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Un reguero de letras, por Daniel Pardo

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De por qué dos asesinatos son más noticia que 600

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Mateo y Margarita, con pintura en su rostro, después de la fiesta de disfraces de año nuevo.

En las escuelas de periodismo los profesores dicen algo que, a fin de cuentas, no es verdad: la relevancia de la noticia se determina por el número de muertos: entre más sean, más despliegue periodístico hay que darles. Pero lo cierto es que, en ninguna parte del mundo, las historias con más muertos son las mejor investigadas e informadas. Los medios, y esto no es una opinión, dictan qué es relevante; ellos, más que la realidad, usted o los políticos, dicen qué es necesario saber. Ellos redactan la opinión pública. Ellos crean una realidad. Y es por eso, precisamente, que unos lo tutean a uno como si fuera un niño y le dicen lo que “debes leer”, “debes saber” y “debes hacer”. Porque le hablan al oído a la gente. Y la gente lo oye, como si fueran la voz de la verdad.

Usted ha visto hasta en la sopa esta semana y la pasada un claro ejemplo de esto: el caso de Margarita Gómez y Mateo Matala, dos estudiantes de biología de la Universidad de los Andes que fueron asesinados por unos narcoparamilitares en la Bahía de Cispatá, en Córdoba. Más allá de la atrocidad de este asesinato, más allá de la tragedia que viven sus familias, los medios le dieron un despliegue sin precedentes a esta historia, como si fuera la primera vez que un neoparamilitar –de esos que siguen habiendo por doquier en Colombia– mata a un civil. Como si, siguiendo la columna de María Jimena Duzán, en esa misma región del país no hubiesen matado 600 civiles a lo largo de 2010. Es decir, y ahora cito a Alfredo Molano, “al repugnante asesinato de los universitarios hay que agregar otros homicidios no menos brutales y que no han conocido el mismo despliegue en los medios”.

Todos los periódicos le dieron a la historia la portada al menos una vez desde el incidente. El Tiempo y El Espectador le dedicaron editorial el domingo. En la W fue tema del día. Hasta Poncho Rentería dijo que en la peluquería era lo único de lo que se hablaba. Colombia se paralizó ante la muerte de dos civiles, cuando a lo largo del año habían sido 600 lo que mataron en ese mismo lugar. Y todo esto gracias a los medios.

¿Por qué?¿Por qué los nuevos paracos de Córdoba solo se convirtieron en noticia nacional hasta ahora, que en ese lugar mataron a unos estudiantes de la universidad más prestigiosa y costosa del país? ¿Qué tuvo de diferente esta historia? Si estamos tan acostumbrados a las masacres, ¿por qué esta sí dio para que todos los columnistas se pronunciaran? “Si los estudiantes asesinados en Córdoba hubiesen sido de la U del Atlántico, y no de los Andes, ¿les habrían dado portada en Semana?”, se preguntó Alberto Salcedo en Twitter.

Varias cosas explican la fascinación de los medios y la gente con la historia de los biólogos.

Lo primero es un tema político. O, mejor, de politización: de un país que le creyó a Uribe y a sus cifras la teoría de que su gobierno había acabado con los paramilitares. Y los medios también se creyeron el cuento. Como también lo dice el editorial de El Espectador del domingo, los paras, que en su nueva versión han sido llamados Bacrim, están vivos y coleando. Sin embargo, el gobierno Uribe estaba empeñado en hacerle creer a la gente que no. Y los medios, muchos de ellos defensores asiduos del gobierno o con la necesidad de explicar su inmensa popularidad, se montaron en la teoría de que el tema de la seguridad estaba resuelto, cuando, por el contrario, estamos lejos de eso: la seguridad democrática sirvió para combatir a las FARC, mas no a los paras. En breve, el exceso de optimismo de los medios con la seguridad democrática los llevó a minimizar la gravedad de las Bacrim. Y por eso, ahora que nadie está preocupado por no ofender al gobierno, esta historia paralizó al país.

Que estos asesinatos hayan tenido tanta repercusión en los medios también tiene que ver con que esta sea una historia de la clase alta y pudiente del país. Dice Salud Hernández que “por esclarecer la muerte de dos estudiantes de familias pudientes, el Gobierno de todos ofrece 500 millones; por conocer a los autores del crimen del nieto de un alcalde de pueblo, la Policía promete cinco.” Las élites siempre son del interés común, y cualquier cosa que pase con ellas es noticia, más si se trata de estudiantes pasando vacaciones. 600 civiles asesinados por allá lejos en Córdoba no fueron noticia porque eso pasa todos los días. Pero que se trate de dos civiles que vienen de Bogotá, de la Universidad de los ricos, sí es noticia. Vale decir, además, que en Bogotá es donde se escriben las noticias y que, si a los bogotanos les impacta un evento, esto se refleja en lo que sale publicado.

Esta es, asimismo, una historia de amor, una historia humana que tiene detalles de novela, como le dejó ver una nota de Harold Abueta en esta revista. Los lectores siempre prefieren oír historias que involucren eventos que los conciernan, que les podrían pasar a ellos. Como todos fuimos a algún lado en vacaciones, como todos hubiéramos podido estar tomando fotos en San Bernardo, la gente se siente identificada con esta historia.

Y es que seguimos en enero, el mes sin noticias. ¿Qué más iba a poner Semana en su portada? ¿A Yamuhre? ¿A Santos otra vez? ¿A Dangond, otra historia que fue inmensamente inflada? Según los periodistas, en enero no hay noticias, y que esta historia haya invadido los medios esta y la semana pasada tiene que ver con eso.

Aunque sea cierto que en Colombia unas muertes tienen más visibilidad que otras, como bien lo dijo Salcedo, esto no es un fenómeno colombiano: el despliegue que le dieron a los mineros chilenos en Estados Unidos o Europa, por ejemplo, fue mucho más grande que el que le han dado a cualquier otra tragedia minera en la historia. Incluso en casos con mayor número de mineros y en los que el final no es feliz como en Chile, nunca los medios habían mandado tantos reporteros. La BBC, por ejemplo, un ejemplo de periodismo riguroso y serio, se gastó la plata que no tenía para mandar gente y equipos a Chile, y ahora van a tener que sacrificar el cubrimiento de otros eventos del año porque se quedaron sin presupuesto.

Inherentemente, los medios le dan más importancia a unos eventos que a otros, basándose en su criterio de lo que la gente quiere leer, ver y oír. No en el número de muertos ni la cantidad de gente afectada. Y no tienen otra salida: no se puede negar que la sensibilidad humana no está dictada por el número de muertos, sino por el carácter de las muertes, por las historias que hay detrás de cada asesinato. Así que, más que culpar a los medios, esto sirve para darse cuenta de dos cosas: una, que, claro, como todos lo dijeron, el paramilitarismo todavía existe. Y dos, que la relevancia de las noticias no está determinada por el número de muertos en una tragedia, sino por la manera como se desarrolló dicha tragedia.

Publicado en Kien & Ke en enero de 2011.