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El gobierno de internet: ¿la nueva guerra fría?
Es eficiente, popular, conveniente. Y ahí pasamos horas. Pero, ¿quién gobierna internet?
Internet no solo es una herramienta que usamos día a día. Es, entre otras cosas, una enorme fuente de riqueza. Y también un escenario de conflictos cuyo manejo se está convirtiendo en un tema de acalorado debate.
2012 es un año importante para internet. La discusión sobre quién debería gobernarla -si es que, en efecto, alguien debería gobernarla- ha ido tomando fuerza en los últimos meses.
En diciembre, los gobiernos de 193 países, congregados por las Naciones Unidas (ONU), se reunirán en Dubai para abordar el tema.
Se trata de un debate complejo, que tiene múltiples aristas técnicas, filosóficas y políticas. BBC Mundo les presenta algunas de las claves de lo que algunos vaticinan podría convertirse en «la nueva guerra fría».
Orden vs desorden
Un comentado artículo de la revista estadounidense Vanity Fair lo tituló así en mayo pasado: «La guerra 3.0». En ese texto, el periodista Michael Joseph Gross reduce la guerra por internet a dos bandos: desorden contra orden.
En el primero están quienes piensan que internet debe seguir siendo lo que es hoy: la red neutral donde los contenidos entran, se comparten y se encuentran de manera libre. Un lugar donde -simplificando- no hay reglas.
Los segundos piensan que internet debe tener el mismo estilo de estructuras de autoridad que hay en la sociedad, donde las nociones de privacidad, propiedad intelectual, seguridad o soberanía regulan el actuar de los ciudadanos.
Qué se gobierna
La gobernanza de internet se debate en tres aspectos diferentes, aunque relacionados: el nivel físico, el nivel lógico y el nivel de contenidos. En cada uno de ellos se reproduce la pelea entre los que quieren cerrarla -orden- y quienes sostienen que debe mantenerse abierta, el desorden.
El aspecto físico de este debate se refiere a los cables y tubos por los que corren las señales de internet, donde hay un enfrentamiento abierto entre entidades públicas y privadas.
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El aspecto lógico tiene que ver con el sistema de dominios que identifica quién es y dónde está el usuario de internet. Los datos se trasladan entre una computadora y otra de manera libre: hoy en día, la Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números (ICANN) administra esa red de dominios. El debate es si debería poder desechar ciertos contenidos y darles prioridad a otros.
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Este punto tiene que ver con el aspecto del contenido, que es el más familiar y polémico, en parte porque afecta directamente los hábitos del usuario. Acá se discute si internet debería tener mecanismos de regulación que protejan los derechos de propiedad de quienes generan el contenido. Esto, dicen quienes contradicen esta postura, afectaría a la cultura de copiar, pegar, compartir, parodiar y, en suma, tener cualquier contenido a dos clicks de distancia.
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Cómo está gobernado hoy
Pero internet no es del todo libre hoy en día: tiene varios gobiernos, como la estadounidense ICANN.
«La pregunta no es si internet debe o no ser regulada, sino quién y cómo se debería hacer», le dijo a BBC Mundo el profesor de la Universidad de Surrey Alan Woodward.
«Se suele olvidar que la última palabra de todas las decisiones sobre internet la da el Departamento de Comercio de EE.UU.», país donde se originó esta tecnología y se establecieron las reglas que hoy la regulan.
Woodward dice que cambiar la manera como se gobierna internet es riesgoso. Al final, internet ha sido la herramienta que más poder les ha dado a los ciudadanos en la historia. Modelos de control como el chino no parecen viables en un sistema liberal, dice.
Pero gobiernos como el de Rusia y China criticaron este modelo de gestión, en parte porque los parámetros actuales de libertad en internet fueron pensados por Estados Unidos. Sin embargo, Woodward le dijo a BBC Mundo que no cree que EE.UU. esté dispuesto a «entregar las llaves del reino».
¿Un desorden organizado?
Vint Cerf, conocido como el padre de internet, ha dicho en numerosas oportunidades que una entidad universal para gobernar la web es inviable, porque no todos tenemos las mismas concepciones sobre la privacidad o la civilidad.
