de decisión de las niñas. Compran. Compran más anillos para sus gruesas y pintadas manos llenas de anillos. Ser ríen. Paran en el templo, se alzan entre ellas, y tocan la campana para dar inicio a otro rezo. Después compran bananos, la fruta más barata de esta tierra desértica. Y por último se comen una Zamosa, típica empanada callejera de la India. Caminan algo más y, al darse cuenta o al realizar que las estoy siguiendo, la más vieja, vestida de amarillo, me pide con gestos que me vaya. Detrás de ella, una me dice, también con gestos, que se van a emborrachar para dormir.

‘Brahma (uno de los tres dioses principales del hinduísmo) regó una flor de loto en la tierra, y Pushkar apareció’, dice uno de los mitos épicos de la religión más importante de la India. Y en efecto, se trata de un pueblo de casas finamente construidas en colores lilas, tal como las Nelumbo que crecen en el agua. Hoy día, sin embargo, el lago que propició el asentamiento de una comunidad peregrina se secó, porque hace dos años que el Monsoon, la época de lluvias en la India, no ha sido suficientemente fuerte.

Esto no quiere decir que las tradiciones se hayan esfumado y la cultura se haya deprimido. Es por eso que las niñas se lavantaron temprano el sábado pasado. Para hacer el baño en las piscinas de Pushkar. Para darle gracias a dios, que en otras palabras, en otras culturas, quiere decir festejar. O dejarse tomar fotos.

Publicado en Historias – Soho en Marzo de 2010

Written by pardodaniel

febrero 18, 2010 at 11:37 pm