Dan Kaminsky, experto en seguridad -conocido por gestionar la respuesta a un ataque cibernético en 2008- ha escrito en varias oportunidades en su conocido blog que el principio de la fiabilidad –que se instauraría con un sistema de autenticación del usuario– es el único rector capaz de ordenar la red.
También hay una corriente académica –Media Literacy– según la cual una mejor educación sobre internet -donde el usuario entienda a qué se atiene en la red y cómo debe manejarla- es la mejor forma de lidiar con el caos.
Las fuerzas del desorden organizado, concluye el artículo de Gross enVanity Fair, creen que internet debería poderse desarrollar sola como las sociedades lo han hecho a través de la historia. Internet, señala, hará su propia estratificación del poder y creará sus propios regímenes. Tratar de integrarle estructuras conocidas de poder, dice, puede ser peligroso.
El año de internet
Este año, varios gobiernos del mundo han planteado leyes para pelear contra la piratería. En enero se produjo un apagón de Wikipedia en protesta por la ley SOPA en Estados Unidos. Desde entonces, el debate ha sido constante.
La Unión Internacional de Telecomunicaciones reunirá a 193 países en diciembre para revisar los acuerdos internacionales que regulan internet actualmente.
El Grupo de Trabajo sobre el Gobierno de Internet (WGIG) de la ONU, creado por Kofi Annan hace años, no ha podido llegar a una conclusión, según Woodward.
Publicado en BBC Mundo en agosto de 2012.
Mamá, quiero ser pirata
Siempre preferí los Simpsons a Dejémonos de vainas. Al colegio oí más iPod que radio. Recitaba los diálogos de Forrest Gump pero no los poemas de Rafael Pombo. Sé más de fútbol europeo que colombiano. Soy agnóstico, apolítico y el colombianismo me resbala. Si con alguien me identifico, es con Homero Simpson. El mío es el mundo banal y globalizado. La mía es la sociedad del entretenimiento y el consumo.
Esta semana mi proveedor de internet bloqueó el acceso a Pirate Bay, la página sueca que comparte archivos de películas, música, etcétera. Ha sido mi fuente de conocimiento durante los últimos cinco o seis años. He leído, he viajado, he interactuado; sí. Pero el entretenimiento que consumí en la intimidad –ese que yo escogí, que me gusta y que por ello me quedó registrado– vino todo de Pirate Bay. Aunque de inmediato sacaron elremplazo, el bloqueo a Pirate Bay me indignó.
Nací, crecí y vivo en un mundo donde un mensaje casi siempre va con un video de YouTube adjuntado: donde está celebrado compartir, mezclar, consumir lo que no es de uno. La propiedad, para mí, no tiene mucha importancia (haga lo que quiera con mis textos; ojalá botarlos a la caneca). Y he pagado, no crea: por conciertos, musicales, obras de teatro, cine, exposiciones.
A mí nadie me enseñó que compartir archivos es, según la ley, lo mismo que robar: ni el colegio, ni mis padres, ni un cura. Nadie. Por eso creo –y no hay nada que me convenza de lo contrario– que esas viejas y nuevas leyes que lo prohíben están lejos de la realidad: que son anacrónicas.
Uso mi ejemplo para probar una tendencia cultural que ningún Vargas Lleras, David Cameron o TLC podrá evitar: que para las nuevas generaciones, esas que con dificultad pueden cantar completo el himno de sus países, la piratería no es un delito, sino un magnífico invento de la humanidad. Que cortar y pegar es de puta madre. Y que esa es, como es el himno nacional para otros, nuestra identidad.
Después de una serie de procesos abigarrados de globalización y comercialización, hoy no hay relación social que no esté mediatizada. Y el internet fue solo el moño del paquete dentro del cual se encuentra una generación que no había tenido razón política para manifestarse. Hasta ahora.
El domingo pasado el Partido Pirata alemán obtuvo 8,2% de unas elecciones regionales y probablemente también logrará, en las del próximo domingo, pasar del 5% que les asegura un par de sillas en el Parlamento de dos de los estados más importantes de Alemania. Atrajeron votos de centro-derecha y centro-izquierda, así como de votantes novatos. Segúnanalistas, si siguen así serán una fuerza política en las próximas elecciones generales, en 2013.
De los más de 50 partidos piratas que hay en el mundo (los más fuertes en Suecia y Austria), han dicho que son solo una cuestión de nicho que busca justificar la piratería. Y es cierto, en parte. Pero también es la reivindicación de ésta, y de un ataque a la ineficiente y gastada política tradicional que, a través de la participación directa que permite internet, busca involucrar al inmenso porcentaje de la población que no entiende ni se preocupa por la política. O sea yo. Y usted.
En la dura portada que les dedicó Der Spiegel se ve cómo los piratas están más enfocados en el debate que en el consenso. Que las pasiones valen. Que no son radicales. Y que entienden el valor de la política convencional. Pero la ven estancada. Y creen que el ideario de quienes son producto de un mundo mediatizado debe tener representación política. No solo es una diatriba a los monopolios de la propiedad: es salud universal, rechazo a la austeridad, inmigración abierta. E internet como herramienta para activar a las voces pasivas. Der Spiegel no es generosa: se ve que el partido es desordenado e ineficiente. Que es más lo que el sistema los puede cambiar a ellos que ellos al sistema.
Y lo cierto es que ya hemos visto a jóvenes y profesores armar partidos que terminan estancados, como los verdes. De hecho, algo parecido a esta tendencia antiestablecimiento fue lo que vimos en Colombia con el mal llamado Partido Verde del profesor Mockus, que terminó siendo un decepcionante fiasco igual de clientelista y deshonesto a los partidos tradicionales.
Pero, minoría o mayoría, los partidos piratas son una contagiosa manifestación política que ilusiona a las nuevas generaciones –las de los Indignados, sí, que vuelven el sábado; y las de Occupy, también– con un mundo más transparente y libre. Donde copiar y pegar se celebra. Y no se censura.
Tratar de negar esto es autoritario y tan ingenuo como puede ser pensar que los derechos de autor son un tema blanco y negro.
Lo más probable es que la piratería nunca vaya a ser despojada de sus connotaciones negativas, en parte porque hay piratas inconsecuentes que reducen sus mensajes a ataques. Los enmascarados de Anonymous, el hacker de Samper Ospina, los semejantes a ellos: el internet tiene una cantidad de manifestaciones que con dificultad pueden elaborar un argumento político.
Pero no todos son así. Y del internet saldrá una nueva generación con sensibilidades políticas que bien valdría la pena tener en cuenta.
Que las mamás se preparen para ver a sus hijos, otra vez, vestidos de piratas. Pero en el Congreso.
Publicado en Kien&Ke en mayo de 2012.
Foto: Angelika Warmuth/DPA, via Agence France-Presse — Getty Images
La vida sin Cuevana
Será, entonces, volver al ineficiente mundo donde Cuevana no existe. Será contactar a Omar Alexander, mi antiguo vendedor de “estrenos y clásicas” en San Andresito. Será dar más de un click para poder ver una película. Será, qué triste, dejar de ver a Larry David. Y volver a Suso el Paspi. Será, en otras palabras, reprimir mis intereses en lo más recóndito de mi cerebro. Porque Cuevana ya no está.
La tumbaron. Quedan sobras, pero la versátil colección de películas y series más grande que ha producido un hombre al que le importan los subtítulos en español ya no está. Y no va a volver.
Ayer la versión en inglés de Wikipedia estuvo cerrada, así como otras 30 páginas importantes. Y Facebook, Twitter y Google funcionaron, pero también están protestando en contra de las dos leyes con las que el Congreso gringo pretende acabar con la piratería. Cada uno tiene su versión: en España fue la Ley Sinde y en Colombia, la Ley Lleras, que fue archivada por el gobierno dado el rechazo que generó. Pero el debate vive. Y le recomiendo una cosa: aliste su tarjeta de Blockbuster.
La historia es esta, en términos generales: un grupo de personas en corbata piensa que la gente debe pagar por el entretenimiento. Basados en leyes que se escribieron siglos atrás, consideran que los derechos de autor se deben cumplir a cabalidad. Con su diploma de Harvard tatuado en la frente, creen que la piratería es un mal de la actualidad que puede ser eliminado. Con leyes.
Del otro lado está la gente que consume entretenimiento sin pagarlo. Y los ingenieros que los abastecen. No son bandidos, ni inmorales. Porque no le ven nada de malo: crecieron en un mundo donde la información y el entretenimiento eran gratis y a partir de ahí crearon una comunidad universal que comparte el conocimiento por inercia.
Es, me parece, un problema cultural: un choque entre dos racionalidades que ven el contenido y su propiedad de maneras diferentes.
Los políticos no entienden el internet. Tener un iPad o pontificar por Twitter no te hace experto en tecnología. El internet no es solo una herramienta: también es una forma de entender el mundo. Eso no lo entienden los políticos, a quienes el blog de tecnologíaMotherboard les dijo, con razón, “Señores del Congreso: no sigue siendo aceptable no saber cómo funciona el internet”. La gente que no entiende el internet –sí, incluidos los que no saben abrir dos ventanas al tiempo en el computador– debería abstenerse de este debate.
Y no solo se trata del anacronismo de los políticos, sino del lobby de sus camaradas: los 32 senadores que impulsan la ley SOPA, por ejemplo, han visto cuadruplicadas las contribuciones de Hollywood a sus campañas. Y están las críticas de don Rupert Murdoch a Google esta semana. Hollywood lleva décadas haciendo lobby en Washington. Los poderosos no están acostumbrados a que cualquier cristiano los cuestione y mucho menos les quite su negocio. Pero ahora están asustados, y lagartean para proteger sus monopolios. Porque no les basta con ser los dueños de la película, la red de cable y la banda ancha.
Como en la guerra contra las drogas: los políticos creen que la ilegalidad se lucha con la prohibición, en vez de la enseñanza y la innovación. Prohibir un producto que tiene una demanda de raíces culturales no sirve de nada. En contra de un hábito la ley no funciona. Cuevana se fue, pero están Monsterdivx, 1channel, Movie2k, Seriesyonkis y 3000filmes.
Entonces mi tía me va a preguntar: ¿cómo te sentirías tú si tu trabajo fuera subvalorado y no te pagaran lo que tanto esfuerzo y plata te costó producir? Primero: no me sentiría mal si yo estuviera forrado en dólares, como es el caso de Hollywood. Segundo: si Cuevana cobrara, yo pagaría. Y tercero, este no es un problema que se pueda reducir a la plata. Es justo, porque así funciona el mundo. Pero ese es el tipo de argumentos que evidencia la ignorancia de los políticos –y de las tías– sobre el internet: acá la plata no vale, ni es un objetivo. Ni siquiera Twitter es, aún, un negocio. Y Facebook sigue dando pasitos de tortuga. Cuevana no hizo un peso.
Estamos de acuerdo: nada es gratis en esta vida. Pero hay formas de hacer plata con el contenido en internet sin tener que censurar la distribución libre. Está la publicidad: gracias al conocimiento del consumidor que permite el internet, la eficiencia de la publicidad es mayor a la de antes. Y se ha comprobado que la piratería no es, en realidad, una amenaza: las películas nunca dejaron de ser negocio, porque las salas de cine siguen llenas, así la piratería cueste 58 millones de dólares al año. También se opusieron a los videocasetes y a los DVD en su momento, y hoy casi que viven de ellos. Lo mismos dueños de la película. Y la banda ancha. Por su parte, la escritora de Harry Potter es archimillonaria, así su libro sea el más vendido siempre, en todos los idiomas. Y aunque reaccionaron tarde, las disqueras ya se adaptaron al nuevo sistema y crecen como adolescentes: Shakira cobra medio millón de pesos por un concierto, y la gente, que la conoció por MP3, lo paga, así le cueste la mitad de su salario. Soluciones hay.
Wikipedia está cerrada porque este es un debate político y filosófico. No es mera criminalidad. Y tal vez esa sea otra de las soluciones: llevar a los ‘piratas’ al congreso. The Pirate Bay, la página sueca para bajar archivos, sigue viva porque se convirtió en un partido político.
La piratería es, como dijo Cortés ayer en La silla vacía, un concepto anacrónico e ineficiente. Los derechos de autor deben ser repensados: para que los autores del entretenimiento y la información paguen su trabajo, hay que pensar en formas distintas a prohibir su libre distribución. Encima, leyes como SOPA implican un monitoreo al contenido que perjudicaría los elementos que hicieron del internet una red de intercambio ytransparencia revolucionaria. No queremos un sistema como el chino, pero pareciera. No queremos volver a la Edad Media, pero estamos al borde.
Publicado en Kien&Ke en enero de 2012.